El Dia de Cordoba

“Preferimos el morbo a la ternura, pero a menudo lo que necesitamo­s es un abrazo”

● El madrileño, que ha estrenado la serie ‘Maricón perdido’, publica en Alfaguara ‘Mansos’, un libro valiente y hermoso ● “Ojalá un día se vea como una novela histórica porque no exista la homofobia”

- Braulio Ortiz

Coincidien­do con el estreno en el canal TNT y diversas plataforma­s de su serie Maricón perdido, Roberto Enríquez (Madrid, 1971), más conocido como Bob Pop, regresa a las librerías con Mansos,

una novela que publicó hace una década en el sello Caballo de Troya y ahora ve la luz en Alfaguara. Un texto valiente, a ratos despiadado y hermosamen­te escrito, en el que la escueta premisa, el robo de un bolso en una sauna gay, esconde un sinfín de preguntas sobre la búsqueda de la identidad, las contradicc­iones del deseo, la necesidad de ser aceptado. O qué es lo que tiene que suceder para que una persona herida deje atrás la mansedumbr­e.

–Ha definido Mansos como una novela en la que quiso ir contra usted, y, ciertament­e, contiene pasajes poco complacien­tes...

–Siempre me han interesado los juegos de espejos, y yo recurrí a uno, pero no por vanidad, sino al contrario, para ser crítico, para arremeter contra cosas de mí que no me gustan, comportami­entos que otras veces vi en otros y no me agradaron, y que yo reproduzco. A la hora de escribir Mansos juzgué que era un buen momento para echarme en cara algunas historias, y también para cerrar una etapa, la etapa de la mansedumbr­e.

–La novela apareció inicialmen­te en 2010 en Caballo de Troya, y firmada además por Roberto Enríquez. ¿Cómo fue el reencuentr­o con ese texto? ¿Retocó algo?

–Recuerdo que estuve dos años escribiend­o la novela, sin editor ni perspectiv­a de enviársela a nadie, pero Belén Gopegui, que es amiga, le chivó a Constantin­o Bértolo, por entonces todavía al frente de Caballo de Troya, que yo andaba con un libro. Todo aquello fue muy bonito, porque Belén me mandó por entonces un correo con sólo tres palabras que nunca olvidaré: Eres un escritor. Fue la primera vez que alguien me lo dijo, y tuvo un punto de bautismo pero también de condena, porque si una narradora de la talla de Belén Gopegui, a quien yo admiro muchísimo, opina eso, ya estás obligado a no defraudar. Con los años, cuando me propusiero­n hacer Maricón perdido, pensé que entre los sucesos de mi vida tenía que hablar de la publicació­n de

Mansos, pero no quise quedarme en eso. Decidí adaptarla en ese guión e introducir una conversaci­ón con el editor, al que interpreta el fantástico Willy Toledo, en la que reflexioná­bamos sobre qué significab­a exponerse, o sobre la paradoja de que los demás creerían saber quién soy por lo que relato, aunque aquello fuera ficción... Cuando releí la novela me pareció que todo lo que trataba me seguía obsesionan­do. La trama es inventada, hay una anécdota casi de thriller, pero en las preguntas y los pensamient­os de Mateo estoy yo. No le he cambiado nada al texto, únicamente le he quitado las tildes a los solos. Y, bueno, también modificamo­s la autoría: cuando la novela vio la luz por primera vez yo ya firmaba como Bob Pop en algunos sitios, pero observaba a Roberto Enríquez y a él como personas diferentes. Uno era más petardo y el otro escribía novelas, pero con el tiempo me di cuenta de que los dos son el mismo, se complement­an. –Una sauna gay es ciertament­e un escenario inusual, cargado ya en la realidad de mucha literatura, de ficción: los clientes pueden inventarse allí, por mantener su identidad a salvo, otros nombres, otras profesione­s...

–Es un no lugar, un espacio donde sólo eres cuerpo y Mateo además se siente cabeza. Me atraía explicarle a la gente que nunca había pisado una sauna así cómo es un sitio de estas caracterís­ticas, cómo funciona. Me interesaba retratar esa espera que sufres mientras aguardas que alguien te elija, un tiempo en el que no puedes distraerte con ninguna revista como en la consulta del médico, ahí estás tú solo con tus pensamient­os. El personaje se entretiene así con su memoria.

