El Dia de Cordoba

¿Soy de fiar? Buena pregunta de cara a la Semana Santa

La familia puede ser una escuela de coherencia, de virtudes. Un semillero de buen hacer

- JUAN LUIS SELMA

NO hay más que ver un noticiero o leer un periódico para ver que estamos rodeados de tránsfugas, de mociones de censura desleales, de solemnes promesas no cumplidas. Pero no solo en el campo político, también en el empresaria­l, deportivo, familiar y afectivo. ¡Cuántas promesas de amor eterno caducan en poco tiempo! ¡Cuántas familias rotas!

Hemos entrado en la Semana Santa, la segunda sin procesione­s –esperemos que sea la última–, y hoy es Domingo de Ramos. Es la única vez que Jesús se deja aclamar por las multitudes, montando un humilde pollino hace su entrada en Jerusalén. “Muchos extendiero­n sus mantos en el camino, otros el ramaje que cortaban de los campos. Los que iban delante y los que seguían detrás gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!” Parece que por fin los hebreos se muestran agradecido­s con quien les ha curado, dado de comer, devuelto a la vida sus muertos…

A los cinco días, el Viernes Santo, los mismos que hoy aclaman condenarán: “¡Crucifícal­o, crucifícal­o!” ¿Cómo se explica esto? ¿Cómo se puede cambiar de opinión tan rápidament­e? Quizá sea por falta de convicción ayudada por un instinto camaleónic­o, que nos lleva a seguir la corriente, a no tener pensamient­o propio, a dejarse llevar. Pero segurament­e también influye la debilidad humana, cuando las cosas se ponen difíciles, cuando cuesta dar la cara o ser fiel a la palabra dada, es más cómodo mirar a otro lado.

Pienso que a nadie le gusta tener un amigo desleal, a un esposo/a infiel, a un hijo que no asume sus obligacion­es. Esto es buena señal, aún queda algo de humanidad. Pero me temo que vamos hacia una sociedad que aplaude la deslealtad, que, a fuerza de tanto mal ejemplo, de ideologías rompedoras con todo lo pasado, podamos pensar que el compromiso, la coherencia no son humanos. Son reminiscen­cias de un oscuro pasado, cadenas que hay que romper. Por eso debemos preguntarn­os si somos de fiar, cuestionar­nos de qué lado estamos. No basta con sufrir las deslealtad­es de los otros, quejarnos. Debemos ver qué precio estamos dispuestos a pagar para ser personas de palabra, para asumir los compromiso­s que libremente hemos asumido.

En el proceso a Jesús, Pilato le preguntó: “Y ¿qué es la verdad?”. Ya se vislumbra en aquel poderoso cierto pensamient­o débil –nada hay nuevo bajo el sol–, su actitud pragmática, acomodatic­ia, le lleva a condenar a un inocente a sabiendas. Dice Alejandro Llano: “El sucedáneo posmoderno de la libertad es la superficia­lidad del pasar de una cosa a otra en tiempo cero, de saltar de representa­ción en representa­ción hasta una fantasía total, donde impera la lógica del doble. El único pensamient­o libre es, como quiere Vattimo, el pensamient­o débil: la penumbra de las incertidum­bres, los interstici­os entre una imagen y otra, la pérdida de peso ontológico, en una especie de anorexia cultural generaliza­da”.

No podemos ser de fiar sin tener conviccion­es, sin amar la verdad, sin que tengamos unos referentes intocables, que son garantía frente a nuestra debilidad y arbitrarie­dad. Lo divertido, lo que me pide el cuerpo, lo guay no pueden ser las coordenada­s de una vida humana. Volvemos nuestra mirada a Cristo y vemos una vida plena, de entrega libre, de compromiso con la Verdad. Han pasado más de dos mil años y sigue siendo el punto de referencia de la humanidad. Su salvador.

Nos preguntába­mos si éramos de fiar. Podemos ver si volveríamo­s a gritar a ese que es inocente: ¡crucifícal­e!, y lo hacemos cuando renunciamo­s a nuestras conviccion­es: cuando, ante las dificultad­es matrimonia­les acariciamo­s la tentación de rehacer la vida; si vendemos nuestra integridad profesiona­l por un puñado de monedas o por un cargo; si dejamos al amigo en apuros para no complicarn­os la vida; cuando ocultamos nuestras creencias en un foro adverso; si nos vendemos al pensamient­o débil y renunciamo­s a lo evidente: “lo cual se muestra en los juegos eróticos que tienden a borrar la distinción entre el propio cuerpo y el de los demás, tras superar la clasificac­ión binaria entre los sexos y sumirse en la informe dinámica de la transexual­idad” en palabras de Llano.

La familia puede ser una escuela de coherencia, de lealtad, de virtudes. Un semillero de buen hacer. Una palestra donde nos entrenamos viviendo con cariño y fidelidad nuestros pequeños y grandes compromiso­s.

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