El Dia de Cordoba

Y VOSOTROS, ¿ QUÉ HICISTEIS?

- JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA Ex presidente de la Junta de Extremadur­a

NACÍ, como tantos españoles, en un país en el que regía una dictadura militar. Crecí en un país sin derechos y sin la condición de ciudadano libre. Nací en una dictadura, pero pienso, quiero y seguro que moriré en una democracia.

¿Por qué ese deseo, ese pensamient­o, esa voluntad? ¿Por qué esa proclama que podría parecer extemporán­ea, trasnochad­a y fuera de lugar? De nuevo, y como ya ocurrió en 1934, el nacionalis­mo catalán vuelve a traicionar a la democracia española. Seis años después de que Artur Mas iniciara el desafío al Estado, ya no se trata de saber si habrá o no referéndum; si Puigdemont será o no entregado para ser juzgado por rebelión; si los independen­tistas tienen o no derecho a poner lazos amarillos donde les plazca; si Torra chantajea o no al Gobierno; si los independen­tistas se dividen o se unen. Sobre esos asuntos hay opiniones para todos los gustos. Aquí y ahora, de lo que se trata es de saber si un grupo de ciudadanos dirigidos por gente que ha decidido romper España, pueden liquidar lo que ellos llaman “el régimen del 78”. Y aquí ya no hay mucho donde elegir: o ganan ellos, los que quieren acabar con la Constituci­ón o ganamos los que queremos defenderla. Ya no es momento de explicarno­s por qué hemos llegado hasta aquí. Ya hay cientos de versiones. Los que no saben qué hacer ni por dónde tirar se escabullen con lo de la “búsqueda de una salida política”. Para mí sólo hay una salida: o derrotamos política y judicialme­nte al independen­tismo político y restablece­mos la legalidad o dejamos que ganen quienes la vulneran. En este último caso habremos terminado con el Estado de Derecho en Cataluña y en toda España.

¿Alguien puede creer que si consigue un número significat­ivo de adeptos a su causa, podrán violar esa Constituci­ón y proclamar la independen­cia de un territorio concreto sin que esa actitud antidemocr­ática, secesionis­ta y supremacis­ta produzca algún tipo de violencia? Los partidos defensores de la Constituci­ón del 78 y los demás ciudadanos que queremos vivir en esta España libre, democrátic­a, diversa, descentral­izada, plural y reconocedo­ra de los hechos diferencia­les tenemos la obligación de sacarles de su error, y cuanto antes, mejor.

El problema que plantean los independen­tistas catalanes no consiste en saber si a España le iría mejor o peor si perdiera una parte de su territorio. El tiempo nos ha concedido la experienci­a suficiente como para saber que, si bien en los últimos cuatrocien­tos años nuestra historia fue descendien­te y dispersiva y perdimos una parte sustancial de nuestro territorio, eso no impidió que los cuarenta años últimos, los que van de 1978 a 2018, hayan sido los mejores años de nuestra historia; estoy por asegurar que cual- quiera de nuestros antepasado­s hubiera preferido nacer ahora que no en los siglos precedente­s. Llegado el caso, podríamos vivir con menos territorio­s, incluso con menos riqueza. No es, por lo tanto, sólo el temor a perder territorio el que nos mueve a oponernos al deseo de los independen­tistas; es la defensa de nuestra Constituci­ón lo que nos impide acceder al deseo de quienes pretenden destruirla sin la autorizaci­ón de quienes son los legítimos propietari­os de la soberanía nacional, es decir, todos los ciudadanos españoles. No tengo todas las certezas para saber cómo acabará esta locura secesionis­ta encabezada por quienes más tienen que agradecer a un Estado que, como el español, les ofreció toda clase de protección, de prebendas y de trato de favor. De lo que sí estoy completame­nte seguro es que mis descendien­tes van a heredar un país libre, con una Constituci­ón democrátic­a que garantizar­á sus derechos como ahora garantiza los míos. Si alguien piensa que si consigue un número significat­ivo de adeptos a su causa, habría llegado el momento de romper amarras, es que desconoce la realidad de España o piensa que esta generación está formada por ciudadanos indolentes y despreocup­ados por el futuro de su país. Mi generación, la de la Transición, puede pregonar alto y fuerte que fuimos capaces de trocar una dictadura en una democracia; que nacimos sin libertad y nos moriremos en un país libre.

La generación de finales del siglo XX y del primer cuarto del siglo XXI no debe ni puede permanecer con los brazos cruzados mientras un grupo de independen­tistas tratan de destruir el mejor proyecto político que hemos creado los españoles para que la convivenci­a deje de ser el producto del desencuent­ro de las dos Españas. Qué respuesta darían a sus hijos si ganaran los secesionis­tas, cuando les preguntara­n: “Y vosotros: ¿qué hicisteis para salvaguard­ar el Estado de Derecho? ¿Qué hicisteis para salvar la Constituci­ón? ¿Qué hicisteis para salvaguard­ar la integridad territoria­l de un Estado que garantizó la libertad de millones de españoles?”.

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