Diez Minutos

ROSA VILLACASTÍ­N

CARLOS HIPÓLITO

- Por Rosa Villacastí­n

ACarlos Hipólito, actor de raza, nunca le veremos protagoniz­ando escándalos para que su nombre se incluya en las listas de famosos por un día. A él, el prestigio le viene dado por su trabajo en los escenarios, en series de televisión, en películas o en musicales como el de “Billy Elliot”, muy valorado por los críticos teatrales, en el que también trabaja Elisa, su hija, y un gran elenco de actrices y bailarines.

El amor por el teatro lo heredó de sus padres, fundamenta­lmente de su madre, que se preocupó de inculcar a sus cuatro hijos el amor por la cultura. Pero quién mejor que él para contarnos cómo ha vivido estos cuarenta años de oficio, tanto en el plano profesiona­l, como humanista y personal.

-¿Cómo prefiere que le llame, Carlos o Hipólito?

-Carlos. Hipólito es mi segundo apellido, el primero López. Lo de Carlos Hipólito fue fruto del azar y de María Navarro, que en 1978 era directora de producción para una obra sobre Lorca que se iba a estrenar en el Teatro Eslava. Fue ella quien decidió mi nombre artístico. Se lo he agradecido, es una persona a quien tengo un gran cariño.

-Desde entonces no ha dejado de trabajar. ¿Cómo lo consigue?

-Es una suerte que se debe, creo yo, a que trabajo llama trabajo. Antes de terminar una cosa ya estoy con otro proyecto. Pero sí recuerdo una época que fue para mí un poco angustiosa. Fueron unos meses de inactivida­d muy duros. -¿No le llegaban guiones? -Todo lo contrario. Es que hace cosa de veinte años me llamó Jesús García de Dueñas, de TVE, para hacer una serie sobre Felipe II, al que yo daría vida. Una serie del estilo de lo que había hecho Concha Velasco con Santa Teresa. Estaba feliz porque el proyecto era muy bueno, de manera que empecé a decir que no a otras propuestas que me hacían.

-¿Qué ocurrió?

-Que decidieron que no se hacía la serie, pese al dinero que habían invertido. Y me quedé con las maletas hechas, y en una situación muy frustrante porque me había bajado de varios trenes que estaban en marcha. Afortunada­mente, enseguida me enganché a otra cosa. - Ha i n t e r p r e t a d o p e r s o n a j e s muy diferentes.

-Es curioso, porque a los artistas normalment­e nos suelen encasillar en comedia o drama pero, si te fijas, los grandes cómicos que ha dado este país han sido actores dramáticos de una hondura tremenda. Y a otros que hacían drama les hemos visto en comedias y estaban fenomenal. Uno no es ni cómico ni dramático, lo que hay que hacer es ponerse al servicio del personaje que interpreta­s. -¿Usted dónde se siente más cómodo?

-A mí me gustan mucho las comedias que se hacen en serio, las que propone una situación divertida, donde los personajes lo pasan mal, en las que el público tiene el suficiente prisma para reírse. En ese tipo de obras los personajes sufren mucho porque viven una situación dramática con momentos de humor.

“Soy cero machista”

- ¿ Lo i mpor t a nt e e s hacer c r e í bl e e l personaje?

-Por supuesto. Y es fundamenta­l tener un buen director porque la comedia más que el drama tiene unos tiempos que hay que respetar. Es como el que afina o desafina cantando. El ritmo hace que un gag funcione o no. -Gracias por la lección. -De nada. -¿Hay diferencia­s entre un director y una directora?

-Para mí, no. La diferencia está entre quienes tienen talento y quienes no lo tienen. Ocurre igual con la interpreta­ción. Yo soy cero machista, porque no me lo inculcaron ni en mi casa ni en la educación que recibí, aunque les doy la razón a las mujeres que dicen que hay una especie de machismo inconscien­te que utilizamos en el lenguaje y en un montón de cosas más. Pero asimilar la ternura y la sensibilid­ad solo a la mujer, y el coraje y el empuje al hombre, me parece una estupidez. -¿Por qué?

-Porque he conocido mujeres muy valientes, con un empuje impresiona­nte y hombres tiernos, sensibles y maravillos­os. -No me negará que los hombres han alimentado esa imagen de macho ibérico...

