El Dia de Cordoba

JOSÉ CABALLERO BONALD O LA LUMINOSA SOMBRA DE LA NOCHE

- RAQUEL LANSEROS

POR las ventanas, por los ojos / de cerraduras y raíces / por orificios y rendijas / y por debajo de las puertas, / entra la noche”. Así comenzaba Versículo del Génesis, el primer poema del libro Las adivinacio­nes, por el que José Manuel Caballero Bonald consiguió un Accésit del Premio Adonáis en 1951. Ayer, por las ventanas y por debajo de las puertas, la noche entró en el domicilio familiar de Madrid del gran poeta jerezano y se llevó una de las mayores voces que ha dado la literatura en español del siglo XX. Sobradamen­te conocidas por todos fueron su condición polifacéti­ca y su versatilid­ad, no muchos escritores pueden exhibir una biografía tan rica y variada como la suya. Vivió en muchos lugares de muchos países, ostentó variados oficios y numerosas dimensione­s profesiona­les y, dentro del mundo de la literatura, lo fue todo: poeta, novelista, ensayista, memorialis­ta. Según el decir de quienes conocen su obra a fondo, el esplendor de su poesía se mostró incluso superior al de su prosa, faceta que cultivó asimismo con brillantez infinita. Lo que resulta innegable es que a Bonald le debemos libros de poemas deslumbran­tes, que constituye­n cúspides de belleza y magisterio para todas las generacion­es posteriore­s. Aún resuena en mí el embelesami­ento con que leí en la juventud estos versos de Guárdate de Leteo, un poema pertenecie­nte al libro Descrédito del héroe: “Defenderé contra mí mismo / ese recuerdo, cuando / gastado ya el valor de una experienci­a / que la literatura prestigiar­a, / en frágiles nociones se estaciona / la prefigurac­ión de un mundo torvo / que es del placer la copia menos nítida”. Esa copia menos nítida del placer nos adentra hoy en un mundo más torvo, el mundo que van abandonand­o nuestros maestros y referentes poéticos.

Bonald era, de hecho, el último supervivie­nte de la mítica foto de Asunción Carandell durante el homenaje a Antonio Machado en Collioure en febrero de 1959, considerad­a imagen icónica de la generación del 50 o del mediosiglo, la más influyente de la poesía española desde la mítica generación del 27. Sobre esta popular fotografía, el propio escritor jerezano comentó en La costumbre de vivir, su libro de memorias: “nos hicimos una foto que, en términos nada hiperbólic­os, casi ha dado la vuelta al mundo”. Lo cierto es que la reivindica­ción pública de la figura de Antonio Machado en plena dictadura franquista supuso un acto cargado de simbolismo y heroicidad por parte de los allí presentes, aparte de la magnitud y calado de su obra literaria. Permítanme evocar, como hondo homenaje a este autor inagotable que bautizó su obra poética completa (19522009) con el sugestivo título de Somos el tiempo que nos queda, esta esclareced­ora reflexión sobre la existencia que cierra el poema Summa vitae, de su aclamado libro Manual de infractore­s: “¿qué me importa / evocar, preservar después de tan volubles / comparecen­cias del olvido? / Nada sino una sombra / cruzándose en la noche con mi sombra”. La sombra de José Manuel Caballero Bonald, bajo la cual descansamo­s del camino todos aquellos que amamos la poesía.

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