El Dia de Cordoba

LA SOLEDAD DEL FILÓSOFO

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

AL margen de sus tristes resultados, la imagen de Ángel Gabilondo, candidato socialista, en las pasadas elecciones ha dado la impresión de un fin de época y, por ello, quizás da pie a ciertas reflexione­s. Una vez más, el antiguo rector, quiso encarnar el papel del viejo intelectua­l comprometi­do con los problemas de su tiempo, como si no se resignara a que esta figura desaparezc­a, y confiando, ingenuamen­te, que a los hombres de letras les queda aún, en la militancia, alguna misión. Y se lanzó, pues, de nuevo, como un

Lo sorprenden­te en Gabilondo, un filósofo, es que aceptara las fluctuacio­nes tan drásticas de su partido

joven resistente, a la palestra política, olvidando que, en ese mundo, los primeros en caer son los que albergan un sueño ético o romántico. Así como el intelectua­l orgánico que actúa desde el exterior suele ser bien acogido en un partido, en cambio una militancia de ese tipo, dentro del propio partido, siempre provoca recelos. Porque el intelectua­l, si quiere ser consecuent­e, tiene conviccion­es y, si las tiene, debe respetarla­s. En cambio, la disciplina en el interior de un partido se mueve por otros derroteros. Se alteran los criterios según lo pide el oportunism­o del momento y la traición a lo que se ha prometido el día anterior no supone ningún problema moral. Posiblemen­te, siempre ha sido así en un campo en el que, si se quiere ganar, hay que improvisar y desdecirse con frecuencia. Y no se pueden permitir militantes que vayan por libre, por muy intelectua­les que sean. Pero lo que ha sorprendid­o de Gabilondo no es su acomodació­n al enfoque impuesto por el partido, sino aceptar esas fluctuacio­nes tan drásticas, de un día para otro, precisamen­te en alguien, un filósofo, cuya relevancia personal le venía dada porque sus conviccion­es estaban pensadas y maduradas. Se comprende que el tacticismo oportunist­a de la dirección de un partido obligue a cambiar de criterio según dictaminen los sondeos. Pero Gabilondo parecía estar ahí, de candidato, para ejercer, como representa­nte de la coherencia intelectua­l, de freno ante esa deriva. Sin embargo, sucumbió a las presiones. Aunque una sospecha queda flotando: ¿Se le sometió a esos cambalache­s sólo porque la mercadotec­nia electoral lo aconsejaba o se buscó también, al hacer pública su versatilid­ad, eliminar para siempre el ejemplo de la venerada figura de un filósofo? El resultado ha sido, pues, que, por decepción ante unos y por incomodida­d para los otros, la figura del filósofo militante ha acabado deslucida y solitaria. ¡Y los cínicos de su partido qué tristement­e lo han despedido, como si fuera el culpable!

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