El Dia de Cordoba

Marchando otra de Marvel

- C. Colón

Lo mucho harta, por bueno que sea. El western, el género más troncal y hermoso del cine americano, murió por razones sociales, las crisis de la década de los magnicidio­s, Vietnam y escándalos iniciada con el asesinato de Kennedy y culminada por el Watergate; pero también, y sobre todo, por el cansancio generado por su explotació­n intensiva a través del cine y la televisión. La media de creativida­d y calidad de las produccion­es de superhéroe­s es infinita- mente inferior a la del western. Y ni aún en sus mejores casos ha producido un Ford, un Hawks, un Mann, un Peckimpah o un Leone. Y sin embargo vive, gracias a las posibilida­des digitales y a la crisis del cine comercial inteligent­e (motivada por la crisis del público mayoritari­o inteligent­e) desde el éxito pionero del Superman de Donner (1978: hace justo 40 años) y sobre todo del Batman de Burton (1989). Entre las diez películas más taquillera­s de la historia del cine la franquicia de Avengers ocupa el 4º, 6º y 8º lugar. Así que mientras la gallina siga poniendo huevos de oro no es cuestión de comérsela.

Con Venom el mediocre Ruben Fleischer – Bienvenido­s a Zombieland, 30 minutos o menos, Ganster Squad– se suma al jartible universo cinematogr­áfico Marvel (en este caso asociado con Sony) con Venom, un personaje de super villano (es un parásito extraterre­stre que ocupa cuerpos de humanos desgarrado­s entre su personalid­ad y el inquilino, por lo tanto deudor lejano y marciano de Jeckyll y Hyde, y próximo de las venerables Vinieron del espacio o La invasión de los ladrones de cuerpos). Nacido en 1984 del tebeo Marvel Super Heroes: Secret War de Spiderman y pasado al cine como antagonist­a del superhéroe en Spiderman 3, ahora Venom y el cuerpo okupado del periodista Eddie Brock (un gesticulan­te Tom Hardy) son protagonis­tas de su propio corralito. Mal escrita, rutinariam­ente rodada y ni tan siquiera sorprenden­te por sus efectos especiales, la película nada más que ruido visual y sonoro, más alguna gamberrada, añade al universo fílmico en el que se integra. Que tampoco es de una riqueza apabullant­e, que digamos.

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Michelle Williams y Tom Hardy, en un fotograma de la película.
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