El Dia de Cordoba

SONRISAS Y BALAS

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

QUE un zumbado amenace a políticos con munición vieja de cetme es condenable sin matices ni generalida­des. Claro que sí. Pero intentar hacer de esta siniestra anécdota un argumento central de una campaña electoral y considerar­se víctima de un inexistent­e “terrorismo de extrema derecha” es una muestra más del cinismo leninista de Pablo Iglesias.

Que hay menas cuyo comportami­ento delictivo es un problema en algunos barrios (los más desfavorec­idos) es una obviedad que sólo un meapilas del buenismo puede negar. Pero intentar sacar votos criminali

Intentar hacer de una siniestra amenaza un argumento central de la campaña es una prueba más del cinismo de Iglesias

zando a un colectivo tan frágil es una canallada por muchas sonrisas de hielo que ponga Rocío Monasterio, decidida a convertirs­e en la Cruella de Vil de la política española.

Podemos y Vox llevaban días buscando el cuerpo a cuerpo en la campaña madrileña y, finalmente, lo lograron en un programa de radio mal conducido y peor resuelto. Ambos partidos saben que mientras más exaltados estén los ánimos más ganancias electorale­s obtendrán el próximo 4-M. Ellos a su juego, aunque eso signifique tensar más a una sociedad emocionalm­ente desquiciad­a. Pero lo más preocupant­e es el seguidismo del bloque de izquierdas con la maniobra marrullera de Iglesias. Gabilondo es cada vez más una caricatura del sabio profesor sobrepasad­o por los acontecimi­entos y Mónica García, que empezó bien al poner a Pablo Iglesias en su sitio, al final no ha podido evitar terminar gravitando en torno a su enorme ego.

Cualquier persona de mediana inteligenc­ia y buena voluntad sabe hasta qué punto es limitada la relevancia de las cartas de amenaza al ex vicepresid­ente, el ministro del interior y la directora de la Guardia Civil. En un país normal estas cosas, si es que llegan a trascender a la opinión pública, se despachan con una “enérgica condena”, se dejan en manos de la policía y a otra cosa. Pero Iglesias, el mismo que alentó los ataques con adoquines a Vox o tiene palabras de camaraderí­a para con la banda terrorista ETA (esos no desperdici­aban balas en una carta, sino que las disparaban directamen­te a la nuca de las víctimas) necesita los votos de los hiperventi­lados de izquierdas. Para ello ha encontrado la colaboraci­ón generosa de Monasterio –su némesis, su yang, su envés–, quien se ha colocado la sonrisa como armadura y es la prueba definitiva de que Vox cada vez está más lejos del conservadu­rismo hispano –del que dijo ser heredero– para acercarse a un populismo de extrema derecha que ningún beneficio puede traer a España.

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