El Dia de Cordoba

DAVID BERIAIN

- FRANCISCO ANDRÉS GALLARDO @FAGallardo

SU productora se llama 93 metros: la distancia que recorría su abuela a diario, en su pueblo navarrico, de la casa a la iglesia. Historias mundanas, pequeñas, donde palpita la vida. Fue el homenaje de David Beriain a su familia, para un periodista en el que el mundo se le quedaba pequeño y donde indagaba entre los peores instintos y los peores tipos para dar respuesta a la corrupción, los desmanes y los orígenes de todas las miserias. No era de los que juzgaba deprisa, ni señalaba a la ligera. Prefería observar y charlar y entrar en el meollo de los dramas, en el ojo de la maldad.

En varias entrevista­s en este periódico, para presentar las series de reportajes que cada año ofrecía en DMax, se despegaba de la idea del riesgo grave que sufría entre selvas de narcos, puertos de traficante­s de personas y refugios de sicarios. Pensaba en el miedo como señal de alerta pero nunca como obstáculo. Para Beriarin el riesgo que vivía era poco frente a toda la pobreza, presión y desamparo en el que se encontraba­n tantas víctimas a las que entrevistó.

El nombre de su programa en DMax definía su objetivo, Clan

destino, y en Movistar + había comenzado a desarrolla­r proyectos, incluido el recién estrenado Palomares, sobre las bombas en Almería en 1966. No era un contador de anécdotas o detalles, sino el narrador de panorámica­s y sótanos de la realidad, seña de identidad de su trabajo.

El periodista navarro y su compañero Raúl Fraile fueron secuestrad­os este lunes en Burkina Faso, donde el Sahel se inclina hacia el Golfo de Guinea, y asesinados por una banda fundamenta­lista, cuando estaban investigan­do la caza furtiva. Tragedias así revelan que los reporteros de investigac­ión trabajan en ocasiones al filo del precipicio. Un periodismo crítico e inconformi­sta que no se suele pagar bien y que, como es el caso, cuesta demasiado caro. David Beriain fue ejemplar en su labor. Ha demostrado hasta el último instante en que hay que estar precavidos con los malos y que la mayor parte de nuestros dramas no pasan de ser incomodida­des de niños consentido­s.

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