Carlota cuenta su verdadera historia
La presentadora abre su corazón en este libro, donde recuerda numerosas vivencias de su infancia y adolescencia marcadas por sus problemas de peso. Aquí os adelantamos algunos extractos.
Un paje de Sus Majestades de Oriente me dijo bajito tras sentarme en su regazo para la foto de rigor: “Uy, cuánto pesas, hay que tomar más sopitas y menos bocadillos. Díselo a tus papás”. Me sentí un pequeño monstruo al que Melchor, Gaspar y Baltasar castigarían sin regalos por glotona. En casa me acostumbré poco a poco a lo hervido frente a lo frito, a la plancha frente a lo empanado. Un suplicio, también para mis padres, que no alcanzo a imaginar lo que sufrieron por tener que decirme tantas veces: “No, Carla, tú no puedes comer eso”. Lo curioso era que todas esas charlas acerca de mi peso y mis kilos se mantenían alrededor de copiosas comilonas o abundantes merendolas. Y allí estaba yo. Escuchando a mi familia y a mis tripas. Mi padre llevaba la contabilidad de una farmacia. Todos los productos milagrosos para adelgazar se testaban, previo pago, en mi casa. No había barrita, batido, sobres quemagrasas, inhibidor del apetito o crema anticelulítica que saliese en televisión que no le pidiese yo con insistencia. De un viaje a Italia de una semana en autobús volví con más de cinco kilos en la maleta. Las pizzas y los helados de Venecia, Florencia y Pisa hicieron mella en mi cuerpo. Mi madre recuerda con pavor el momento en el que me bajé del autobús. Mi padre era muy inteligente y se dio cuenta muy pronto. Mis saqueos de madrugada dejaban un rastro visible para alguien tan astuto como él. Al principio me cubrió… Al final le confesó a mi madre: “No te enfades, pero es imposible que Carla adelgace porque se levanta de noche a comer chocolate y cacahuetes”. Mi primera regla llegó cuando tenía 13 años. Y mi cuerpo efectivamente empezó a cambiar. (…) Además tuve que aprender a llevar sujetador. Demasiadas novedades a la vez. No aparentaba la edad que tenía, sino mucha más. Y es entonces cuando brotan las primeras lágrimas en los probadores de las tiendas de ropa. No había conversación telefónica con mi madre en la que no saliera el maldito tema. “Carla, por favor, tienes que cuidarte, no te abandones así, por favor, se trata de tu salud”. Cuánto ha sufrido mi madre por mi peso. Me hace daño ser consciente de ello. Lo siento muchísimo. Profundamente. EL 21 de septiembre de 2015, con un cuadro de obesidad mórbida, salí a presentar “Sálvame” con la cremallera de los botines sin subir. No me cerraba. Llevaba un look preparado con mimo por mi estilista (…). Todo talla 60. (…) Me miré de reojo en el monitor del plató y me mareé.
‘‘En el colegio recuerdo perfectamente el olor a chorizo, a queso, a jamón y a pan blanco fresco… En lugar de bocadillo yo tomaba alguna pieza de fruta. Planazo. No fue nada fácil cambiar de hábitos a esa edad”