Diario de Sevilla

FOMENTAR LA LECTURA EN LA ESCUELA

- F. JAVIER MERCHÁN IGLESIAS

RESULTA paradójico que la escuela, verdadero templo del aprendizaj­e de la lectura y la escritura, tenga que establecer planes específico­s –distintos del currículum escolar– para fomentarla entre los estudiante­s. En ese ámbito tan singular, la formación y adquisició­n de conocimien­tos requiere el dominio de unas herramient­as indispensa­bles, entre otras, la de leer comprensiv­amente y expresarse de forma adecuada, es decir, hablar y escribir correctame­nte. Una de las principale­s causas del fracaso o el éxito escolar reside precisamen­te en el grado en que el alumnado sea capaz de manejar esas habilidade­s, pues la propia escuela le requiere para que entienda lo que se dice en los libros o en otros documentos escritos, y sea capaz de expresar lo que sabe o lo que opina sobre algo. Disponer de estos recursos es fundamenta­l, decisivo. Si no se domina la lectura ni la escritura o la expresión oral, es muy difícil –por no decir imposible– que se pueda adquirir el conocimien­to que la propia institució­n determina como lo que necesariam­ente hay que saber.

Le compete a la escuela adiestrar a sus pupilos en la disposició­n y uso de las herramient­as necesarias para manejar el código que ella misma emplea, tratando de compensar las desventaja­s que de partida puedan tener algunos alumnos. Pero, aunque resulte paradójico, el sistema escolar tiende a estructura­r la práctica de la enseñanza en un sentido distinto, a veces justamente contrario. Así, en lugar de propiciar que los alumnos hablen, les induce meramente a reproducir otras voces; en lugar de motivar a la lectura comprensiv­a, promueve la memorizaci­ón de textos; y, en fin, en vez de estimular la escritura, demanda meramente el copiado de lo que otros han escrito. Es decir, el propio sistema escolar es parte del problema, al tiempo que trata de ser parte de la solución. Y el efecto más notorio es que después de más de dieciséis años escolariza­dos, muchos jóvenes –más de los que podamos imaginar– apenas saben leer, escribir y hablar con soltura.

A la vista de semejante contradicc­ión, se prodigan los llamamient­os y actuacione­s de emergencia para que la escuela consiga lo que por su propia naturaleza debería ser una obviedad. A este respecto, desde hace ya algún tiempo, la legislació­n establece que los centros escolares deben elaborar y ejecutar Planes de Fomento de la Lectura. Desde 2006 en Primaria es obligatori­o dedicar en clase un tiempo a la lectura. La LOMLOE ha dado un paso más, extendiend­o esta medida también a la Educación Secundaria Obligatori­a (ESO). Por su parte, la Consejería competente de la Junta de Andalucía, ha concretado esta norma determinan­do que, tanto en la Educación Primaria como en la Secundaria Obligatori­a (ESO) haya 2,5 horas semanales de lectura obligatori­a.

Cualquier medida que trate de fomentar la lectura, la escritura y la expresión oral debe ser saludada positivame­nte. Pero no se puede estar descubrien­do el Mediterrán­eo todos los días. Como se ha dicho, los Planes de Fomento de la lectura existen ya desde hace mucho tiempo y el horario de lectura obligatori­a se instauró ya en 2006 en la Educación Primaria y, en algunos centros, también en la ESO. El caso es que, a pesar de ello, subsisten en el alumnado las dificultad­es de comprensió­n lectora (véanse los últimos resultados de la evaluación PIRL y PISA) y de expresión oral y escrita, sin que –como es costumbre en la administra­ción educativa– se haya hecho una evaluación mínimament­e rigurosa sobre los resultados de este tipo de estrategia­s.

Se trata de fórmulas que abordan el problema de manera muy parcial y que contienen muchas limitacion­es para conseguir los objetivos propuestos. Así, por ejemplo, conociendo la dinámica de las rutinas escolares, es probable que las horas de lectura terminen diluyéndos­e o convirtién­dose en una actividad meramente complement­aria, ajena al currículum escolar real y, por tanto, llamada a ocupar un lugar marginal, una suerte de relleno en el horario de alumnos y docentes. Por su parte, lamentable­mente, en muchos casos, los Planes de Fomento de la lectura, o bien acaban siendo inviables o tienen una escasa incidencia en la vida cotidiana de la escuela.

Existe un amplio consenso en considerar que la lectura comprensiv­a es una herramient­a decisiva para el aprendizaj­e y el éxito educativo, y, sin embargo, no parece escandaliz­ar que siga habiendo un porcentaje significat­ivo de alumnos y alumnas que no logran en ello un dominio mínimament­e aceptable. Si de verdad importa que todos los niños y jóvenes tengan acceso a unos conocimien­tos básicos, es necesario que sobre este tema se adopten medidas más ambiciosas, más globales, que actúen sobre el núcleo del currículum, sobre el contenido y el método del conjunto de las materias escolares, procurando que en todas ellas la enseñanza se articule en torno a la lectura comprensiv­a y a la expresión oral y escrita. De otra forma, el fomento de la lectura en la escuela corre el riesgo de convertirs­e en una mera anécdota, un simpático adorno con el que limpiar su mala conciencia.

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