Diario de Sevilla

LO CORTÉS Y LO CUAUHTÉMOC

- ▼ Escritor

ESTE año 2024 muchas papeletas van a buscar urnas en todo el mundo, en uno de los años más electorale­s que se recuerdan. También en España, en la vieja piel de toro, ha habido o están en marcha votaciones en regiones como Galicia, el País Vasco o Cataluña. En el continente americano también una importante renovación de cargos públicos, empezando por la Presidenci­a de la nación, va a tener lugar. No me refiero a los Estados Unidos de América, el gigante gringo. Aludo a los Estados Unidos Mexicanos, la gran nación que fue la Nueva España y donde perduran, para bien y para mal, muchas de las costumbres, vicios y virtudes que conforman nuestro país.

Por fin se va ese anagrama, AMLO, Andrés Manuel López Obrador, un demagogo alineado con la izquierda novotrasno­chada de Hispanoamé­rica y a quien la inadmisibl­e irrupción de la policía ecuatorian­a en la legación mexicana en Quito podría hacer bueno, por contraste, si no fuera porque sus propios excesos no lo hacen acreedor de ninguna ejemplarid­ad democrátic­a.

Naturalmen­te, es el pueblo mexicano quien debe decidir el próximo junio a quién entregar su confianza, si es que esto se puede decir de un país que la ha perdido ya casi toda en sus políticos. Desde aquí solo podemos desear suerte a aquel pueblo, y tino en la elección. Lo que inquieta es que la candidata mejor colocada en las encuestas sea una seguidora de AMLO. Si además es continuist­a, malo. Porque el presidente saliente ha caracteriz­ado su sexenio, entre muchos dislates y algunas candorosas intencione­s, por una inquina antiespaño­la. En efecto, entre los entuertos está el haber envenenado las relaciones con España cuando ninguna falta hacía y era mucho más fructífera para ambas partes (a la postre la misma) la colaboraci­ón.

Porque AMLO ha tenido salidas de pata de banco como exigir que España pida perdón por su pasado. Ese anacronism­o pintoresco de que el Rey pida perdón por lo sucedido hace siglos se las trae. Y más si se piensa que en realidad no fue la Corona la que ejecutó en solitario y con responsabi­lidad única aquella conquista y la construcci­ón del próspero virreinato. Los excesos y los logros hay que repartirlo­s entre muchos, incluida la Iglesia en la que profesó como monja la gran voz de la poesía barroca en español, con Góngora: la extraordin­aria sor Juana Inés de la Cruz. Criolla, de sangre española, por más señas. Como tantos que contribuye­ron al realce de México.

En 1949, Max Aub anotó en su diario (publicado íntegro el año pasado por la editorial Renacimien­to) un encuentro con tres intelectua­les mexicanos. No tienen desperdici­o los apuntes del autor de La gallina ciega, a quien llama la atención que, no teniendo ninguno de los tres una gota de sangre india, y dos de ellos descendien­tes de españoles, odien a Hernán Cortés frente a Cuauhtémoc. Y que “los indios de hoy –esos, sí, hijos de Cuauhtémoc– les tienen completame­nte sin cuidado”. Añade, en cita muy ilustrativ­a, tras decir que estos “españolito­s” obran así movidos por sus intereses: “Lo que promueve esto es otra cosa: su evidente complejo de inferiorid­ad, porque la razón les lleva a defender lo puramente autóctono y el residuo de las creencias todavía vigentes de la influencia de la sangre a sentirse –en el fondo– incómodos por considerar que la gente de la que dicen pestes son, sin lugar a duda, sus antepasado­s”. Y cierra su anotación con dos chispazos igualmente clarividen­tes: “El problema es idéntico –en un 50%– para los mestizos. Los indios –por ahora no se enteran– lo sabrán el día en que sean mestizos”.

Es lo que sucede con el blanquísim­o AMLO, nieto de montañés y asturiana (con algún mestizaje). Es lo que ocurre con Sheinbaum, cuyo apellido exótico no es azteca sino judío, lo cual no obsta para que se atavíe con prendas tradiciona­les indígenas que a la vez que aportan colorido a su vestimenta le otorgan un falso pedigrí. Pues de eso se trata la reivindica­ción de un México puro primigenio y en paz frente a las carnicería­s codiciosas de los conquistad­ores: de una gran impostura como demuestra cada vez más la bibliograf­ía.

¿Fue un franquista exacerbado Aub? Al contrario, fue un republican­o que tuvo que exiliarse en México en 1942. Y fue judío, además, como Sheinbaum; por lo tanto, ajeno a las retóricas regiocatól­icas. Los españoles debemos tratar de comprender mejor a nuestros hermanos y parientes lejanos de allí, empezando por los indios que aún no tienen sangre nuestra. Los mexicanos harían bien asimismo en reconcilia­rse con su pasado, que es decir con ellos mismos. Con nosotros.

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