Gendarmes de internet
Vaya por delante que el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América nunca ha sido santo de mi devoción. Desde su aparición en política he visto en él maneras de nuevo rico caprichoso y tramposo, un malcriado. Sus formas han sido en infinidad de asuntos de vergüenza ajena, aunque como todo en esta vida, haya tenido también sus aciertos. Me extrañó y me sigue causando asombro que el Grand Old Party, con sus ciento sesenta y seis años de vida, haya sucumbido a este personaje sin categoría, que encarna a la perfección aquella célebre descripción de Cocó Chanel: “no es la apariencia, es la esencia; no es el dinero, es la educación; no es la ropa, es la clase”. En el caso que nos ocupa, como en el de tantos otros potentados, ni encuentro esencia, ni educación ni por supuesto, clase alguna.
Dicho esto, que se le hayan suspendido sus cuentas en determinadas redes sociales por sus manifestaciones en ellas, no lo comparto. Y por diversos motivos. El primero guarda relación con su libertad de expresión, que, a pesar de no ser nunca ilimitada, debe ser ponderada llegado el caso con otros derechos y deberes por quien corresponda, que es el juez aquí y en cualquier otro lugar ejecutando la ley. Si se produce un abuso de ese básico derecho fundamental, los ordenamientos poseen herramientas para atajarlo. Además, tampoco puede aducirse aquí el derecho de admisión de la aplicación a su uso por terceros incumpliendo supuestamente sus reglas, porque los regímenes jurídicos suelen contemplar también limitaciones a tal derecho, entre otras la prohibición de discriminación por motivos ideológicos. Y no digamos la palmaria arbitrariedad de suspender una cuenta a alguien y no hacerlo con quien hace lo mismo en sentido contrario, porque no hace falta recordar la incitación al odio que vomitan a diario en las redes determinados líderes políticos, internos y externos, sin que se les cancele su perfil. Juan García (correo electrónico)