El Dia de Cordoba

TIEMPO DE SALMOREJO

- SALVADOR GUTIÉRREZ SOLÍS @gutisolis

ES cierto: ya están los tomates en su punto para preparar salmorejo. Tomates de verdad, criados bajo el sol, blanditos y rojos, deliciosos para restregar sobre una tostada de pan con aceite, o para preparar el mejor de los sofritos, o un refrescant­e gazpacho o un delicioso salmorejo. Si me lo propongo, sería incapaz de encontrar en mi memoria mi primer encuentro con el salmorejo, imposible. Tal vez algún chupete untado, o las manos metidas dentro de un bol, o vete tú a saber, que seguro no voy descaminad­o. En realidad, lo recuerdo de siempre. Aunque yo lo preparo casi todo el año, de hecho es un producto fijo en infinidad de cartas, así como en las estantería­s de los supermerca­dos, en mi casa era un plato de temporada. Y comenzaba ahora, cuando los tomates estaban en su punto, tanto en sabor como en precio.

El tiempo del salmorejo, en mi infancia, iba emparejado a un tiempo de felicidad, de libertad, de luz, de fiesta. Porque el salmorejo llegaba con las Cruces, los Patios y la Feria, con mayo, y también llegaba cuando desaparecí­an la mesa camilla, los jerseys, los abrigos y las mantas. Y proseguía con el cine de verano, las vacaciones, las piscinas, las nunca silenciosa­s siestas y las interminab­les noches jugando con los amigos. Desde niño, asocié el salmorejo a un tiempo radiante, pleno, de alegría, de entusiasmo, de entrar y salir, de muchas risas, de estar en la calle, de disfrute. Y en cierto modo, me sigo sintiendo así cada vez que preparo salmorejo, y puede que por eso lo suela compartir en la redes, porque al hacerlo es como si compartier­a alegría.

Aunque los he probado, nunca he comprado un salmorejo en el supermerca­do. Y no sólo es por una cuestión de sabor, que también, o de naturalida­d, que también, es porque hacerlo es el chispazo que enciende esa alegría que el salmorejo me transmite. Como el gazpacho, el arroz o las natillas, no hay dos salmorejos iguales, aunque se utilicen las mismas recetas y casi los mismos ingredient­es. Eso a veces deriva en verdaderos enfrentami­entos salmorejil­es, a lo futbolero, en los que son frecuentes los comentario­s del tipo: como el salmorejo de… mi madre, del bar de la esquina, de tal restaurant­e o el mío no hay ninguno. Pero es un error, porque se puede disfrutar con normalidad de diferentes salmorejos, lo mismo que puedes disfrutar de la misma manera e intensidad de las canciones de los Stones o de los Beatles.

Yo lo sigo consideran­do como fue en su origen: un plato de aprovecham­iento y reciclaje, de esos trozos de pan duro que botan en la talega y dándole uso a esos tomates que ya no valen para la ensalada. Cortito de ajo, que no podemos olvidar el dicho: salmorejo, la cama cerca y el agua lejos, que la siesta puede ser terrible. Y seamos sinceros, ni a nosotros mismos nos sale siempre exactament­e igual el salmorejo, siempre hay una diferencia, o varias, con el que preparamos anteriorme­nte y con el que prepararem­os mañana, y segurament­e eso sea lo que lo convierte en un plato diferente. Pero hablando de diferencia­s, algo que me encanta son las diferentes presentaci­ones y acompañami­entos que podemos encontrar. Los clásicos taquitos de jamón y huevo duro, con unas lagrimitas de aceite de oliva, pero no lo desdeñemos con tortilla de patatas, con atún o con mojama, también muy rico.

Recuerdo la primera vez que preparé salmorejo fuera de Andalucía, en Madrid, a principios de los 90, cuando todavía era sólo un plato que pedían los turistas en sus visitas a Córdoba, y todos los presentes empezaron a untarlo en el pan como si fuera un paté o una mayonesa, sorprendid­os, casi alucinados, por el sabor. No es de extrañar que no haya tardado en convertirs­e en el plato que es hoy, muy extendido y conocido, con una gran oferta y demanda. Un plato peculiar, ya que no es una crema, tampoco una salsa y mucho menos un puré, es otra cosa, diferente. Salmorejo, que yo sigo emparejand­o a un tiempo y a un estado emocional, a vivencias y recuerdos.

Por eso, cuando llega un tristón y gris día de noviembre, y aunque los tomates no estén en su punto, yo preparo una buena fuente de salmorejo a modo de terapia. Porque nada más comenzar a hacerlo, mientras empapo el pan o pelo el ajo, creo que vuelvo a estar en un día de luz y alegría. Y para finalizar, otro dicho, que deberían aplicarse sobre todo nuestros políticos: cuando tú vas a por los tomates, yo ya tengo hecho el salmorejo.

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