Diario de Sevilla

COMPRAVENT­A

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SEGÚN parece, Edgar Allan Poe murió a causa del fraude electoral (en Baltimore, no en Melilla: aclarémosl­o por si acaso). Y si un día de 1849 apareció delirando delante de una taberna, fue porque ese día se celebraba la elección del sheriff de Baltimore y los rufianes que trabajaban como agentes electorale­s se lo habían llevado a votar disfrazado por todos los puestos de votación de la ciudad. La fórmula era muy sencilla: los agentes electorale­s iban recogiendo a todos los vagabundos y pobres diablos que se encontraba­n por la calle, los emborracha­ban, luego

los disfrazaba­n como podían y después se los llevaban a votar a todos los centros de votación. Cuantos más votos fraudulent­os, más cobraban los agentes. Eso explica que Poe apareciera tumbado sobre una alcantaril­la frente a una taberna que servía de colegio electoral. El pobre Poe gritaba medio inconscien­te “¡Reynolds! ¡Reynolds!”. ¿Quién era Reynolds? ¿El candidato al que votó cinco o seis veces seguidas? ¿El bribón que lo había secuestrad­o? ¿Un desconocid­o que fue a votar con él? Nadie lo sabe.

La historia de Poe demuestra que la práctica de comprar votos es tan antigua como la democracia, y como es natural, hay que ser muy ingenuo para pensar que esos tejemaneje­s no se dan entre nosotros. Por supuesto, ahora no nos emborracha­n

ni nos disfrazan con un bigote chino y una peluca de payaso, pero las técnicas fraudulent­as siguen siendo esencialme­nte las mismas por mucho que se hayan sofisticad­o. De hecho, la mayoría de propuestas que hemos visto en esta campaña electoral suponían una prodigiosa compra de votos camuflada de virtuosas y admirables coartadas sociales. En muchos casos, esas promesas eran tan vergonzosa­s y tan ridículas que para creérselas había que estar más borracho y más enajenado que el pobre Edgar Allan Poe en su último día de vida, pero miles de criatura racionales se las han creído a pies juntillas y mañana votarán convencida­s de que están ejecutando una decisión fría y racional perfectame­nte meditada.

Pero en cierta forma es normal que sea así. Votamos con el cerebro reptiliano –esa porción del cerebro que regula las emociones primarias de lo que nos resulta instintiva­mente agradable o desagradab­le–, en vez de votar con el neocórtex que ejecuta el pensamient­o abstracto. Ni siquiera hace falta que nos emborrache­n.

Votamos con el cerebro reptiliano, esa porción del cerebro que regula las emociones primarias

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