El Dia de Cordoba

Gatsby observa de nuevo la luz verde

● El clásico de Francis Scott Fitzgerald regresa a las librerías dentro de la colección ‘Letras Universale­s’ de Cátedra ● El profesor Juan Ignacio Guijarro es el responsabl­e de la edición

- Braulio Ortiz

Cuesta creer, por la poderosa huella que ese texto ha dejado en la historia de la literatura y en el cine, que Francis Scott Fitzgerald muriese en 1940 dolido por el fracaso que había sido El gran Gatsby,

una obra citada hoy a menudo como cumbre de la narrativa pero que en el momento de su publicació­n, 1925, tuvo una tibia acogida, y que por un tiempo pareció predestina­da al olvido: cuando falleció su creador no se encontraba en ninguna librería.

“La novela no fue entendida”, señala el profesor de la Universida­d de Sevilla Juan Ignacio Guijarro González, responsabl­e de la edición que lanza Cátedra de este clásico en su colección Letras Universale­s. “Hay quien pensó que se trataba de un paso atrás en la carrera de Fitzgerald, que cinco años antes, con su primera novela, se había convertido en toda una estrella. Esa fue una de las tragedias que llevó a cuestas: que la que creía con razón su obra maestra nunca fue apreciada mientras él vivió”, valora el especialis­ta, que añade que el autor de Suave es la noche se fue del mundo por culpa de un infarto viendo cómo ese muchacho al que había ayudado en sus comienzos, Ernest Hemingway, “era respetado y admirado mientras él moría casi en el olvido”.

Guijarro sostiene en la completa introducci­ón que firma del libro que la “azarosa” historia personal de Fitzgerald a menudo eclipsó su obra. El estadounid­ense se inspiró sin disimulo en muchas vivencias, propias y de su esposa Zelda, “y eso le pasó factura”, opina el investigad­or, “porque mucha gente confunde a los personajes con él, y cuando se habla de Fitzgerald se incide en el cliché de artista autodestru­ctivo, romántico y bebedor. Algo de eso había, sí, pero ese retrato olvida que estamos ante el gran orfebre de la palabra, ante uno de los narradores más grandes que uno puede encontrars­e”, lamenta el profesor.

Porque Fitzgerald, que curiosamen­te compuso “poemas muy pobres, sorprende en alguien que veneraba a Keats que hiciera una poesía tan pedestre”, alcanzó en sus novelas y relatos un estremeced­or lirismo. “Tiene frases en su prosa que son una belleza. El final de El gran Gatsby, por ejemplo. Yo le pongo de ejemplo a mis alumnos esa página. Tiene tantas imágenes, tantos hallazgos, que es pura poesía”, dice Guijarro.

Ese estilista privilegia­do tuvo también otra virtud notable, la de saber tomar el pulso de su tiempo. Nadie como él plasmó los fascinante­s y convulsos años 20, un período en el que la mujer empieza a liberarse, se instaura la ley seca y las ambiciones y el progreso configuran un mundo voraz y próspero, en el que fluye también, en la música, en la literatura y en otras artes, una electrizan­te energía creativa. “Nick, el narrador de El gran Gatsby, habla al principio del libro de los sismógrafo­s y los terremotos. Pues Fitzgerald era un poco así: registraba los movimiento­s que había a su alrededor, percibió como nadie el espíritu de su época. Su primera novela, A este lado del paraíso, lo convierte casi en el portavoz de su generación, como pasó luego con Dylan en los 60. Él se da cuenta de que los jóvenes quieren dejar atrás la I Guerra Mundial, pero al mismo tiempo no pueden, porque el conflicto ha causado heridas muy profundas”, analiza Guijarro, antes de añadir que “es Fitzgerald el que supuestame­nte acuña ese nombre de la era de jazz, aunque al parecer no sabía mucho de esta música”.

Pocas obras, también, han captado con tal maestría el espejismo del sueño americano y la fascinació­n con que observamos el dinero. Guijarro evoca en el prólogo un episodio que marcó, según los biógrafos, al narrador: Ginevra King, una joven de familia acaudalada, lo rechaza en sus años de estudiante, y un familiar de la muchacha asegura que “los niños pobres no debieran pensar en casarse con niñas ricas”. Fitzgerald se convertirí­a en el autor mejor pagado de su país, pero “nunca llegó a superar esas cuestiones de clase y tuvo una relación complicada con el dinero, que él y Zelda despilfarr­aron”, explica Guijarro. Proceder de “una familia de clase media venida a menos” no fue el único complejo de una persona “muy insegura”, que se sentía “intelectua­lmente pobre” –no le ayudó coincidir en Princeton con el reputado crítico Edmund Wilson, que pese a ser su amigo no tuvo reparos en declarar en sus reseñas que Fitzgerald “carecía de ideas”– y tampoco se encontraba cómodo con su físico. “Cuando coincidía con Hemingway, el estereotip­o de hombre rudo, hipermascu­lino, se sentía intimidado”, cuenta Guijarro.

Para el investigad­or, aunque asociemos el enigmático perfil de Jay Gatsby a actores como Robert Redford o Leonardo DiCaprio, celebridad­es que han reforzado el carácter icónico del personaje, ninguna de las versiones cinematogr­áficas “ha hecho justicia al original. Es una novela compleja en el fondo y en la forma, muy lírica, con una trama mínima pero con un montón de matices. Ningún director puede hacer nada frente a eso. Hay que acudir al libro para entender su grandeza”, concluye Guijarro sobre una obra que en esta edición ha sido traducida por María Luisa Venegas Lagüéns.

Fitzgerald murió con la convicción de que la que creía su obra maestra habia sido un fracaso

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M. G. Juan Ignacio Guijarro, fotografia­do junto a las tumbas de Francis Scott Fitzgerald y su esposa Zelda.
 ?? PARAMOUNT ?? Un cartel de la versión de la novela que dirigió Herbert Brenon en 1926.
PARAMOUNT Un cartel de la versión de la novela que dirigió Herbert Brenon en 1926.

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