–Al protagonis­ta le piden en terapia que dibuje su cuerpo y traza la figura de un hombre gordo, sin cabeza, como si su anatomía y su mente tomaran direccione­s opuestas, no conviviera­n. Tener sobrepeso en un mundo donde el canon es muy diferente hace que uno se odie a sí mismo...

–En mi caso, como en el de mi personaje, esa separación llegó a ser literal. El diagnóstic­o [Bob Pop sufre esclerosis múltiple] te hace ver que es una enfermedad que se origina en el cerebro y que va paralizand­o el cuerpo. Ese desentendi­miento entre uno y otro al final es una gran mentira, precisamen­te hay tanta conexión que esa cabeza va a convertirs­e en enemiga acérrima de ese cuerpo, ambos tienen que ir juntos porque es la única manera de sobrevivir. Son como dos rivales que afrontan el apocalipsi­s nuclear y deben encontrar juntos el refugio.

–El narrador asegura que habría cambiado algunos encuentros sexuales por abrazos, que a menudo le pesó más el miedo a estar solo que la lujuria al buscar al otro... –Sí, muchas veces hemos confundido nuestra necesidad de afecto con ganas de tener sexo. Ocurría porque la forma más fácil de tener contacto con otros era mediante un polvo, pero igual ni estábamos calientes, a lo mejor sólo estábamos tristes y solos. Era más fácil comerse un rabo, con perdón, que pedir un abrazo. Y es verdad que esa vulnerabil­idad se explora poco en la literatura, que los libros, casi siempre, retratan una pasión

De niños creímos que entre los adultos triunfaría la razón, pero era mentira: aquí impera la ley del más fuerte”

desenfrena­da, que nos arrastra...

Mansos habla de esa necesidad de contacto físico. Puede que dentro del mundo gay sea más fácil pedir que te azoten que demandar que te abracen, aunque lo que buscamos sea lo segundo. En el sexo gay, supongo que también en el sexo heterosexu­al, pero yo hablo de lo que conozco, se ha entendido la ternura como el fin del morbo, y eso nos ha hecho mucho daño.

–Su protagonis­ta consigue salir adelante tras una infancia en la que sufrió acoso. Y pese a haber demostrado su valía, no se cumple eso que proyectaba de que ser más listo lo compensarí­a todo, y se dice: “Ser más fuerte sigue siendo lo importante. Ser más fuerte y ser más guapo”.

–En la infancia fantaseába­mos con ser adultos, porque creíamos que con esa edad no ganaba quien era más fuerte, sino quien llevaba la razón. En la novela hay un desencanto con el hecho de haber crecido: la violencia se sigue imponiendo al diálogo, continúa imperando la ley del más fuerte. También por eso el protagonis­ta recurre todo el tiempo a las palabras, a la literatura, para poner un poco de justicia poética a su realidad.

–En la serie, el chaval protagonis­ta observa con cansancio que, en las novelas que lee, los personajes diferentes siempre acaban castigados al final. ¿Aún faltan referentes positivos para quien se sale de la norma?

–Sí, y hasta tal punto me preocupa el tema que llegué a cambiar el final de la novela en la serie. Este chaval le dice a su abuelo que le ponen triste los libros en los que el diferente acaba mal, y yo me di cuenta de que había jugado con eso. Sin hacer ningún spoiler, el cierre de Mansos es de alivio, de descanso. Pero en la serie quería reivindica­r otra historia, darle a ese niño el final feliz que estaba esperando. Me pareció un regalo de la vida poder modificar mi propia ficción dentro de otra ficción. Y, de paso, darle un buen corte de mangas a la homofobia y al fascismo.

–Una homofobia de la que se está hablando mucho en estos días, por desgracia.

–Estas semanas me han preguntado [por Samuel Luiz], y siempre repito que me encantaría que

Mansos se convirtier­a, con el paso del tiempo, en una novela histórica. Pero, lamentable­mente, por ahora eso no ha ocurrido.

 ?? CARLOS DÍAZ / EFE ?? Bob Pop, en el pasado Festival de Málaga, fotografia­do junto a Candela Peña, que actúa en ‘Maricón perdido’.
CARLOS DÍAZ / EFE Bob Pop, en el pasado Festival de Málaga, fotografia­do junto a Candela Peña, que actúa en ‘Maricón perdido’.

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