Fugitivos de la civilización
Tras la efímera aventura del Cabaret Voltaire, Hugo Ball y
Emmy Hennings se establecieron cerca de Ascona, en el cantón suizo de Tesino, como parte de la extravagante comunidad de Monte Verità, formada por “fugitivos de la civilización” que han sido con razón considerados los más claros precursores del hippismo y la contracultura de los años 60. En un refugio de la montaña fue donde Hennings escribió Cárcel mientras Ball trabajaba en un breviario sobre Bakunin, que precisamente había pasado sus últimos años no lejos de allí, en Locarno, y describió la zona, desde antiguo asociada a irradiaciones telúricas, como un paraíso. Otro reciente y muy recomendable libro de El Paseo, también traducido por González Viñas, Contra la vida establecida de Ulrike Voswinckel, cuenta la pintoresca historia de una colonia donde confluyeron decenas de artistas, intelectuales y nómadas centroeuropeos, muchos de ellos procedentes del barrio muniqués de Schwabing, que rechazaban las convenciones burguesas y defendieron o pusieron en práctica ideas alternativas. Influidos por los teóricos del anarquismo y por escritores afines como Tolstói o Thoreau, los habitantes del Monte de la Verdad practicaron los hábitos vegetarianos, el naturismo o el llamado amor libre. No reconocían la auto- ridad del Estado ni de las iglesias, abogaban por una existencia sencilla, apegada a la naturaleza, y abrazaron el pacifismo, la pedagogía libertaria y distintas corrientes espirituales. Grandes autores como Rilke, Franziska zu Reventlow o Herman Hesse tuvieron contacto con la comunidad o residieron en sus inmediaciones. Los mismos Ball y Hennings llegaron a ser muy amigos de Hesse –de quien el primero escribió una biografía– aunque no lo siguieron en su fascinación por la India y el pensamiento oriental, pues su evolución, basada en una “religiosidad de la renuncia”, los llevó a un cristianismo heterodoxo –de ahí la definición de Ball como socialista, esteta y monje– que se inspiraba en la tradición primitiva.