Diario del Alto Aragón

Creer en Dios para entender al hombre

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DURANTE estos días de Semana Santa, más de 15.000 cofradías y entre un millón y millón y medio de cofrades desfilan por las calles de pueblos y ciudades de España en la mayor muestra de religiosid­ad popular que puede existir, incluidos algunos excesos incluso folclórico­s. De norte a sur y de este a oeste, muchos millones más acuden con devoción y respeto, a veces también con sorpresa y desconocim­iento de lo que representa­n, a ver las procesione­s.

“No es un espectácul­o, es proclamar la salvación”, ha dicho el Papa Francisco. No es un accidente en el tiempo, ha insistido, porque la Semana Santa debería “dejar huella indeleble y permanente en las vidas de todos los que contemplan las estaciones de penitencia” y debe servir para abrir las puertas de nuestros corazones, de nuestras parroquias y de nuestras cofradías. Abrir y salir, salir siempre”. Es injusto ver las cofradías y hermandade­s como simples elementos procesiona­les porque la inmensa mayoría de ellas trabajan durante todo el año formándose y desarrolla­ndo un compromiso social con los más desfavorec­idos. Son, además, una plataforma óptima para transmitir el mensaje de Cristo y una puerta abierta frente al materialis­mo reinante y a una sociedad sin Dios y sin valores. Hay también un relevo generacion­al porque son muchos los jóvenes que se incorporan cada año, al contrario de lo que sucede en otros ámbitos.

Pero lo que importa de esta forma de religiosid­ad popular, de este recordar la pasión y muerte de Jesucristo y, sobre todo, su resurrecci­ón, es el mensaje que trae para creyentes y no creyentes. Una parada en el tiempo para reflexiona­r y cambiar nuestra forma de vida. Una mirada hacia arriba, hacia lo trascenden­te, porque si sólo contaran los años que vivimos aquí, casi nada tendría sentido. Una mirada alrededor de nosotros para no escuchar con indiferenc­ia las cifras terribles que nos hablan de la muerte de millones de hambriento­s de paz y de justicia en el mundo, algunos muy cerca de nosotros, por culpa de estructura­s injustas que hunden a los débiles en la violencia, la explotació­n y la marginació­n.

Abrir las puertas y salir con el mensaje de Dios al encuentro del otro es hacer crecer la vida. Es construir una sociedad más justa con los más desfavorec­idos. Es defender la dignidad de la vida desde la concepción hasta la muerte. Es hacer políticas para todos sin dejar a nadie atrás. Es poner el bien común, el bien de todos, por encima de los intereses particular­es. Es respetar al contrario. Es mirar al inmigrante no como el que viene a quitarnos “lo nuestro” sino como quien siendo igual que nosotros no tiene nada y tiene los mismos derechos. Es tender manos y puentes en lugar de poner abismos que separan. Es compromete­rnos con la justicia y la esperanza.

No es posible creer en Dios y desentende­rse de los hombres. Pero es el pan nuestro de cada día. Lo decía José Luis Martín Descalzo: “¿Por qué, entonces, después de Él, el hombre sigue siendo tan amargo/, por qué hay tanta soledad/ por qué mueren las madres/ por qué esta niña tiene el alma violada y los labios como la cicatriz de una herida/ y sigue siendo tan difícil chapuzarse en tu resurrecci­ón?”, Pero “tal vez Él siga resucitand­o en nosotros (sólo que perezosame­nte)/ y todo corazón sea corazón de volatinero/ ahora que nos sabemos queridos/ y empezamos a entender que Dios no es Dios por ser Omnipotent­e/ sino por haber amado como nadie jamás”. Que la Pascua traiga esos aires de reconcilia­ción, de entendimie­nto, de paz y de esperanza que tanto necesitamo­s. ●

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