El Dia de Cordoba

Encuentros, gestos y detalles de un funeral

La ceremonia en honor del duque de Edimburgo permitió que pudieran verse otra vez juntos a los hijos del Príncipe de Gales ●

- DIEGO J. GENIZ

LA hora –en plena somnolenci­a tras el almuerzo– resultaba un poco extraña para ceremonias, pero la ocasión lo merecía. Desde 2002 no se vivía en la casa real británica un funeral como el que se organizó el sábado por la muerte del duque de Edimburgo, un acto bastante condiciona­do por las restriccio­nes sanitarias a causa de la pandemia. Como les comentaba, me costó lo suyo no dejarme tentar por Morfeo en esa franja horaria, pero todo atisbo de sueño desapareci­ó cuando en la pantalla de mi ordenador observé el cortejo fúnebre que acompañaba al féretro del que había sido durante más de 70 años el marido de la Reina Isabel II, personaje indiscutib­le de la historia contemporá­nea.

Hace casi dos décadas los ingleses despedían a la Reina Madre, quien conformaba, junto a la princesa Margarita, el núcleo duro y de plena confianza de la monarca británica. Tras la pérdida de las dos, el duque de Edimburgo se había convertido en el gran pilar de Isabel II para afrontar los avatares de una casa real que sigue siendo el principal referente de las monarquías europeas y protagonis­ta de innumerabl­es portadas desde que la hija de Jorge VI ocupó el trono.

En esta ocasión el funeral del consorte de la reina venía precedido de la polémica entrevista que los duques de Sussex habían concedido a Oprah Winfrey al otro lado del Atlántico, de ahí que desde Buckingham Palace se hiciera todo lo posible para que este asunto no acaparase demasiado la atención. Los dos hijos de Diana de Gales apareciero­n en la comitiva fúnebre separados por el primo de ambos, Peter Phillips.

La ceremonia se desarrolló en la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor. En su elegante sillería tomaron asiento los únicos 30 invitados al funeral, entre los que destacaron dos importante­s ausencias. Por un lado, la del primer ministro británico, Boris Johnnson, quien –ante las limitacion­es de aforo por el Covid– prefirió no acudir para que su lugar fuera ocupado por un familiar. Y por otro, la de Meghan Markle, la esposa de Harry, a quien los médicos le aconsejaro­n que, debido a su avanzado estado de gestación, no se desplazara a Londres.

Su ausencia, en cierta forma, ha sido tomada por los expertos en realeza como un “alivio” para los Windsor, que han intentado “encajar” de la manera más elegante y discreta la presencia del duque de Sussex tras las controvert­idas declaracio­nes en las que no dejaba en muy buen lugar a la casa real británica (con veladas acusacione­s de racismo) y, especialme­nte, a su padre y hermano. El hijo pequeño del Príncipe de Gales apareció en la bancada donde se sentaron la reina, el príncipe Andrés (al que su relación con el escándalo del caso Epstein no le supuso impediment­o alguno para que se le viera a pocos metros de la monarca), la princesa Ana y su marido Timothy Laurence. En la contraria se encontraba­n Carlos de Inglaterra y su esposa, la duquesa de Cornualles, la única que, por cierto, se atrevió a lucir en la reglamenta­ria mascarilla negra un discreto estampado dorado; y los duques de Cambridge, el príncipe Guillermo y una elegantísi­ma Kate Middleton.

Hubo que esperar al término del funeral –cuando el protocolo se había relajado (sólo un poco)– para ver una imagen de los dos hermanos (Guillermo y Harry) juntos, una vez abandonada la capilla real. Quizás sea una de las escenas más esperadas tras los ríos de tinta (perdonen la tópica expresión) que han corrido el último mes a raíz de la sonora entrevista. O tal vez fuera la última voluntad de Felipe de Edimburgo de ver a sus dos nietos unidos (al menos de cara a la galería), los mismos a los que acompañó en aquel verano de 1997 tras el féretro de su madre, uno de los más importante­s gestos que se recuerdan de quien consideran ejemplo perfecto de consorte real.

Pero como saben que soy de fijarme en los detalles (es lo que más define a una persona), les subrayaré varios. Por un lado, el atuendo de la duquesa de Cambridge, formado por un vestido y abrigo que acababa en lazada. Uno de los complement­os que no pasó inadvertid­o fue el collar de cuatro vueltas formado por perlas japonesas y broche de brillantes, que lució Isabel II en varias ocasiones (la última vez por los 70 años de su matrimonio) y la madre de su marido, Diana de Gales. Los pendientes iban a juego. Un conjunto que era muy habitual en los duelos franceses, ya que las perlas aportan luz a una indumentar­ia tan oscura. Y, por otro, las fresias que formaban parte del centro de flores que acompañaba al féretro. Una especie que, en el lenguaje simbólico, significa tranquilid­ad y protección, dos palabras clave que resumen el papel del marido de Isabel II en su largo servicio a la corona.

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EFE / NEIL HALL Retrato del duque de Edimburgo junto al Castillo de Windsor.
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GTTY El atuendo de luto que lució la duquesa de Cambridge.
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