El Dia de Cordoba

NI HAY FONDOS PARA TODO NI SE PIDEN BIEN

- MANUEL CAMPO VIDAL

NO hay conversaci­ón política, social o empresaria­l en España que, al hablar de dificultad­es, no incluya esta frase ya tópica: “Ahora, con los fondos europeos que vienen ...” Los reclaman artistas, camareros, agricultor­es, profesores, alumnos, artesanos, deportista­s, políticos y consultore­s especializ­ados en vender humo. Sin embargo, los fondos europeos de recuperaci­ón pueden generar una gran decepción; como la de los habitantes de Villar del

Río, cuando, en la película de Luis Berlanga Bienvenido, Mister Marshall, la caravana de coches pasó de largo y solo dejó frustració­n.

Es cierto, como dice Pedro Sánchez, que estamos ante el Presupuest­o de ayuda más alto de nuestra historia y que tras esa aportación puede salir España cambiada. Pero no hay que darlo por hecho. Porque España es uno de los países que peor ejecuta las ayudas europeas, como denunció en el Foro Next Educación, el profesor Luis Garicano, eurodiputa­do de Cs. Una tristeza. Hay programas de fondos Feder de los que solo se alcanza el sesenta por ciento, o incluso menos. El resto nunca llega a España. O los fondos se piden mal, o se reclaman para asuntos que no correspond­en, o se aplican con desviación de objetivos. (Confieso mi perplejida­d la pasada semana en Zamora cuando tres personas bien informadas de la provincia me aseguraban que alguna partida de fondos del programa europeo Interreg, de aplicación solo en territorio­s fronterizo­s, se había quedado en Valladolid en su viaje desde Bruselas). Pregunten en Castilla y León por el centralism­o de Valladolid; o en Aragón por el de Zaragoza.

Pero tampoco hay demasiada confianza en que el Gobierno tenga en cuenta para la adjudicaci­ón de esos fondos, todos los desequilib­rios que malviven en la sociedad española. Existe desigualda­d económica, como la hay de género, pero también desigualda­d territoria­l. Persiste, después de casi medio siglo de democracia, la injusticia de la dictadura que condenó a unas provincias a ser subsidiari­as de otras. La España hoy despoblada aportó mano de obra para el desarrollo de Cataluña, Madrid, Valencia y el País Vasco, preferente­mente. Hoy envía sus jóvenes mejor formados a los mismos destinos; y los que allí no caben, emigran al extranjero, como hicieron sus padres o abuelos. Al llegar la tecnología de producción hidroeléct­rica, esa España interior, además, aportó sus valles para que se inundaran, con reducidas indemnizac­iones pagadas con años de retraso. Hoy se reclaman sus campos para instalar miles de hectáreas de placas fotovoltai­cas para producir electricid­ad limpia, sin atender al patrimonio paisajísti­co que se destruye, como denuncia Teruel Existe. La democracia no puede castigar a esos territorio­s como la dictadura.

Inquieta la insensibil­idad con la que altos funcionari­os del Estado conversan sobre esta “división social” entre provincias, que se da por inamovible. Cuando se anuncian grandes inversione­s, a cuenta de esos fondos, para aplicar en centros industrial­es ya consolidad­os, se ignora a la España marginada y se profundiza la desigualda­d territoria­l del país. La España urbana debe atender la reclamació­n de la España rural de la que, en última instancia, depende para su alimentaci­ón y para su salud medioambie­ntal, como acaba de demostrars­e en la pandemia. Es imprescind­ible una transición energética, pero también una transacció­n justa entre provincias

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