VOLVER A SER ‘EL MÁGICO’
uizá habrán oído hablar de un profesor de Barcelona, de secundaria y de la pública que el primer día de clase, ante los nuevos alumnos, se presenta como perico. Puede que incluso sus hijos hayan tenido la suerte de tenerlo como maestro. Un curso, porque cada año cambia de destino y se lleva a otra escuela su talento, su ilusión y su transgresora presentación inicial. Cosas de la burocracia, porque no conozco a nadie que represente mejor el ideal de profesor. Este gran amigo me cuenta sorprendido que cada vez causa menos escándalo su revelación futbolera. “A los niños ahora les interesa menos el fútbol”, sostiene.
El ocio digital amenaza al resto de divertimentos, y el fútbol no es una excepción. Yo mismo me he sorprendido viendo un partido desde casa más pendiente de Twitter que del partido. Si realmente el desapasionamiento del fútbol es una realidad, los clubes como el Espanyol tienen que entrar en pánico más que ningún otro. Porque los equipos más poderosos (los impulsores de la Superliga europea) hace años que transitan en el mundo del divertimento ligero. Con aficionados en todos los países, que cambian de equipo en función del destino de su jugador fetiche, ya sea Messi, Cristiano o cualquier otro. Mientras siga funcionando la fórmula, los grandes tienen asegurados los cuartos y la supervivencia, aunque por el camino hayan vendido su alma al diablo. Pero el panorama que se dibuja como futuro inmediato del fútbol es una trampa mortal para clubes como el Espanyol que, de forma certera, se enrocaron en lo emotivo para compensar a sus aficionados por la escasez de alegrías y la abundancia de jugadores mejorables.
Otro gran amigo me decía que uno de los pocos momentos felices de este año 2020 que agoniza fue el desplazamiento a Villarreal. Y realmente fue mágico. Durante un tiempo sentimos que con el empuje de la afición éramos capaces de salvar del descenso al Espanyol. Lo habíamos hecho otras veces y nos había funcionado. Celebrando aquella victoria tras una de las porterías del Madrigal, subido a dos asientos y empapado por la lluvia, sentí vergüenza y envidia. El asiento que estaba pisando tenía una placa grabada con un nombre y un apellido. No era una silla de plástico cualquiera que se pudiera pisar impunemente, era el lugar de un aficionado. De ahí la vergüenza. Miré hacía atrás y eran muchos los asientos con dueño. Y sentí envidia porque nosotros continuamos con la anónima numeración, como la de un cine. Nosotros que tenemos un campo nuevo, que nos sentimos una afición superior cuando enfrente tenemos a equipos sin pasado levantados con la pasta y para el disfrute del Ciudadano Kane de turno.
Una vida centenaria está plagada de encrucijadas, momentos decisivos donde se escoge cara y se reza para que no salga cruz. El Espanyol se encuentra ante un nuevo dilema, con el horizonte balompédico que se intuye. O el club engancha sentimentalmente a los aficionados más jóvenes o se irá desdibujando hasta desaparecer. No se requiere de grandes gastos. Tirando de magia, una silla de plástico se convierte en el lugar especial de un socio. Y así, se puede hacer magia con muchas otras cosas. En definitiva, toca volver a ser ‘El Mágico’.