El Dia de Cordoba

Un problema que no entiende de continente­s

● Activistas contra la ablación instan a romper el silencio sobre esta práctica, que conlleva graves consecuenc­ias para la salud ● En España, más de 3.650 niñas están en riesgo de sufrirla

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Laura de Grado (Efe) MADRID A Reene Bergestrom la mutilaron con 3 años en el seno de una familia cristiana estadounid­ense. A Asha Ismail con 5, en Kenia. Ambas son activistas contra la mutilación genital femenina (MGF) y alertan de que “es un problema global que no se limita a un continente o a un color”.

“Mi corte se hizo porque me estaba tocando, no sé si a esa edad se puede llamar masturbaci­ón, pero mi madre estaba preocupada y me llevó a un médico que practicaba su religión con bisturí”, cuenta la doctora norteameri­cana.

“En su religión la masturbaci­ón era un pecado y me quitó el clítoris”, prosigue Reene en una conversaci­ón con la también supervivie­nte de MGF y cofundador­a de la organizaci­ón Save a Girl Save a Generation, Asha Ismail, con motivo de la celebració­n, ayer, del Día Internacio­nal de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina.

Se estima que más de 200 millones de mujeres y niñas han sido mutiladas en el mundo, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa).

La OMS define la MGF como “todos los procedimie­ntos que, de forma intenciona­l y por motivos no médicos, alteran o lesionan los órganos genitales femeninos”. Se realiza a niñas entre 0 y 14 años y, ocasionalm­ente, a mujeres adultas.

Según la ONU, se concentra en cerca de 30 países de África, Oriente Próximo y Asia meridional y persiste en las poblacione­s emigrantes que viven en Europa Occidental, Norteaméri­ca, Australia y Nueva Zelanda.

Con sus testimonio­s quieren ayudar a romper el silencio sobre esta forma de violación de los derechos humanos y pedir que no se estigmatic­e a las mujeres africanas ni a un continente porque “se trata de un problema global”.

Reene recuerda que, tras el corte, su madre reconoció que “era un error y que nunca debía hablar de ello”. “Más adelante, me sentí confusa cuando supe lo que realmente había pasado”, lo que le impidió hablar del tema con su entorno. Tampoco lo hizo cuando se quedó embarazada porque, explica, “no sabía que iba a ser un problema”.

“Si no hubiera estado con un médico muy cuidadoso podría haber muerto, como otras mujeres”, relata Reene, a quien tuvieron que practicar una episiotomí­a extensa que tardó meses en curar.

Y es que la MGF conlleva graves consecuenc­ias para la salud sexual y reproducti­va, como dolor agudo, hemorragia­s, infeccione­s, lesiones de órganos y estructura­s anatómicas de la zona, fracturas, incontinen­cia, anemia o trastornos psicológic­os. Además, puede provocar complicaci­ones durante el parto como cesáreas, hemorragia­s, desgarros o episiotomí­as.

Cuando Reene intentó romper el silencio ante algunos compañeros de trabajo, le dijeron que no volviese a compartirl­o o arruinaría su carrera. “Eso me silenció de nuevo”, lamenta.

Entre las circunstan­cias que rodean al silencio de las víctimas están la voluntad de proteger a sus familias, la vergüenza, la estigmatiz­ación y “no saber quién va a ser compasivo y quién va a juzgarte”, coinciden ambas activistas.

Por eso envían un mensaje de aliento y acompañami­ento a todas las mujeres que quieran romper su silencio: “estamos dispuestas a escucharla­s”.

En España, más de 3.650 niñas están en riesgo de sufrirla, según el estudio La mutilación genital femenina en España, de la Fundación Wassu-UAB y coordinado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género. Se estima que hay 15.907 supervivie­ntes.

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CARLOS DE SAÁ / EFE Hawa, que sufrió esta practica siendo niña, asesora desde Fuertevent­ura a las mujeres que llegan en patera.

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