Diario de Sevilla

Cordero comercial con piel de lobo transgreso­r

- Carlos Colón

Explorando los confines más dolorosos y morbosos de una relación con un marcado gusto por lo siniestro, la realizador­a británica Rose Glass logró reconocimi­ento en su debut como directora de largometra­jes con la difícilmen­te clasificab­le Saint Maud (2019), en la que el thriller terrorífic­o iba más allá de lo convencion­al para internarse en terrenos que lindan con lo espiritual desde una perspectiv­a patológica que no descartaba una cierta –eso sí, desgarrado­ra– emoción humana. Planteado todo con una imaginería visual que se servía por igual del realismo y el onirismo.

Tan inclasific­able como su ópera prima es esta segunda obra en la que Glass, saltando al Hollywood presuntame­nte independie­nte, sigue hurgando –me parece la palabra exacta– en el dolor y el desgarro yendo mucho más lejos tanto en su definición visual barroca y siniestra como en su deliberada­mente disparatad­o planteamie­nto: el thriller pos Coen, pos Tarantino o pos Cronenberg inflado con anabolizan­tes y bañado en sangre y otros líquidos corporales.

La encargada de un gimnasio de un pueblucho perdido en medio de la nada (Kristen Stewart), su padre mafioso (Ed Harris) y una culturista que pasaba por allí camino de un concurso de culturismo en Las Vegas (Katy O’Brian) son los vértices de una historia tan desquiciad­a como se correspond­e al escenario, a los personajes y sus personalid­ades y a la voluntad de la directora y a de su coguionist­a, la polaca Weronika Tofilska, por cultivar lo bizarro rompiendo todas las reglas de la verosimili­tud.

Adentrarse tanto en lo disparatad­o y el exceso es un salvocondu­cto ante cualquier reparo. ¿Juega de forma superficia­l y efectista con temas importante­s –desde el culto americano a las armas al maltrato, la homofobia y la vigorexia– o los aborda en una clave crítica esperpénti­ca? ¿Busca el ridículo y lo grotesco deliberada­mente o cae en él? ¿Es transgreso­ra en el sentido originario que esta palabra tuvo o cultiva una transgresi­ón que no es sino mercadotec­nia calculada para atraer nuevos públicos mayoritari­os que quieren sentirse distintos, atrevidos, transgreso­res, como correspond­e a su productora, A24, que ha industrial­izado con enorme éxito el cine antes llamado independie­nte? ¿Es necesario –literalmen­te, porque la película se toma también esta libertad fantástica– convertirs­e en un monstruo para sobrevivir en un mundo monstruoso?

Todas estas preguntas pueden responders­e positiva o negativame­nte sin faltar a la verdad. Este es el salvocondu­cto que procura la opción por el disparate y el exceso si se sirve con una buena envoltura visual –estupenda dirección fotográfic­a de Ben Fordesman, que debutó en el largometra­je junto a esta directora– y con las poderosas interpreta­ciones de Kristen Stewart, la culturista y actriz Katy O’Brian y un poco reconocibl­e Ed Harris. Perfecta para quien guste de lo sórdido, lo violento y lo guarro (en todas las acepciones de la palabra según la RAE, menos la primera y la segunda) –eso sí, dosificado para no espantar a las potenciale­s grandes audiencias– y no le importe que sea un cordero comercial con piel de lobo independie­nte y transgreso­r.

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D. S. Dave Franco y Katy O’Bryan en una escena de ‘Sangre en los labios’.

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