El Dia de Cordoba

La aldea del Rocío: un lugar de memoria

● El Rocío aparece por primera vez en un papel del año 1335 ● La visita anual de los romeros era una forma de reivindica­ción de la propiedad del lugar

- Cuadros de Diego Luis Ramírez Triana donde se aprecia la aldea y su entorno.

Juan Villa

El concepto lugar de memoria nació en la historiogr­afía francesa en los años ochenta del pasado siglo de manos de Pierre Nora, con él se viene a referir a aquellos lugares en los que se fija y se vuelve vigorosa, sólida la memoria colectiva: “toda unidad significat­iva, de orden material o ideal, de la cual la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo ha hecho un elemento simbólico del patrimonio memorial de cualquier comunidad”.

Que se sepa, El Rocío, el lugar, aparece por primera vez consignado en un papel del año 1335, vuelve a hacerlo en otros en los años 1400 y 1435, pero todas son meras citas de paso. Una referencia de más entidad la encontramo­s en 1476, cuando los Reyes Católicos donan las tierras que rodean la ermita, Caño Madre de las Marismas, a uno de sus secretario­s, tierras que pasarán un siglo después a manos del concejo de Almonte como zonas comunales de uso para sus habitantes, haciendo crecer así hasta esos confines su término municipal.

Parece ser que a partir de aquellas fechas derivó el lugar y las tierras vecinas del norte de Doñana en una suerte de Campo de Agramante, objeto de disputas entre los duques de Medina Sidonia y el concejo de Almonte, tanto que en los mapas antiguos terminó por designarse la zona como Tierras de la Cuestión. Algún estudioso del tema llega a afirmar que la romería tiene precisamen­te su origen en estos enfrentami­entos, esa visita anual de los romeros no era más que una forma de reivindica­ción de la propiedad del lugar, de hacer sentir su presencia en él como legítimos propietari­os.

A partir del descubrimi­ento de América, se revaloriza el territorio debido a su posición estratégic­a en la desembocad­ura del Guadalquiv­ir, por donde salían y entraban todos los productos ultramarin­os, y desde donde se podía burlar fácilmente la aduana del puerto de Sevilla y del de Sanlúcar de Barrameda, y donde arraigó también un mundo canalla del que nos habla Cervantes en El Quijote.

Como ocurrió en el resto de España y de Europa, nuestros ilustrados dirigentes del siglo XVIII quisieron también poner pies en pared en El Rocío. En 1772 se empieza a celebrar la denominada Feria del Rocío en la que una vez al año y durante cuatro días se concentran vendedores y compradore­s en el ya entonces denominado Real, al pie mismo de la ermita. En la misma estela estaría lo que dio en llamarse Nueva Población del Rocío cuando en 1789 asentaron allí a una serie de familias de Bollullos del Condado para que labraran la tierra, proyecto que terminaría destiñéndo­se totalmente en 1808.

Bella y sugerente, casi bucólica, de estos años ilustrados nos llega también la primera descripció­n del lugar de cierto detalle, recogida por Tomás López en su Diccionari­o Geográfico de España publicado en Madrid en 1785: “Tiene por f lorestas esta Villa en su término y a distancia de tres leguas la célebre denominada Rocina… cuya arboleda se compone de las especies de fresnos, sanguinos, saos, álamos negros y algunos blancos, alcornoque­s, parrales y otras variedades de matas muy frondosas, y esta arboleda está regada de una gran ribera cuyas aguas corren todo el año, y en los extremos o distancias hay unos grandes charcos profundos en donde se crían varias especies de peces, como son anguilas, galápagos, barbos y otros, y es esta arboleda de tal utilidad que mientras más cortan en ella más se crían. También se halla adornada de varios pájaros que en la primavera hacen con su grande cántico una armonía suave y deliciosa a cuantos concurren en sus cercanías. También en dicha ribera hay varios manantiale­s de aguas muy delgadas y singulares y asimismo se crían en ella yerbas particular­es y medicinale­s, no conocidas por los naturales de esta villa dicha, sino es solo por los herbolario­s que vienen de distintas partes a cogerlas.”

De forma casi impercepti­ble, las cosas empezaron a cambiar en el siglo XIX. Posiblemen­te sea el año 1834 la primera fecha clave para la formación de la aldea. Debido a una epidemia, un grupo de familias acomodadas de Almonte se instala a vivir en El Rocío y, gracias a las desamortiz­aciones, adquieren las tierras que rodean la incipiente aldea. De esas mismas familias saldrán sus primeros representa­ntes oficiales; en 1850 se nombra el primer alcalde pedáneo de lo que dio en llamarse oficialmen­te Barrio del Rocío.

En paralelo, la Romería se va conformand­o, de manera que en el año 1919, con la coronación de la Virgen, se pone una parte sustancial de las bases de lo que serán el espíritu y la fiesta hasta hoy mismo.

Llegamos así a la mitad del siglo pasado, cuando el país empieza a desperezar­se e irrumpe el asfalto en la aldea y, por él, la gran eclosión de la Romería.

Como los propios trajes de flamenca que las mujeres lucen en la fiesta, la Romería irá evoluciona­ndo con los años pero, como los trajes de f lamenca, siempre serán reconocibl­es sus fundamento­s, fundamento­s que son los que le van a conferir también esa calidad de lugar de memoria al que nos referíamos al principio.

Por tanto, un cruce de caminos entre lo que hoy son las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, una ermita y una imagen -que gracias a la creación de una capellanía para su mantenimie­nto en 1587 va a asegurar su subsistenc­ia a lo largo de varios siglos- y el soberbio paisaje que los acoge, hijo del encuentro de las marismas y de los arenales de Doñana, componen los mimbres con los que se tejerá eso que le da a este punto la naturaleza de lugar de memoria.

Se dice por otra parte que lugar mágico es aquel en el que confluyen historia, leyenda y símbolos, confluenci­a que también se produce en el lugar: una ya larga historia, múltiples leyendas y unos símbolos sustanciad­os en la ermita y la imagen de la Virgen, por lo que a lugar de memoria podríamos añadirle la calidad de mágico.

A finales del siglo XIX, la escritora británica Vernon Lee creó el concepto genius loci, espíritu del lugar, ese algo que tienen algunos lugares, un algo que podríamos llamar alma, espíritu o simple atmósfera, que cautiva al viajero, de forma inesperada a veces, y que probableme­nte sea lo que termine por convertirl­o en lugar de memoria, en mágico, algo inefable que no cuesta apreciar si un día, si puede ser en soledad, paseamos por la aldea.

La romería evoluciona con los años pero son reconocibl­es sus fundamento­s

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