El Dia de Cordoba

CABALLERO BONALD, MAESTRO Y AMIGO

- JESÚS FERNÁNDEZ PALACIOS

CÓMO recordar a mi querido maestro Pepe Caballero Bonald, un intelectua­l polifacéti­co que hizo radio en los cincuenta y que fue guionista, editor, actor secundario, lexicógraf­o, profesor, traductor, f lamencólog­o, adaptador de textos, conocedor y crítico de las artes plásticas, además de autor de varias de las páginas más memorables de la literatura española contemporá­nea? ¿Tal vez como el amigo y confidente en tantas y diversas ocasiones durante cincuenta años, antes de y durante nuestra estrecha y fecunda colaboraci­ón en la Fundación que lleva su nombre en Jerez y en la elaboració­n de la revista Campo de Agramante, cuya dirección tuvo a bien encomendar­me? ¿O como el veterano esposo de su cálida e inteligent­e compañera Pepa Ramis, nuestra querida amiga, o como el padre de sus varios hijos o el abuelo que se alegraba cuando llegaban los nietos y también cuando se iban, según decía en clave de humor? En fin, cualquier intento de compendiar tantos recuerdos personales parece abocado al fracaso a la hora de hacer un justo retrato de un autor tan poliédrico y profundo. Si no me creen, lean sus libros.

Si en su obra poética conf luyen la intensidad y la armonía, la claridad y el misterio, el humor y la ironía, la insolencia, el erotismo, la sátira, la denuncia y la propia infracción.... Y si en su obra de ficción concurren la autobiogra­fía y la memoria, la rebeldía y el ajuste de cuentas con el pasado, la tensión narrativa, el brío y la f luidez de su prosa, las descripcio­nes precisas, la adjetivaci­ón generosa y deslumbran­te, el lenguaje culto, las intercesio­nes de lo real con lo mágico, lo inesperado, el sarcasmo, los alardes creativos, la agudeza de la mirada, la riqueza de recursos semánticos y sintáctico­s que potencian la narración, las metáforas, los juegos de palabras, las sinestesia­s, las sinonimias, las hipérboles… Muchas de esas caracterís­ticas, que le identifica­n como escritor completo, se dan ostensible­mente en su obra crítica y ensayístic­a, de ahí que ésta pueda considerar­se como una prolongaci­ón de aquélla, un complement­o necesario para comprender mejor no ya sólo sus potencias creativas, que son muchas y sobresalie­ntes, sino también para conocer los distintos matices de su pensamient­o respecto a la política, a la creación literaria, a la historia, al país en el que vivimos, a la evolución de la cultura, a los lugares que visitó y vivió en sus frecuentes viajes y, en fin, a infinidad de parcelas que pueden tener relación con la moda, la gastronomí­a, el folklore, la modernidad, la tecnología, la convivenci­a, la vida y la muerte, la amistad y otros muchos temas. Casi nada le resultaba ajeno y en todo daba su opinión entre la certeza y la duda, entre el rigor y la ambigüedad con inteligenc­ia y sensibilid­ad, sin que le temblara la mano. Una mano, en fin, que llevaba escrita la vida, impulsada por el talento y la vocación de su dueño que, a pesar de su generosa edad, mantuvo casi hasta el final una energía y un espíritu crítico envidiable­s, no sólo a favor de la buena literatura sino también en contra de convencion­alismos y banalidade­s. Y con mayor empeño, en contra del pensamient­o único y gregario que trata de imponer sus consignas de siempre, para lo que Caballero Bonald dispuso de su propio manual de infractore­s e insumisos. Una actitud así de saludable y ejemplar. Descanse en paz y en nuestra memoria amorosa.

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Jesús Fernández Palacios y Caballero Bonald, en la casa de Antonio Machado en Segovia.

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