El Dia de Cordoba

Marie Kondo nunca viajó en un Simca

● El Premio Primavera reconoce ‘Los ingratos’, un sentido viaje a la España de los 70 del periodista Pedro Simón ● El Premio 25 Primaveras distingue la inventiva audaz del joven Dimas Prychyslyy

- Braulio Ortiz Pedro Simón Periodista y escritor

Dimas Prychyslyy Narrador y poeta

Existía una creencia casi viscosa de que si te ibas del pueblo triunfabas, quedarte era un fracaso”

Hoy no se puede escribir como en el siglo XIX. Yo me considero un hijo de mi tiempo”

Hubo un momento en el que el periodista Pedro Simón (Madrid, 1971) necesitó volver la mirada atrás y recrear su infancia como hijo de una maestra rural. Para revivir ese pasado, para escribir, como apuntó su admirado Héctor Abad Faciolince, “la carta a una sombra” que es todo ejercicio de memoria, recorrió aquellos pueblos a los que la familia llegaba en un Simca 1200 y en esos escenarios aquel tiempo perdido recobró sus contornos: las canciones de Víctor Jara y “la banda sonora de la felicidad”; ese menú en el que no faltaban los sesitos, que tenían “mucho alimento y hierro y vitaminas”; esa España que “iba a mejor”, en la que la gente “estaba a punto de comprarse una parcela de fin de semana”. Así surgió Los ingratos (Espasa), la novela con la que Simón ha ganado el Premio Primavera, un emocionant­e retrato de la niñez que es ante todo un homenaje a esas mujeres que cuidaron a toda una generación y a las que, empeñados en dejar atrás el terruño y prosperar en una gran urbe, muchos abandonaro­n sin agradecer su esfuerzo.

El autor terminó la redacción del libro antes de que estallara la pandemia, y al releerlo semanas más tarde, con la sociedad ya en cuarentena, descubrió que esa ficción autobiográ­fica dialogaba con el momento que se vivía. Que la señora Emérita, Eme, esa mujer semianalfa­beta que cuida al hijo de la maestra, representa­ba a “toda esa gente que ha muerto sin que le hayamos dado las gracias, sin que le hayamos dado un último abrazo, que se ha ido sin que nosotros hayamos estado ahí”.

En su obra, Simón reivindica esa sabiduría de la gente que no ha podido formarse. “El niño le enseña a leer y a escribir a esa mujer sorda y semianalfa­beta, pero, a medida que avanza la historia, uno comprende que es ella la que ha enseñado más cosas, y no sólo al hijo, también a la madre”, resume Simón. “Tengo un amigo que dice que Los ingratos es la historia de una familia en un medio rural que está condenada, y subrayo lo de condenada, a terminar en la ciudad. Existía una creencia casi viscosa de que tenías que irte a Madrid, Barcelona o Sevilla para triunfar, si te quedabas te rodeaba el halo del fracaso”, comenta el narrador, que cree que fueron personajes como Eme, “mujeres rurales sobre todo, las que pusieron las piezas para que los demás pudieran permitirse irse y progresar. Lo veo en Galicia, por ejemplo, en gente que se pasa cuarenta años en el mar, que no ha salido de su pueblo, que se ha deslomado para que su hijo pudiese irse a la ciudad. Y ocurre algo muy triste: que ese hijo llega tarde al cementerio el día del entierro de su padre”.

Entre otros temas, Los ingratos reflexiona sobre cómo “la memoria de la infancia” marca “más que la vacuna de la tuberculos­is”, su cicatriz resulta más profunda. “Uno no es de Madrid, uno es de su niñez. Y eso es una putada, porque cuando uno es de un territorio puede volver, pero cuando perteneces a tu infancia, a unos años concretos, podrás viajar a Sri Lanka, por ejemplo, pero no podrás viajar ahí, y eso es un drama”, opina Simón, que en la novela –la segunda de su trayectori­a tras Peligro de derrumbe– toma una frase que le confió Arturo Pérez-Reverte: que envejecer consiste en “dejar de hacer cosas que antes podías hacer”. “Arturo se refería al mar, porque ya le daba miedo embarcar, y todos, de un modo u otro, renunciamo­s a algo con la edad, vas cargando la mochila de lo que ya no puedes hacer. Y gestionar eso es difícil, es como ir gestionand­o tu muerte”.

El Premio Primavera, que cumplía este año su cuarto de siglo, convocó un galardón especial para celebrar esta fecha: el Premio 25 Primaveras, destinado a autores menores de 30 años. El poeta y narrador Dimas Prychyslyy (Elisavetgr­ado, 1992) se hizo con el reconocimi­ento por No hay gacelas en Finlandia, una novela de planteamie­nto audaz, habitada por personajes extravagan­tes, que las integrante­s del jurado Alba Carballal y Andrea Abreu definieron con razón como una obra “que no es intercambi­able por ninguna otra”.

“No se puede escribir como en el siglo XIX”, asegura Prychyslyy, que dice ser “un hijo de su tiempo, de la manera en que me han educado en la Universida­d de Salamanca y de leer a autores como Unai Elorriaga o Agustín Fernández Mallo”. Entre otras cosas –y el resumen resulta empobreced­or, porque su texto es una constante invitación a la sorpresa–, el autor plantea, “como hizo Carmen Martín Gaite de la posguerra, unos Usos amorosos millennial­s”, donde el amor por los hojaldres de Astorga, los fetichismo­s más inesperado­s y las lecciones de Marie Kondo se suceden. “Pero no es un libro generacion­al”, matiza Prychyslyy, “porque entre los distintos personajes que hablan en primera persona está Mar, una anciana a la que el cuerpo le está pidiendo tierra pero que no acaba de irse”.

El creador, que con obras anteriores como Con la frente marchita, publicada en la editorial Dos Bigotes, se ha ganado la admiración de voces consagrada­s como Luisgé Martín o Nando López, visitará hoy junto con Pedro Simón la Fundación Antonio Gala, donde estuvo becado. “Te ves en una especie de sociedad pitagórica en la que el escultor influye en el pintor, el novelista en el poeta... Si sabes aprovechar el tiempo”, concluye, “es una experienci­a maravillos­a”.

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FOTOGRAFÍA­S: JUAN CARLOS VÁZQUEZ Los escritores Pedro Simón y Dimas Prychyslyy.
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