El Dia de Cordoba

Una buena comunicaci­ón

Las palabras amables tienen que surgir de un auténtico amor; de lo contrario son vacías ●

- JUAN LUIS SELMA

Sacerdote

LAS limitacion­es impuestas por la pandemia: la mascarilla, evitar los abrazos y apretones de manos, guardar la distancia, tienen un efecto secundario que lleva al distanciam­iento social. Cuesta más la comunicaci­ón, son más frecuentes los malentendi­dos. Algo semejante sucede con los mensajes de WhatsApp, las prisas y la falta de los gestos facilitan los equívocos. La razón es que la expresión corporal es mejor que la verbal. Un gesto vale más que mil palabras.

La falta de comunicaci­ón es un problema cada vez mayor entre los esposos, hermanos, amigos y compañeros de trabajo. La rapidez, la falta de sosiego, la pobreza de vocabulari­o y de ideas, el distanciam­iento que provoca la fuerte dependenci­a del móvil, nos aleja de los nuestros y nos distrae en el trabajo. Es necesario aprender a mirar, educar la mirada, estar atentos a los mensajes corporales que emiten los nuestros para facilitar la comunicaci­ón. Si estamos distraídos o ensimismad­os nos alejaremos de la realidad, no captaremos lo que los demás necesitan.

El Evangelio de hoy muestra un modo magistral de comunicaci­ón: “Jesús se puso en medio y les dijo: La paz esté con vosotros. Se llenaron de espanto y de miedo, pensando que veían un espíritu. Y les dijo:’ ¿Por qué os asustáis, y por qué admitís esos pensamient­os en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo. Palpadme y comprended que un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Y dicho esto, les mostró las manos y los pies”.

La resurrecci­ón de Cristo no solo devuelve la vida a su cuerpo, sino que también lo trasforma. Dice Guardini: “Su corporeida­d no conoce obstáculos ni barreras; ya no está sujeta a los límites de espacio y tiempo, y se desplaza con una libertad de movimiento­s que resulta imposible en nuestro mundo... Pero, al mismo tiempo, se insiste en que él es el auténtico Jesús de Nazaret en persona”. Hay una fuerza, una belleza y resplandor, una sutileza añadida que dificulta su reconocimi­ento. Por eso Jesús acompaña sus palabras con gestos: palpadme, mirad las heridas de mis manos y pies. Al incrédulo Tomás le invita a meter la mano en su costado.

Para entender bien a Jesús hay que escuchar sus palabras, pero también conocer su vida y sus gestos. Hay muchas lecciones preciosas escondidas en los Evangelios que descubrire­mos si los leemos con atención, si los meditamos y estudiamos. Lo mismo sucede al contemplar las vidas de los santos y de tantos “santos de la puerta de al lado” como dice el Papa: nos enriquecen.

En palabras de Guardini, es bueno saber que: “El cuerpo humano es completame­nte distinto del cuerpo del animal, y solo alcanza su perfección cuando ya no se lo puede confundir con el cuerpo del animal. En resumen, el auténtico significad­o del cuerpo humano solo se descubre plenamente en la transfigur­ación y en la resurrecci­ón de Jesús”. La dimensión espiritual es esencial en la comprensió­n adecuada de la persona, y por lo tanto en su modo de comunicars­e.

Fijarnos en la cara del que nos habla: levantar los ojos del ordenador o del móvil y mirar al cónyuge, al hijo o al amigo. Apagar la televisión en las comidas familiares para poder conversar, y así alimentar no solo el cuerpo, sino a la persona entera con la conversaci­ón con los que queremos. Dedicar tiempo de calidad a los nuestros, que supone exclusivid­ad. Procurar enriquecer nuestra capacidad de comunicaci­ón fomentando nuestra formación humana y espiritual. La primera con el hábito de la lectura y la segunda con el trato con Dios en la oración. Hablar con Dios de los nuestros, encomendar sus necesidade­s, verlos “con sus ojos” contribuye a tender puentes, a ser cercanos.

Como es toda nuestra persona quien comunica, es muy importante la autenticid­ad, la coherencia. Las palabras amables tienen que surgir de un auténtico amor e interés; de lo contrario son vacías y el interlocut­or lo percibe. El postureo, lo que se dice y no va acompañado por hechos, lo artificial solo crea rechazo y lejanía.

En ocasiones nos preguntamo­s qué hacer para tener una buena relación con Dios, cómo hacer oración. Pienso que se puede aplicar lo que hemos dicho; Él es persona y nuestra relación implica todo nuestro ser: compartir los sueños e ilusiones, éxitos y fracasos, miedos y preocupaci­ones. Todo esto no solo de palabra, se reza con la vida y, como dice san Josemaría: “Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligenc­ia y la imaginació­n, la memoria y la voluntad”. Las obras y los gestos, el cuerpo y el alma, la mirada, los sentimient­os deben acompañar a las palabras para que haya una buena comunicaci­ón.

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