YA SÓLO AMAR ES MI EJERCICIO EL HERMOSO SILENCIO ELECTORAL
NO eran molinos, el fantástico podcast en el que Joaquín Pérez Azaústre aborda los clásicos de la literatura española en RNE, contiene una escena particularmente emocionante en el capítulo de esta semana, dedicado al Cántico espiritual, cuando describe las horas finales de San Juan de la Cruz. El autor que alcanzó con su sensibilidad prodigiosa la cima de la poesía en castellano –un magisterio incuestionable que admitirían por igual voces tan distintas como Juan Ramón Jiménez, Jaime Gil de Biedma, T. S. Eliot o Borges–, es un hombre cansado y enfermo que ha vivido sus últimos días, por el desencuentro con el prior, en la estancia más pobre y más húmeda del monasterio de Úbeda. Tras recibir la extremaunción, esa noche, los frailes del convento acuden a despedirlo con candiles y él les hace una petición, que le lean el Cantar de los cantares, como si al final del camino el fundador de la orden de los carmelitas descalzos junto a Santa Teresa de Jesús se reafirmara en la necesidad de la belleza, en esa intuición de que el espíritu también posee una carne temblorosa y expectante, que halla la plenitud cuando se entrega. “Mi alma se ha empleado / y todo mi caudal
COMO el confesionario, la alcoba, el cuarto de baño o el sepulcro, la cabina electoral es un espacio para la estricta intimidad. Caben como mucho dos personas, ni una más si se quiere mantener una cierta organización. Cuando alguien con el que no compartes estos ámbitos te pregunta a bocajarro por tu intención de voto es difícil no sentir un cierto pudor, como si se violase un territorio casi sagrado. Yo suelo contestar con un lacónico “a la ultraderecha”, con lo que el curioso impertinente, normalmente autodenominado “moderado”, suele quedarse un tanto desconcertado. La intención de voto es un ramal de la conciencia, un claustro que no debe ser hollado por sandalias ajenas.
Hay un vicio para identificar a aquellos que, pese a que repiten machaconamente la palabra libertad, son enemigos de la democracia: su afición al sufragio a mano alzada, aquel en el que el votante se siente desnudo frente a una masa siempre sedienta de unanimidad. Recuerdo cómo en las asambleas universitarias –siempre sospechosamente búlgaras– se pitaba aquellas minorías que no levantaban el brazo en la opción “adecuada”. La democracia, o es íntima o no es. Los que saben de psicología electoral aseguran que la gran mayoría del censo ya ha elegido su voto –en mi caso es así–, por lo que la jornada de reflexión queda como un fósil de aquella España convulsa de la Transición en la que se creía oportuno un día-bromuro con el que enfriar el apasionamiento político. Aun así, están bien estas horas como de domingo antiguo, con políticos beatíficos paseando por el parque y comiendo con la familia tras semanas de pindongueo mitinero. La jornada de reflexión refuerza ese sentido íntimo del voto y la enseñanza de que la base de la democracia es el ciudadano y su conciencia e intereses, no los partidos políticos.
Hace unos días mi admirado José Antonio Carrizosa, al igual que muchísimos otros periodistas, defendía la derogación de esa norma que prohíbe publicar encuestas electorales unos días antes de la votación. A mí, sin embargo, me parece muy bien. En primer lugar, porque dichos sondeos están sometidos en no pocas ocasiones a manipulaciones interesadas, son herramientas de confusión. En segundo, porque la medida ayuda a esa descompresión necesaria para que el votante se coloque ante la urna como un monje ante su ataúd, con serenidad y confianza en el futuro. El mundo actual está saturado de política y discurso; a nadie le va a hacer daño que durante unas horas o unos días cese el ruido. Es más, podemos decir que es una medida higiénica psicológica y socialmente. Mañana toca votar o no pero, por favor, en medio de un hermoso silencio. Que hay niños durmiendo.
en su servicio; / ya no guardo ganado / ni ya tengo otro oficio, / que ya solo en amar es mi ejercicio”, escribiría San Juan en un conjunto de estrofas que aún hoy resultan conmovedoras y audaces.
En el programa de Pérez Azaústre el oyente asiste a un perfil dolorosamente humano de San Juan de la Cruz, alguien que desde su infancia, “hijo de un descendiente de judeoconversos” y abocado a la pobreza tras la muerte de su padre, vivió en un constante exilio interior, estuvo “siempre perseguido por su anhelo de encontrar a Dios dentro de
La jornada de reflexión nos recuerda que la base de la democracia es el ciudadano, no los partidos políticos
Al leer el ‘Cántico espiritual’ de San Juan de la Cruz volvemos a creer en el amor, como los novios en una ceremonia
sí mismo, esa poesía del alma con el todo que es Dios”. Al autor cordobés, que acaba de publicar en Galaxia Gutenberg El querido hermano, una obra sobre Manuel Machado que ganó el Premio Málaga de Novela, le admira esa “levitación sobre los cuerpos que se llenan de luz” que plasma San Juan en su Cántico, la trascendencia inflamada de su discurso, que “sólo el amor que se sale del cuerpo y es su propio cuerpo de silencio encendido puede transportarnos por encima de lo que tiene nombre y se contiene en su propia palabra”. Como ocurrirá con Emily Dickinson, un poeta en una estancia reducida, en este caso una mísera celda, explica con asombrosa precisión lo que es el vuelo. Al leer a San Juan, con el hechizo de su palabra, volvemos a creer en el amor, como los novios en una ceremonia: “De flores y esmeraldas, / en las frescas mañanas escogidas, / haremos las guirnaldas / en tu amor florecidas / y en un cabello mío entretejidas”.