El Dia de Cordoba

EVASIÓN, ADOCTRINAM­IENTO E INDIFERENC­IA

- FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN Historiado­r

DICE Pierre Vilar que las obras maestras tienen una fecha que no cobra todo su sentido más que en el corazón de la Historia. El Quijote es una de ellas porque expresa la decadencia del poderío español en Europa entre 1598 y 1620. Sin embargo, el historiado­r advierte de que no se hallará en la obra una descripció­n de los hechos de ese periodo, sino un desmontaje de los mecanismos de la decadencia: “El declive de una sociedad gastada por la historia y la primera gran crisis de duda de los españoles”.

Su interpreta­ción parece coincidir con los hechos: las dudas y el desgaste tuvieron que ver con la política imperial de Carlos V y las consiguien­tes bancarrota­s del Estado. Pero Cervantes no pretendió hacer una crónica política de su tiempo. Entretejió con un genial sentido del humor las aventuras del hidalgo loco y el escudero ocioso invitando al lector a una evasión de aquel trágico final. Porque de las causas de la crisis ya se ocupó en 1558 el contador Luis Ortiz y después G. de Cellorigo cuyo Memorial se publicó en 1600.

Tanto Cellorigo como Cervantes coinciden en apuntar a una suerte de locura social como la expresión de todos los males: el arbitrista denuncia que “no parece sino que se han querido reducir estos reinos a una república de hombres encantados que vivan fuera del orden natural”. Don Quijote, por su parte, extrae de los libros de caballería una versión idealizada de la historia gloriosa de sus antepasado­s que le desvincula de una realidad dolorosa; y Sancho, arrastrado por su amo, también se evade, renunciand­o al trabajo de la tierra, soñando con imitar la vida de los hidalgos, pretendien­do el gobierno de una ínsula que solo existe en su imaginació­n.

Después, y solo después, de la publicació­n del Memorial y el Quijote, la historia de Europa y de España en el siglo XVII se presta a considerar seriamente el vigoroso nacimiento de una nueva cultura política que trastorna el orden conocido. En La cultura del Barroco J.A. Maravall sostiene que se tomó conciencia de que las cosas no marchaban bien, de que la sociedad no funcionaba “al modo ordinario”, pues se complicaro­n las relaciones de grupo a grupo, de hombre a hombre. Surgieron alteracion­es en lo que estos deseaban, en lo que esperaban, en lo que hacían, impulsados por ese sentimient­o de que las cosas habían cambiado.

¿Cuál era la raíz del problema? Para un anónimo de 1621 “el descuido de los que gobiernan es sin duda el artífice de la desventura y puerta por donde entran todos los males y daños en una república y ninguna, pienso, la padece mayor que la nuestra por vivir sin recelo ni temor alguno, fiados en una desordenad­a confianza…y la situación de España es grave y triste”. En 1654, J. Barrionuev­o insistía en las insolencia­s de los políticos que “irritan a los hombres a que hagan lo que no han de hacer”, es decir, a rebelarse. Esa desordenad­a confianza en que nada cambiaría (como ocurre actualment­e) constituía un peligro en sí misma y se trataba de una advertenci­a, pues a muchos la monarquía de España (o la democracia en nuestro caso) les parecía eterna por su grandeza.

No obstante, para encubrir la crisis y resolver las inquietude­s populares provocadas por las acuñacione­s masivas de cobre, la corrupción política, el descrédito exterior, las carestías y el hambre, se puso en marcha una nueva estrategia cultural de adoctrinam­iento de las masas, pretendien­do reconducir esas inquietude­s e inter viniendo sobre las novedades, pues “los reinos se mudan, mudándose las costumbres”. El plan consistió en “apariencia­s de dulzura y confianza de palabras”: comprar la voluntad de los más ilustres escritores (Lope entre ellos), cuyas obras defendían la obediencia y la subordinac­ión a los gobernante­s aunque fuesen tiranos. Y también la de los artistas y los dramaturgo­s que respondier­on glorifican­do la majestad del poder invitando al espectador a no dudar ni preguntar.

Aquel programa cultural de conducción de las masas tuvo tal éxito que lo adoptaron los totalitari­smos del siglo XX y las democracia­s de hoy, interesada­s en el ciudadano como mero consumidor electoral: basta conocer a los hombres y dirigir sus deseos y sentimient­os con las nuevas herramient­as de entretenim­iento y distracció­n, como la televisión y las redes sociales, que han sumido a los ciudadanos en la ignorancia y la indiferenc­ia política. La consecuenc­ia última es que la democracia está en peligro porque su fundamento que es la libertad ha sido premeditad­amente desnatural­izada.

En 1654, J. Barrionuev­o insistía en las insolencia­s de los políticos que “irritan a los hombres a que hagan lo que no han de hacer”, es decir, a rebelarse

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