-Sí, pero también porque se dejaban llevar por la corriente. A mí no situarme en esa corriente me ha creado más de un conflicto. -¿En qué sentido?

-Cuando yo era jovencillo, no tenía esa obsesión por las chicas que tenían otros amigos míos que habían recibido una educación más machista. Eso me hacía parecer el raro del grupo pese a que tenía un montón de amigas. -¿Nadaba contra corriente? -Segurament­e por mi físico, que no encajaba en el de los machos, machos. -Tampoco lo tenía Landa.

-Es verdad, pero a Alfredo le tocó la época de esa cosa tan casposilla que fue el destape, donde se manejó de maravilla, porque era un actor estupendo. Me decías que yo tengo una carrera un tanto atípica, puede ser, pero todo ha sido fruto del azar. -Algo habrá intervenid­o usted.

-Yo estoy convencido de que te buscan por cómo haces tu trabajo pero también porque has tenido la suerte de estar en el momento oportuno, en el sitio correcto. -¿Para conseguir trabajo hace falta ir de cóctel en cóctel?

-Yo no he frecuentad­o mucho ese tipo de reuniones, he salido bastante pero no he hecho vida social de escaparate. A mí me ha funcionado más que alguien que ha visto mi trabajo, me ha llamado para ofrecerme otro, porque le has gustado o has tocado su fibra más sensible. -Es lo que le llevó a elegir esta profesión, ¿no es así?

-Mi amor por el teatro nace porque mis padres, más mi madre, porque mi padre era arquitecto y tenía que trabajar, nos llevaba a mis hermanos y a mí, que soy el pequeño de cuatro, a las sesiones de teatro infantil que se hacían en el María Guerrero, y otros teatros. Ahí vimos “Peter Pan”, y cantidad de obras. -¿Qué recuerda de esa experienci­a como espectador?

-Que yo estuviera sentado en una butaca, que se apagaran las luces, se levantara el telón, y de pronto apareciera­n un montón de personas en el escenario, que hablaban, gesticulab­an, aquello me fascinaba. -¿Cómo fue su primera vez en escena?

-Había hecho cosas de teatro en el colegio, en la escuela de Arquitectu­ra, donde estudiaba, pero el primer día que salí al escenario del Teatro Eslava, no puedo explicarte lo que sentí al ver aquel patio de butacas lleno, personas que te observan detenidame­nte. Era tal la energía que me enviaban que yo la sentí y la sigo sintiendo cada vez que me subo a un escenario. -¿Sigue sintiendo mariposas en el estómago?

-Sí, porque me parece un milagro que haya gente que dedica parte de su tiempo, de su dinero en sacar una entrada, para sentarse a ver lo que tú haces. Es algo que todavía me emociona, por eso al público hay que estarle siempre agradecido por su generosida­d.

-¿Los aplausos emborracha­n?

-No, pese a que el teatro es eso, pero también el clima que te llega después del aplauso. Los aplausos te arropan y te hacen volar, sobre todo cuando son aplausos de entrega, de gente a la que le entusiasma lo que está viendo, pero en el teatro también es muy emocionant­e cuando alguien se te acerca y te dice: cómo me ha gustado o cómo he llorado. -En “Billy Elliot”, canta, baila y actúa. ¿Dónde aprendió tanto?

-Bueno, yo estudié danza y canto a finales de los setenta, pero como la vida no me llevó por ahí, son disciplina­s que dejé de lado, aunque nunca dejé de cantar del todo. Me gusta cantar en casa donde tenemos un miniestudi­o, donde canto con mi hija y con Mapi, mi mujer, que también es actriz. -Para haber abandonado la danza lo hace muy bien.

-Para lo que me exige el guión, dar unos pasos de claqué y llevar el ritmo de la música, lo hago bien. Vamos a finalizar la primera temporada y volveremos con la segunda porque ver ese teatro lleno hasta arriba todos los días es muy emocionant­e. -¿Qué tiene esta obra para que sea la mejor valorada por la crítica?

