Lionel Messi
Lo que pasa con Messi es que hay que rendirse ante su talento. Y da igual que seas de un equipo o de otro. No es que juegue como un diablo inspirado, que sí, sino que el chico es “sublime sin interrupción”, que es lo que Baudelaire, un amigo poeta de Valdano, quería para el dandi. Un sublime que es, por cierto, lo contrario de un dandi, con su estatura floja de bachiller, su carita de embeleso, su barba de náufrago y su aire, en general, de ir tristón a la escuela del disgusto.
Nunca un gigante midió tan poco. Ahora cumple 30 años, el día 24. Y enseguida cumple boda con Antonella Roccuzzo, la novia de toda la vida. El acontecimiento (la boda, no el cumple) será en la ciudad argentina de Rosario, donde se conocieron de niños. Para allá irán, con un número desconocido de convidados, y para allá ha viajado ya el traje de la novia, firmado por Rosa Clará, y escoltado por dos agentes de seguridad, como si el vestido fuera uno más de la familia, que sí.
La genialidad es una gracia que raramente sale de la infancia. De ahí que juegue como un niño y salte a cada estadio como a un mismo patio. Es fácil escribir que juega como una figura de PlayStation, y que galopa como un muñequito teledirigido. Se pondera su humildad, fuera del campo, pero eso a uno le da igual, porque un talento así puede comportarse como quiera.
Decía Serrat que le gustaba el fútbol porque le devolvía a la infancia. Yo creo que a Messi le pasa lo mismo, sólo que él no ha salido de la infancia e intuyo que se va a pasar de niño genialoide e inspirado toda su carrera. En la copa de los poetas de estadio está Messi, que deslumbra sin interrupción, y es el éxtasis del fútbol, con imaginación, y con gol. Encima, tiene tiempo para casarse. Y para cumplir años sin moverse de la infancia.
‘‘ Ojalá que siga en forma. Porque a la afición, rival o no, nos gusta el deporte de artista’’