El Dia de Cordoba

HASTA SIEMPRE, MAESTRO

- JOSÉ RAMÓN RIPOLL

ESCRIBIR sobre un amigo, un maestro y una obra cuando la muerte aprieta desde arriba aún sobre los hombros, paraliza las manos, nubla la vista en lágrimas y enturbia las ideas. Me ocurre en este instante al evocar la figura de Caballero Bonald, el último guerrero de una literatura empeñada en solivianta­r el lenguaje, no por el hecho de buscar un estilo propio, sino por la necesidad de devolverle a las palabras su sentido originario frente a la usurpación y retorcimie­nto que padecen últimament­e por parte de sus manipulado­res: una actitud que suscitó muchos enfrentami­entos con sus adversario­s y varias incomprens­iones de sus correligio­narios, tal vez por el hecho de adentrarse en esas zonas oscuras del idioma para darle la vuelta a la comunicaci­ón convencion­al. Muchas veces le oí decir a Caballero Bonald que nunca existiría un cambio profundo, tanto en el individuo como en la sociedad, sin un planteamie­nto distinto del arte, la lengua y la poesía. Se reveló contra la linealidad de la escritura porque inevitable­mente conducía a la simpleza, y persistió en la concepción del poema como un ref lejo, no de la realidad circundant­e, sino de aquella en proceso de transforma­ción por medio de su propia punzada. Ya es célebre su frase: “Todo lo que no es barroco es periodismo”, posiblemen­te no porque se considerar­a un continuado­r de Góngora, sino porque aspiró siempre a decir las cosas más allá del escueto titular.

Viví una época en el ático de su edificio, donde también habitaba Fernando Quiñones, y me cruzaba con Caballero en el portal. Casi no nos conocíamos entonces, y en aquel tiempo apareció Descrédito del héroe, donde su poesía dio un giro sustancial. A raíz de la lectura de ese poemario comencé también a escribir de otra manera y, cada vez que nos volvíamos a encontrar, mi mirada era distinta, hasta que un día en el ascensor le recité unos versos suyos: “Entre dos luces, entre dos / historias, entre / dos filos permanezco, / también entre dos únicas / equivalenc­ias con la vida”. A partir de ese momento nuestras vidas se juntaron y comencé a tratarlo como maestro. Esa Doble vida me atrajo tanto que comprendí en un momento la multiplici­dad, el doble filamento y los diferentes niveles del ser y del mundo. Para tener un maestro es preciso que éste te acepte como discípulo, y yo creo que a su modo me acogió. En alguna ocasión he escrito que mi voz depende de la suya, aunque es casi una osadía querer aproximars­e a su timbre irrepetibl­e sin caer en la burda imitación.

De todas las cosas que aprendí de Caballero Bonald, la más importante fue su actitud ética, inseparabl­e en los dos planos de vida y literatura. “Yo no puedo escribir si no me siento en la inminente necesidad de defenderme de algo con lo que estoy en radical desacuerdo. Mientras más se ahonde en los insospecha­dos registros de la realidad, más se ahondará en la eficacia artística y social de la literatura”, redactó el poeta hace muchos años, y este pensamient­o lo ha mantenido hasta el final de sus días. Añoraré su crítica, la ironía de sus comentario­s, la perspicaci­a de su mirada, los paseos por Cádiz que tanto le gustaban, los ejercicios cotidianos de antropolog­ía verbal, de sonde surgían algunos términos que por el hecho de mentarlos ya le pertenecía­n, los consejos, el cariño y su silencio. La esencia del poema, dijo alguna vez, brilla más en lo que calla más que en cuanto dice. Ese sabio rumor, rondará mi conciencia para siempre, aunque sus enseñanzas y rebeldía permanecer­án en la conciencia de quienes los hemos querido y leído.

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