Diez Minutos

ÁNGEL ANTONIO HERRERA

CRISTINA DE BORBÓN

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Con la infanta Cristina hemos aprendido que el amor no es un eximente legal. Aunque por amor bien puedes verte en un jaleo como la copa de un palacio, y toparte de frente con la Ley. Es el caso. Que parece que ya se ha acabado, pero que empieza, porque ahí está Don Iñaki, a la espera de cumplir condena. Pero esto es otro caso, el “Caso Nóos”.

Hoy no hay condena a cumplir, sino años. Porque la Infanta cumple 52 el 13 de junio. Desde hace unos años es una ausente muy presente, porque el gentío está al acecho de si asoma o no en las cosas de la monarquía, con lo que amarga un poco o un mucho la foto a Don Felipe, o a quien toque. Desde hace unos años, hemos entendido que es mujer a la antigua, porque no se enteraba de si hacía o deshacía su marido. A la antigua, sí, porque ella firmaba aquí y allí, ciega de amor.

El Rey revocó en su momento el título de duquesa de Palma a su hermana, y Doña Cristina aseguraba que la iniciativa era de ella misma, vía epístola. Pidió que la titularan ex duquesa justo cuando ya estaba en marcha todo el papeleo de la extinción de la titulación. La carta circuló por ahí, y vimos que la prosa, preten- didamente aclaratori­a, encubría un cabreo. Era como un tuit pero en papel timbrado.

Felipe VI tuvo que regalarle aquel papeleo crudo, porque no quedaba otra. La monarquía tenía que ganarse una foto de pulcritud, y en ese encuadre de nueva época sólo cabían Don Felipe, Doña Letizia, y la descendenc­ia dorada. Y así hasta hoy. La Infanta ha sido “un martirio” para la corona, y luego una chica de tesón que acompaña a su marido hasta el infierno, si hace falta. Ahora cumple ya unos años y lo mismo se toma un día de fiesta, que es como poner su vida entre paréntesis. Al menos, un rato.

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