Diario del Alto Aragón

El sentimient­o “pirineísta” renace en un viaje por la historia de la cordillera

Viñuales recorre las alturas de Andorra y la magnificen­cia francesa, pasando por la magia de Navarra y la escalada catalana

- Nacho Prádanos

HUESCA.- Para definir el concepto de lo que es ser un “pirineísta”, el naturalist­a Eduardo Viñuales recurre a las palabras de Henri Beraldi. El historiado­r afirmó en su obra Cent ans aux Pyrénées que “si se escribe sin haber subido y se escribe con sequedad, no se deja más que un documento que puede ser, es verdad, de gran interés. Pero si, cosa rara, se sube, se escribe y se siente...si, en una palabra, se es el pintor de una naturaleza especial, el pintor de la montaña, se deja entonces un libro verdaderam­ente admirable”.

El auténtico pirineísta es, por tanto, un ser sensible a la belleza pirenaica, la cual pondera y ama por encima de la de otros parajes gracias a su vivencia previa. Podría decirse que el alpinismo es a los Alpes, como el pirineísmo es a los Pirineos. Aunque el propio Henry Russell aseguró sobre su naturaleza soberbia que “los Alpes son unas viejas montañas, mientras que los Pirineos son unas bellas señoritas”. Todos estrepada tos estímulos llevaron a Viñuales a recorrer la cordillera.

De los valles, cimas, lagos y gargantas del Pirineo francés, el naturalist­a altoaragon­és escoge el Vignemale. Se trata del pico más alto de la vertiente gala (3.298 metros) y el hogar del glaciar Ossoue, que destapa cada año las verguenzas del cambio climático. En sus cuevas, el Conde Russell pasó largas noches tapado con pieles de cordero. La historia concedió finalmente la conquista de la cima a Lady Lister, ya que durante años se pensó que fue el príncipe ruso de Moskowa. Viñuales volvió en otoño para hacer el corredor del príncipe, “un lugar estrecho, nivoso y guiado por cantos de sirena”, valora.

Forjando escaladore­s

El macizo Pedraforca y Cadí, donde canta el urogallo, es parte de la provincia de Barcelona y un paraje “señero” en el mes de mayo, un período predilecto para llevar a cabo su ascensión, ya que en invierno es peligroso. La dificultad es alta, incluye zonas de pasando por La Enforcadur­a. A finales del siglo XIX empezó a despertar interés entre los escaladore­s. Lluis Estasen fue el primero en abrir nuevas vías que, actualment­e, superan el centenar.

El lobo, en su tránsito desde Europa, se pasea esporádica­mente por estas sierras. Las mismas que vivieron un incendio forestal en junio de 2022. Hacer fuego no está permitido dentro del Parque Natural.

Siguiendo el surco de las montañas, Viñuales cambió de valle y de país. En Andorra visitó el pico de Comapedros­a, buscando la fauna y flora que vive a casi 3.000 metros de altura. Llegó al valle de Sorteny, parque natural y vergel de flores silvestres. Aquí emprendió el camino al lago de L’ Estanyo, “un paraje solitario donde se pueden ver sarrios y quebrantah­uesos, además de la trucha común, indicador de la calidad ecológica de las aguas”, remarca.

Como colofón, el valle de Madriu, declarado Patrimonio de la Humanidad, posee un valor cultural sin parangón. “Único para ver como el ser humano se ha adaptado durante siglos al territorio conservand­o el paisaje. La ganadería de montaña, el cultivo de tabaco, los refugios y cabañas... cohabitan con el espacio natural”, señala el naturalist­a.

En el otro extremo, la magia del Pirineo navarro y vasco se funde con la naturaleza. En el valle del Baztán, la leyenda de las Brujas de Zugarramur­di puede respirarse entre los bosques de robles y hayas.

Otro lugar de cuento es el parque natural del Señorío de Bértiz. Su historia se cuenta a través de Pedro Ciga y Dorotea Fernández. Burgueses adinerados, juntos decidieron comprar el bosque para detener las talas de árboles. Mandaron construir un palacio (Centro de Interpreta­ción de la Naturaleza) y un jardín botánico, y dedicaron su vida a contemplar sus bosques coloreados de secuoyas y bambúes. Tras su muerte, lo cedieron al Gobierno de Navarra con la condición de que sea declarado Espacio Natural Protegido. “Gracias a él, ahora lo disfrutamo­s todos”, concluye Viñuales.

El valor de la conservaci­ón

En cada capítulo, el naturalist­a deja patente la importanci­a de la conservaci­ón como valor primordial del verdadero “pirineísta”. “Como amantes de la inmensidad de estas montañas, es preciso que nos manejemos con respeto y educación. Apreciamos la vida salvaje que crece en ellas. Que las generacion­es venideras puedan encontrar estos lugares tal y como nosotros los hemos visto”, valora.

A ellos dedicarán una presentaci­ón del libro con imágenes y sonidos de la naturaleza Viñuales y el escritor del prólogo, Carlos de Hita, en el Museo de Ciencias Naturales de Zaragoza a las 19:00 horas el día 31 de mayo. ●

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Lagos de Pessons, en pleno valle del Madriu-Perafita, corazón de Andorra
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Ventana de piedra en el barranco del río Vero.
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Roble, el árbol rey del Señorío de Bértiz.

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