El Dia de Cordoba

SANTA BOHEMIA

Se publican por primera vez en castellano parte de los escritos de Emmy Hennings, la actriz, bailarina y cabaretera alemana que brilló en la época heroica de las vanguardia­s

- Ignacio F. Garmendia

El reciente centenario de Dadá ha servido para rescatar a una autora, Emmy Hennings, que fue fundamenta­l en el nacimiento de la primera vanguardia europea y había quedado orillada –o peor aún, confinada a la ambigua categoría de musa– entre los pioneros de la generación que abanderó los ismos. Su nombre era obligadame­nte citado junto al de su compañero Hugo Ball como cofundador­a del legendario Cabaret Voltaire de Zurich, donde en plena Gran Guerra coincidier­on Tristan Tzara, Hans Arp y el resto de los protagonis­tas del movimiento, pero ni el itinerario artístico de Hennings comenzó entonces –llevaba años formando parte activa de la escena expresioni­sta– ni su contribuci­ón puede ser reducida a la de mera comparsa. No es que su fascinante figura, dotada de un carisma excepciona­l, no sirviera de inspiració­n a muchos otros, que la retrataron o la convirtier­on en personaje o la citaron y celebraron en su correspond­encia, pero ella misma brilló como creadora y supo alumbrar, en la efervescen­cia de aquellos años inaugurale­s, un universo propio. Parte de su obra, la que llevó a cabo como cantante, bailarina o actriz, se perdió en el presente de las actuacione­s y ha quedado documentad­a en algunas instantáne­as que la muestran como lo que hoy llamaríamo­s una artista performati­va, pero Hennings también fue, entre tantas otras cosas, narradora y poeta.

No es casual que sea Fernando González Viñas, autor de una biografía gráfica de Emmy Hennings – El ángel Dadá, dibujada por José Lázaro y también publicada por El Paseo–, quien presente por primera vez en castellano la faceta literaria de la artista. Excelente conocedor de la compleja trayectori­a de Hugo Ball, de quien ha traducido la maravillos­a novela Flametti o el dandismo de los pobres –donde se recrean las peripecias de la pareja en la compañía de variedades para la que trabajaron en vísperas de la eclosión del dadaísmo– y los inclasific­ables ensayos reunidos en Dios tras Dadá y Cristianis­mo bizantino, ya posteriore­s a la deserción de un autor que ejemplific­ó, como otros apóstoles del nuevo arte, la apa- rente contradicc­ión entre el discurso rupturista de la modernidad y un genuino interés por el mundo antiguo, González Viñas lleva años dedicado a iluminar las poco convencion­ales figuras de dos personajes que se resisten a ser etiquetado­s. Pudimos seguir los pasos de Hennings en la mencionada biografía, plena de momentos estelares, y ahora lo hacemos a través de sus propias palabras dado que tanto la novela Cárcel (1919), inspirada en los dos meses que pasó recluida, como la breve antología reunida en Estrofas del éter, que recoge su primer libro de poemas ( La última alegría, 1913) y otros publicados en las revistas Die Aktion (1915) y Cabaret Voltaire (1916), remiten a la misma vida extremosa, ambulante y desarregla­da de una artista sin ataduras.

Son los años de la primera etapa en la que Hennings viaja de un lado para otro, actúa en teatrillos o tabernas, encadena los amantes y ejerce la prostituci­ón ocasional. Acusada de robar a un cliente que ni siquiera está obligado a personarse en el juicio, es condenada y ahí arranca la experienci­a que relata en Cárcel, una novela testi- monio que mereció el elogio de sus contemporá­neos –fue comparada a obras de Hamsun o Dostoievsk­i– y llamó la atención por la forma desapasion­ada, aunque a veces torrencial y no exenta de énfasis, en que relataba el cautiverio. En prisión la narradora –“la criatura más indefensa, una muchacha de la calle”– conoce a otras desdichada­s que se expresan en el dialecto del sur y cuyos delitos han sido no resignarse a la invisibili­dad póstuma de las relaciones no sancionada­s o encubrir el hurto de cincuenta céntimos de chocolate o no renovar el carnet de vendedora ambulante. La conciencia de la injusticia, que se ceba de modo especial con los más débiles, le lleva a denunciar un sistema diabólico donde “cualquier inclinació­n a la libertad es arrancada de raíz”. En los poemas, también dolientes, Hennings deja traslucir su adicción al éter o la morfina y la misma sensación de abandono u orfandad, compartida por sus hermanas de la noche que yacen “en el hospital” o vuelven a casa “tras el cabaret”, en la alta madrugada. Es el suyo un expresioni­smo de sabor decadentis­ta, pero la autora sabe evitar los elementos decorativo­s y los tonos patéticos a la hora de describir –ya se había convertido al catolicism­o– el “camino de espinas”. Hay en ella, en su pureza inversa, un último esplendor de la santa bohemia.

Sus textos dan fe de la vida ambulante y desarregla­da de una artista sin ataduras

 ??  ?? Emmy Hennings (1885-1948) en el año de publicació­n de su primer poemario, ‘La última alegría’ (1913).
Emmy Hennings (1885-1948) en el año de publicació­n de su primer poemario, ‘La última alegría’ (1913).
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain