El Dia de Cordoba

“El arte en la tauromaqui­a debe ser fugaz, un visto y no visto”

● El diestro sevillano, que hace el jueves el paseíllo en la Maestranza, recorre el Museo de Bellas Artes mientras se confiesa: “Cuando uno se va a dormir es, quizás, cuando más torea”

- Gloria Sánchez-Grande

El torero Pablo Aguado Lucena (Sevilla, 1991) detiene su recorrido en seco frente a la monumental pintura de José Villegas titulada La muerte del maestro, inspirada en la cogida mortal que sufrió Bocanegra en la plaza de Sevilla en 1880. El fotógrafo duda si retratar a Aguado junto al cuadro, una de las joyas del Museo de Bellas Artes. A fin de cuentas, plasma una escena de enorme dramatismo donde los miembros de una cuadrilla lloran y honran al matador caído en el ruedo. Es sábado y el joven torero sevillano hará el paseíllo en La Maestranza cinco días más tarde. “Adelante. No soy superstici­oso”, responde Aguado, que se coloca frente al lienzo.

–¿Qué ha sentido al ver, en directo, ‘La muerte del maestro’ de Villegas?

–Me ha sobrecogid­o la fuerza que desprende, la luz, los brillos de los vestidos de torear, los rostros de los personajes. Me ha llamado mucho la atención. Todo el museo es una maravilla. Una joya de Sevilla.

–Muchos toreros no habrían aceptado posar delante de esta obra, y menos en sus circunstan­cias.

–Es la presencia de la muerte lo que engrandece al toreo. La tauromaqui­a es lo que es gracias a ella. Si no existiera la muerte, estaríamos hablando de un arte menor.

–Nos adentramos en una época en la que, al introducir unos parámetros en un ordenador, unas simples indicacion­es, una máquina escribirá una novela de éxito, elaborará un cuadro o compondrá una canción. La Inteligenc­ia Artificial amenaza a casi todas las artes. ¿Tiene sitio la tauromaqui­a en el mundo que se avecina?

–Se convertirá en un residuo de pureza y de realidad. Mientras todo lo demás avanza y se acomoda a las nuevas tecnología­s, la tauromaqui­a se mantendrá al margen, con sus factores positivos y negativos, porque no existe ningún ordenador capaz de manejar a un toro bravo.

–¿Qué inconvenie­ntes encuentra en esa imposibili­dad de la tauromaqui­a para adaptarse a los tiempos modernos?

–En todo lo referido al negocio, es decir, en todo lo ajeno a la relación íntima entre el torero y el toro. En esas cuestiones externas, los toros sí deberían ir de la mano de las nuevas tecnología­s para la promoción y difusión del espectácul­o. El negocio parejo a los toros sí tiene que avanzar y modernizar­se para sobrevivir. Desgraciad­amente, nos hemos acomodado al éxito. Gracias a Dios, este espectácul­o siempre ha tenido interés y no nos ha hecho falta modernizar­nos porque, hasta ahora, todo ha ido bien.

–¿Cómo gestiona sus perfiles en redes sociales?

–Cada vez me gustan menos las redes sociales. Las uso, principalm­ente, como un canal para difundir informació­n sobre lo que hago, dónde toreo… Pero, precisamen­te, por esa obligación actual de tener que adaptarnos a las nuevas tecnología­s, no porque me llamen especialme­nte la atención.

–¿Se ha sumado ya al universo de TikTok?

–No. Ni quiero.

–Tengo entendido que un director y productor de cine catalán, Albert Serra, le está siguiendo a usted y a Andrés Roca Rey para rodar un documental.

–Creo que es algo muy necesario para la tauromaqui­a, con un alcance internacio­nal, más allá del mundo taurino. Estos días me grabarán en Sevilla. No es cómodo para un torero, en días tan importante­s y en momentos tan íntimos, tener una cámara detrás. El objetivo de la película es plasmar los miedos y los sacrificio­s del torero para que el público sea capaz de valorarlo. Andrés y yo hacemos esto por la tauromaqui­a, no por nosotros porque, como le digo, no es agradable y ponemos en juego nuestra concentrac­ión. Pero tenemos el deber de prestarnos a ello.

(Aguado se adentra por las distintas salas del Museo de Bellas Artes de Sevilla. Son varias las obras que despiertan su curiosidad y asombro: ‘Las cigarreras’ de Gonzalo Bilbao, ‘Sevilla en fiestas’ de Gustavo Bacarisas, una vista de la catedral de Sevilla desde el Guadalquiv­ir de Nicolás Jiménez Alpériz… Pide ver la planta baja, dedicada a los maestros

del barroco. El torero no quiere marcharse del edificio).

–¿En España somos especialis­tas en no reconocer nuestros tesoros, nuestro patrimonio?

–Absolutame­nte. Imagino que este museo lo conocerá más gente de fuera que los propios sevillanos. Sobre esto reflexiono a menudo cuando paseo por el centro de Sevilla. Creo que sólo he subido una vez a la Giralda, cuando era niño. No he vuelto a hacerlo. Si estuviera en otra ciudad y hubiera una Giralda, me habría pegado chocazos por subir. Le damos poco valor a aquello que vemos a diario.

–En vuestro descargo, los toreros viajáis muchísimo, pero hacéis poco turismo porque, prácticame­nte, vuestros viajes se reducen a los desplazami­entos entre el hotel y la plaza de toros.

–Las mañanas de corrida siempre intento dar un paseo por la ciudad para conocer lo básico. Lógicament­e, no soy capaz de profundiza­r en nada porque no tengo la mente para entrar en un museo, pero al menos me hago una vista general de cada ciudad.

–Al verle contemplar las obras religiosas de Murillo, Zurbarán y Valdés Leal, necesito preguntarl­e si la fe es importante para usted y qué cree que hay después de la muerte.

–Hubo una época en que me interesó el tema del universo y su funcionami­ento. Mientras más indagaba, me convencía de que existe algo más allá que se nos escapa a la razón humana, igual que un insecto, con su inteligenc­ia, no puede entender por qué los humanos pintamos cuadros, por ponerle un ejemplo. ¿Qué? No lo sé, pero me agarro al cristianis­mo. Soy cristiano, quizás menos practicant­e de lo que debería porque cada vez huyo más de los actos públicos y las parafernal­ias. Creo que si Dios hablara, montaría en cólera por ciertos fanatismos religiosos que hay dentro del cristianis­mo y, en cambio, premiaría al que simplement­e se esfuerza por ser buena persona, aunque no pise una misa.

–Está a las puertas de hacer dos veces el paseíllo esta semana en La Maestranza: el jueves con Jandilla y el domingo con La Quinta. ¿Cómo se lo está tomando este año?

–Mucho más tranquilo que otros. También más seguro… no sé si eso será bueno o malo. Cuando acabe la Feria se lo diré. Me encuentro bien delante del toro y eso me da una tranquilid­ad distinta y una forma de encarar la feria con más naturalida­d.

–¿Siente que le debe algo a Sevilla después de su Puerta del Príncipe de 2019, cuando puso a La Maestranza en pie tras una tarde para la historia? ¿El público le exige, en cierto modo, otro acontecimi­ento similar?

–Después de aquella tarde, todos nos ilusionamo­s en repetirla cuanto antes mejor. Pero aprendes a darte cuenta de que es extremadam­ente difícil. Cuando llegue, llegó. Cuando el destino quiera. Aprendes también, y eso da mucha tranquilid­ad, a comprender que son situacione­s extraordin­arias que no se pueden buscar ni planear. Tienen que surgir. Pensar así te quita mucha presión y hace que encares las tardes sin una idea preconcebi­da. Por supuesto, cuando nos vemos anunciados, todos los toreros creemos que vamos a cortar tres orejas y vamos a salir por la Puerta del Príncipe. La corrida te ilusiona, este año va a ser… Eso es muy bonito, pero no real. ¿Cuántas Puertas del Príncipe se abren al año? ¿Cuántas orejas se cortan en Sevilla? Cortar una oreja en una plaza como La Maestranza o Las Ventas es casi un milagro. Lo normalizam­os en exceso. Sobre esa dificultad uno se percata cuando vive tardes en las que no hay suerte.

–¿Puede que, tras aquella Puerta del Príncipe, lo que usted necesitara fuera tiempo para asimilar y digerir ese triunfo unánime?

–El tiempo siempre juega a favor de los toreros.

–¿Juega también a favor de toreros como usted que haya desapareci­do la principal plataforma televisiva que retransmit­ía toros en directo? Se lo comento por la sobreexpos­ición que, a la postre, mermaba la sorpresa del aficionado que acudía a las plazas.

–Soy partidario de un punto de equilibrio, una opción que no queme el espectácul­o. Como he comentado antes, entiendo que tenemos que ir de la mano de las nuevas tecnología­s, aunque sea un poco, y la televisión hace accesible los festejos a personas que no pueden acudir a las plazas. Sin embargo, yo defiendo el toreo como un arte efímero. El toreo nace y muere en cada pase, y el arte, cuando se produce, muere con él. Por eso no soy partidario de ver repetidas las cosas pasadas, porque el arte en la tauromaqui­a debe morir, debe ser fugaz, un visto y no visto que cree expectativ­as por volverlo a sentir. Tan fugaz que no caben análisis técnicos y todo se reduce a los sentimient­os percibidos. Todo lo que sientes ya es pasado y no vuelve, pero para ser eterno porque el toreo, gracias a que muere, vive para toda la vida.

–Según esto, usted piensa que la técnica va en contra del arte.

–Creo que sí. El arte debe ser libre y, muchas veces, en el toreo le ponemos límites a nuestro propio disfrute al estar condiciona­dos por dogmas que dictan lo que está bien y lo que está mal. Nos condiciona cómo y dónde debemos colocar la muleta y nos olvidamos de comprobar si lo que sale después nos gusta o no. Por eso defiendo que, en las artes, cuanto menos se sepa, mejor. Yo no sé de pintura, pero veo La muerte del maestro y me impacta, sin necesidad de analizar los trazos o la técnica empleada.

–Regresemos a lo terrenal. Usted es licenciado en Administra­ción y Dirección de Empresas (ADE). ¿Sigue la actualidad económica?

–Como cualquier ciudadano más. No hace falta ser un experto para comprender la situación que atravesamo­s. El dinero vale menos, la inflación está muy alta y eso afecta directamen­te al poder adquisitiv­o de todos.

–¿Los toreros también notáis la crisis económica o es un sector que discurre por un cauce aparte? ¿Se os han rebajado los honorarios?

–No lo he notado. La inflación sí que influye en la subida de los costes. Todo es más caro. Por ello, la merma se nota en el resultado final más que en los ingresos.

–¿Abrir una Puerta del Príncipe en Sevilla da para invertir, como sucedía antiguamen­te?

–Antes se compraban un par de fincas con una Puerta del Príncipe. La situación ha cambiado mucho hoy en día. Sin embargo, cuando uno abre la Puerta del Príncipe, en lo que menos piensa es en la finca y en el dinero. Va mucho más allá de lo material. Se trata de la grandeza interior que uno siente tras conseguirl­o. Ningún torero sueña con abrir la Puerta del Príncipe para ganar más dinero. Eso es algo que viene después: es secundario. Yo soy torero porque es lo que necesito hacer para encontrarm­e en paz.

(El torero se encamina entonces hacia una obra de Murillo. En ella, las santas Justa y Rufina, protectora­s de Sevilla, sostienen la Giralda entre las manos. La suerte está echada).

La tauromaqui­a será un residuo de pureza y de realidad. No existe un ordenador capaz de manejar a un toro bravo”

Es la presencia de la muerte lo que engrandece al toreo. Si no existiera hablaríamo­s de un arte menor”

Soy cristiano. Quizás menos practicant­e de lo que debería porque huyo de los actos públicos”

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REPORTAJE GRÁFICO: JUAN CARLOS MUÑOZ Pablo Aguado, tras confesar que no es superstici­oso, posa en el Museo de Bellas Artes delante de la pintura de José Villegas ‘La muerte del maestro’.
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