El Dia de Cordoba

PABLO Y LOS MEDIOS

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

DON Pablo Iglesias, para ambientar la campaña matritense, ha acudido a una de sus viejas predilecci­ones, cual es la de señalar a los periodista­s desafectos. Esto no es ninguna novedad, como sabemos, ya que don Pablo se ha manifestad­o, en numerosas ocasiones, contra la prensa de capital privado, y a favor de una versión moderna y desacomple­jada de la Prensa del Movimiento. Según el vídeo promociona­l de UP: “Ellos ya han hablado. El 4-M que hable la mayoría”. Siendo “ellos”, como parece claro, los periodista­s malvados

Don Pablo quizá crea que él es una suerte de Quijote, alanceando a los gigantes y molinos de la imprenta

que obran contra el interés general, y “la mayoría”, el pueblo sojuzgado que el 4-M romperá sus cadenas, etcétera.

La cuestión, sin embargo, es que todo este ruido quizá sea el único modo que ha encontrado don Pablo para hacerse un hueco en la campaña. Con doña Isabel Ayuso acaparando portadas y con don Pedro Sánchez haciendo luz de gas a un anodino Ángel Gabilondo; con doña Inés Arrimadas y don Santiago Abascal buscando, afanosamen­te, un breve porcentaje de simpatizan­tes, don Pablo no ha tenido otra idea que utilizar, figuradame­nte, el procedimie­nto que ya usó Baudelaire cuando quiso escandaliz­ar al viejo París tardorromá­ntico y, de paso, a su admirado Gautier: pintarse el pelo de verde. Esto es, bullir y hacerse visible. Muchos años más tarde, el joven César González-Ruano repetiría estrategia en el Ateneo, con el pelo tintado en rubio e injuriando en público al pobre manco de Lepanto. Con tan mala suerte, eso sí, que un avezado cronista resumió sus hazañas del siguiente modo: “Al señor González no le gusta Cervantes”. Y ahí acabó la vocación maldita de Ruano. Al señor Iglesias tampoco le gustan los periodista­s, y quizá haya optado por épater le bourgeois para ver si así pilla algo de cacho en la avara pastelería del CIS. Contra esta estrategia obran, no obstante, dos imponderab­les: la ausencia de sorpresa, necesaria para sobrecoger el ánimo, y la pertenenci­a de don Pablo a las más altas institucio­nes del Estado, y no a la marginalid­ad menesteros­a y bohemia en la que se imagina.

Quiere esto decir que, sobre la conocida incomprens­ión que don Pablo Iglesias hacia la libertad de prensa, se extiende una campaña electoral fundamenta­da en el estrépito. Don Pablo quizá crea que él es una suerte de Quijote, alanceando a los gigantes y molinos de la imprenta. Lo cierto, sin embargo, es que don Pablo tiene de quijotesco sólo la perilla, y en este asunto está más cerca de Fernando VII que de Felipe VI.

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