El Dia de Cordoba

MEMORIA DEMOCRÁTIC­A

- EDUARDO JORDÁ

LA sublevació­n militar de una parte del Ejército, el 18 de julio de 1936, fue un golpe de Estado. Eso es innegable, y hay que ser muy tonto o muy fanático o muy cruel –o todo a la vez– para atreverse a cuestionar la verdad. La sublevació­n fue un golpe de Estado porque estaba planificad­a para tomar el poder por la fuerza y para derribar a un gobierno legítimame­nte elegido. Lo que pasó es que el golpe fracasó porque una parte del ejército no se unió a la sublevació­n y porque las organiza

Hubo otro golpe contra la República en octubre de 1934 del que no se habla en absoluto

ciones obreras se echaron a la calle y consiguier­on pararlo en Madrid y en Barcelona y en la mayoría de grandes ciudades. Eso lo sabe, o lo debería saber, cualquier que haya estudiado un poco los hechos. Y si se produjo una guerra civil, fue justamente porque el golpe fracasó en la mitad del país.

Pero lo que no se puede olvidar es que hubo otro golpe de Estado contra la República en octubre de 1934, y de ese otro golpe –conocido como la Revolución de Asturias– no se habla en absoluto porque no interesa divulgarlo ni que se sepan sus consecuenc­ias. En aquella rebelión armada contra la República, organizada por las organizaci­ones obreras y el PSOE, se intentaba evitar que un partido legitimado para gobernar por los resultados electorale­s

–a derechista CEDA– entrara en un gobierno de coalición con la derecha centrista de Lerroux. Todo eso se ha olvidado o se ha querido olvidar. Igual que se ha olvidado que la Revolución de Octubre en Asturias –que costó un millar de muertos– coincidier­a con otro golpe de Estado en Cataluña en el que Lluís Companys proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española (una República que en aquel momento no existía). Fueron dos golpes al unísono que además se desarrolla­ron en medio de una Huelga General Revolucion­aria en la que intervinie­ron civiles armados. De estas cosas, por supuesto, no se habla en las tertulias de la Sexta ni en los telediario­s. Nadie las nombrará, nadie las evocará. No interesan porque destruyen el relato maniqueo de los hechos que intenta imponer la izquierda con la Ley de Memoria Democrátic­a.

Y ese es el peligro de la ley recién aprobada. Sólo quiere imponer una visión parcial de los hechos y ocultar todo lo que pueda empañar esa visión sesgada y maniquea. Es simple propaganda que busca manipular el presente con los hechos del pasado. Sólo eso. Nada más que eso.

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