España era una feria (y no solo de Sevilla, ni del libro)
TFernando Jáuregui
ERMINA una semana histórica, en la que los dos grandes partidos llegaron a un acuerdo, rara avis, para deshacer el desastre de una ley que era necesaria, pero que estuvo mal planificada, peor tramitada y pésimamente ejecutada. Y cuya máxima responsable sigue ejerciendo, aunque sea algo patéticamente, de ministra. Creo que la regeneración que pretendemos pasa, en primer lugar, por la inmediata destitución de quienes yerran y no se corrigen. En segundo lugar, por una mayor frecuencia de esos pactos transversales, sin que el fanatismo rampante acuse a los unos de ‘bajarse los pantalones’ y a los otros de ‘avergonzarse de pactar’, que, por cierto, sigue siendo un hermoso verbo muy poco conjugado. Estalla el país en Sevilla y sus bombillas encendidas, en Barcelona y en su culto al libro, pero también en otros muchos puntos explota la primavera, la primera en la que nos sentimos (relativamente) libres de la pandemia. España
necesita divertirse: es una gran feria de hoteles y terrazas abarrotados, una nación que me parece que se quiere ajena a las tensiones ante unos comicios -cinco semanas escasas quedan- que ya está claro: van a ser la primera vuelta ante unas elecciones generales destinadas a cambiar, sea cual sea el resultado -Sánchez o Núñez Feijóo con sus respectivas adherencias-, la filosofía, el ánimo y la moral de la nación. O sea, la vida. Lo que ocurre es que la feria y la fiesta van por un lado, y los caminos hacia el futuro, por otro. Escribo hoy desde Toledo, una de esas autonomías pendientes del ‘giro’ (o no) del poder. Las encuestas, para lo que valgan, anticipan el cambio, y también lo contrario: el mapa de los partidos no está cerrado, y los sondeos tienen aroma de provisionalidad. Hablas con políticos de todo signo y percibes que su euforia es solo aparente, como la de esos escritores que aseguran que ya van por la cuarta edición. La procesión va por dentro: nada está consolidado, excepto el clima frentista instalado en una clase política que se desangra en sus mutuos ataques. Estoy en un mitin, abarrotado de entusiastas -sí, aún existen-, y escucho los mensajes de siempre: culpan a los otros hasta de la sequía. Pero, más allá de las ocurrencias, faltan ideas verdaderamente renovadoras de una democracia que exige mucha sangre, mucho sudor, muchas lágrimas, mucho esfuerzo, para regenerarse tan a fondo como muchos entendemos que debe hacerlo. Y ni los ciudadanos de este país ni, menos aún, sus representantes o quienes aspiran a serlo parecen dispuestos al menor sacrificio en una España propensa a lo feriante. Las tensiones de fondo están precisamente ahí, en el fondo, mientras que en la superficie seguimos instalados, y a mucha honra, en el ‘top ten’ de la jarana, el regateo y el bullicio, Dios sea loado. Está bien, aprovechemos la fiesta primaveral, encajemos luego los resultados de las ‘primarias’ y lleguemos, por fin, al pacto imprescindible para garantizarnos una democracia estable: que gobierne el más votado. Fin de los extraños e indeseados ‘compañeros de cama’. Ya sé, ya sé, que habrá quien me acuse de querer volver al bipartidismo, olvidando ese ‘hermoso’ florecimiento de partidos y grupúsculos que exigen honorarios tan elevados por su apoyo a los unos o a los otros. Pero, en el orden de las alianzas y desamores políticos, más que en una feria vivimos en una orgía de abrazos y puñaladas por la espalda. Y eso siempre acaba, ya se está viendo, en resaca. Pues nada, que siga la feria. ● 4,8 % del PIB, casi 64.000 millones de agujero en las cuentas públicas. No ha conseguido aún el nivel de riqueza anterior a la pandemia y en las cuentas del mercado de trabajo faltan por contabilizar como mínimo un millón de parados. Mientras, los contratos a tiempo parcial crecen desaforadamente y no se recuperan las horas trabajadas. Hay, además, otras variables menos expuestas en los medios de comunicación que hacen un daño irreparable a la reputación de nuestro país y de las que el Gobierno no dice ni esta boca es mía. Según un informe realizado por las propias empresas afectadas y publicado por ‘Bloomberg’, cuatro bonos de deuda española están en una situación técnica de ‘default’ o impago por los incumplimientos del gobierno de España, al no pagar los laudos arbitrales de impagos pendientes a las empresas e inversores afectados por la retirada retroactiva de los incentivos a la inversión en energías renovables. Las consecuencias son un daño monumental en las operaciones de endeudamiento del Tesoro, que podría ver bloqueado su acceso a la financiación y el consecuente daño a la imagen de España. De momento, la cifra ronda los 900 millones, pero puede aumentar si se culmina la congelación de la cuenta bancaria del Instituto Cervantes en Londres y la confiscación de su sede en Londres. Además, ha sido embargado ya un edificio de ACCIÓ, la agencia de promoción económica de la Generalidad de Cataluña, y en breve podrían embargar la filial de Navantia en Australia y otros activos financieros y bienes inmuebles. Hasta el Falcon de Sánchez entraría en la lista. El asunto es grave y debería ser motivo para que la oposición tomara buena nota y el Gobierno fuera convenientemente preguntado. De antemano sabemos que le quitarán importancia, pero seguiremos informando y notaremos buena nota de sus consecuencias reputacionales para España como país cuya seguridad jurídica deja bastante que desear. ●