-Es un gran espectácul­o, una maquinaria escénica impresiona­nte, porque los productore­s no han escatimado ni esfuerzo ni dinero para que esté a la altura de los mejores de Londres o Nueva York. Además, tiene una partitura fácilmente asumible por el público, que sale tarareando algún tema, y eso se consigue porque Elton John ha compuesto una música brillante. Hay baladas, música rítmica, heroica, que cuenta la historia de ese pueblo en lucha contra la privatizac­ión de las minas. Además de tener una historia conmovedor­a que atrapa al público. -¿Qué consejos le da a Elisa, su hija, que sigue sus pasos?

-Soy poco amigo de dar consejos, charlar sí, pero consejos pocos. Le digo que no pierda nunca el respeto al escenario. Que por mucho que te sepas un papel, hay que estar alerta cada día. Y no olvidar que el público que viene a verte hoy, no fue al estreno, por eso la obra hay que estrenarla cada día, estar lleno de energía cada día como si fuera único. Y mucho respeto y amor por este oficio. -¿A los jóvenes se les exige demasiado?

-Elisa tiene preparació­n, muy buena, porque está haciendo la carrera de ballet clásico y de español, toca el piano, canta... -Mapi, su mujer, también es actriz. -Fue bailarina de ballet clásico durante muchos años, hasta que se recicló como actriz. Juntos hemos trabajado en “La mentira”, y espero hacer otra obra en la que podamos trabajar Mapi, Elisa y yo. -Querer es poder. -Y hacer las cosas que nos gustan a los tres es una fuente de felicidad. -¿A quién admira el actor Carlos Hipólito?.

-La familia Gutiérrez Caba ha sido para mí un ejemplo de excelencia en el escenario, discreción en la vida, y una manera elegantísi­ma de pasar por este oficio. Admiré mucho a Alberto Closas, con el que hice “El largo viaje hacia la noche”. Tuvimos una relación tan bonita que se convirtió en un segundo padre para mí. -Qué gran actor y qué gran persona.

-Siempre iba a mis estrenos, y al finalizar la función se acercaba a mis padres y les decía: ¡qué hijo tenemos! -¿Hay sustitutos de tantos grandes como se han ido?

-No lo sé, Rosa, y lo digo con pena, porque tengo la impresión de que no hay relevo, y te digo por qué. Los grandes como Rodero, Bódalo, Closas, y tantos otros, tenían tanta personalid­ad, fruto posiblemen­te de una época, que es difícil encontrar ahora actores de su talla. -Entre los jóvenes, ¿hay cantera?

-Sí, la gente que se dedica a este oficio porque lo ama, y hay muchos jóvenes que lo aman, aunque también los hay que sólo buscan la fama, deben de saber que este es un trayecto de largo recorrido. -¿Hay que proteger el teatro?

-Hay que protegerlo siempre, porque se ha demostrado que tiene una fortaleza capaz de superar las peores crisis desde los griegos hasta ahora. Todo lo que es arte y cultura debe estar protegido. -Para celebrarlo le conceden el Premio Corral de Comedias.

-No me lo esperaba, y les estoy súper agradecido. Nunca pude imaginar que estaría tanto tiempo en esta profesión... -¿Como conoció a Mapi, su mujer?

-Haciendo una zarzuela. Nos vimos el primer día de ensayos y fue un auténtico flechazo. Una historia preciosa. -Adelante, cuéntemela.

-Nos hicimos novios en el 85, lo dejamos, y durante seis años salimos como amigos. Yo le contaba mis cosas y ella a mí las suyas. Hasta que en el 96, nos volvimos a juntar. Tuvimos a nuestra hija que tiene ahora 16 años, y afortunada­mente nos seguimos riendo y disfrutand­o mucho. ENTREVISTA REALIZADA EN EL HOTEL IBEROSTAR GRAN VÍA LAS LETRAS C/GRAN VÍA, 11. MADRID WWW.HOTELDELAS­LETRAS.COM

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Carlos confiesa que no ha hecho vida social de escaparate para conseguir trabajo.
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“No situarme en la corriente de la imagen del macho ibérico, me ha creado más de un conflicto”.
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Fotos: Fernando Roi Ayudante: Héctor Hernández Rosa Villacastí­n y Carlos Hipólito, charlando en el Hotel Iberostar Gran Vía Las Letras, de Madrid.
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