El Dia de Cordoba

“Para Juan Ramón, la poesía es hondura, un ejercicio místico”

ROCÍO FERNÁNDEZ BERROCAL

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Ramón Jiménez ya habla de pureza y menciona la poesía pura. Asocia ya esos dos conceptos. Porque la pureza también está relacionad­a con su espiritual­idad, con su tratamient­o formal y con esa palabra despojada del modernismo más salvaje. Una palabra más esencial.

–Quizá sea el primer libro de ese Juan Ramón Jiménez que recibirá el Nobel en 1956.

–Puede ser. Sobre todo, lo que se muestra es la actitud personal, con ese convencimi­ento, sosiego, armonía... esa vitalidad propicia hacia su poesía. Aquí se va ya intuyendo esa madurez, que todos dicen que llega cuando conoce a Zenobia y con la publicació­n de Diario de un poeta reciéncasa­do. Cuando, por otra parte, lee sus primeras lecturas inglesas y cuando el poeta se despoja de toda esa influencia anterior.

–En Pureza, uno de sus muchos trabajos inconcluso­s, se observa esa insatisfac­ción que acompañó siempre a Juan Ramón respecto a su obra.

–La autoexigen­cia de Juan Ramón está clara en esa revisitaci­ón de los textos. Pero en Pureza, y en estos libros de Moguer, más que por autoexigen­cia o insatisfac­ción, no se llegan a publicar por cantidad. Es decir, él escribe 23 libros en estos años de juventud y sólo se publican 11. Porque no encuentra editorial. No da abasto.

–¿Cuál fue el contexto personal del poeta en los años en los que trabaja este libro inédito?

– A partir de la muerte del padre, en 1900, afloran en él los problemas nerviosos, que lo llevan a un sanatorio de Burdeos, de Madrid… Luego, finalmente, descansa en Moguer de 1905 a 1912. Una época de mucha lectura y de mucha soledad. Él anhela y desea aprender idiomas, hacer otras cosas. Pero su salud es quebradiza. Por tanto, ahí, su pueblo, es puerto seguro. Por otra parte, se escribía con la gente que había conocido en Madrid: los Machado, María Lejárraga. También está en contacto con los poetas de Sevilla. De hecho, en 1912, antes de ir a Madrid, viene a Sevilla a comprarse ropa. El ajuar que Juan Ramón Jiménez usará para ser poeta, la ropa con la que conocerá a Zenobia, es la ropa que se compró en Sevilla.

–Eran años también de una sobresalie­nte producción cultural, de la que Juan Ramón Jiménez participa de manera asidua.

– Sí. Hay una eclosión cultural en el siglo XX importante; por ejemplo, de la mano de la Residencia de Estudiante­s. Moreno Villa dice que Madrid y la Residencia bullían. Allí todos se sabían los poemas de Juan Ramón Jiménez, allí todos lo recitaban en alto. Estaba Lorca con su Romancero gitano, estaba Alberti con su Marinero en tierra. En la habitación de Dalí no se podía pasar por la cantidad de bocetos que había por el suelo. Falla tocando el piano. Juan Ramón era el padre de todos. Apoyó a hombres y a mujeres. Todos lo reconocier­on como el máximo exponente de la poesía. Tanto es así que ecos de los versos como el “verde que te quiero verde” o el “herido, muerto de amor”, de Lorca, estaban ya en Juan Ramón.

–Dice usted que él vivía en el lenguaje, en la poesía. ¿Qué nos quiere decir con esta afirmación?

–Lo dicen Cansinos Assens, Cernuda… Nadie como Juan Ramón Jiménez representa esa pureza en la entrega por el lenguaje. Es una entrega pura porque es una entrega absoluta. Él no desarrolla ninguna otra profesión porque él era escritor desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche. La poesía siempre en vena. Desde que la descubrió aquí, en Sevilla. Juan Ramón viene a estudiar Derecho y pintura, estudios que abandona cuando entra en el Ateneo y descubre la literatura.

–Juan Ramón Jiménez declaró que la poesía es un hecho “profundame­nte relijioso”. ¿Cuál fue, para el poeta de Moguer, la idea de Dios? – Para él la poesía es un ejercicio místico. Un ejercicio muy hondo. En Pureza

hay muchos poemas religiosos que tienen al Dios con mayúsculas, y también en el libro Bonanza, dedicado a Unamuno. Unamuno y Juan Ramón buscan a Dios. Con el paso de los años, ese Dios con mayúsculas se hace dios con minúsculas. Ese dios deseado y deseante de sus libros últimos. Juan Ramón, en esa etapa, considera que dios es un creador de vida y de belleza; por tanto, el poeta, como creador igualmente de vida, y de belleza, es también un dios.

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JUAN CARLOS VÁZQUEZ

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