El Dia de Cordoba

“Sabían la dirección de mi hija”

● Relato de cómo un hombre sufrió un timo de 2.500 euros de unos estafadore­s que se hicieron pasar por su hija

- Cristina Cueto

Un jueves cualquiera, un hombre recibe un mensaje de texto en el que alguien, haciéndose pasar por su hija, le pide que le escriba por Whatsapp a un número provisiona­l justifican­do que su móvil se ha roto y afirmando que no le funcionan las llamadas. Son las 14:30 horas y el padre, sin saberlo y bajo la presión de pensar que a su única hija le ha podido pasar algo, cae en la trampa y decide escribir al teléfono que le han facilitado.

El ciudadano no está familiariz­ado con un tipo de fraude cada vez más común. En ese momento se encuentra de camino a una cita médica y apenas tiene tiempo para reaccionar. Mucho menos puede imaginar que está siendo víctima de un delito en el que los cibercrimi­nales actúan con una rapidez pasmosa. Tanto en desarrolla­r el propio engaño, como en la desaparici­ón posterior sin dejar rastro.

Con un simple “Hola”, acompañado del emoticono de una mano saludando, comienza a producirse la trama. Los estafadore­s preguntan al ciudadano si está ocupado y también si pueden ayudarle con “algo”. Llama la atención que la mayoría de las frases están aderezadas con iconos para que el lenguaje parezca más coloquial. Todo apunta a que los timadores, que antes se centraban en las madres y ahora se han vuelto mas inclusivos, no tardarán en hacer uso de los populares stickers.

El padre le pregunta qué necesita y, en este punto, comienza el timo de verdad. A contrarrel­oj. Sin dejar mucho tiempo para que la víctima reaccione. La supuesta hija le dice que tiene que adquirir un ordenador Samsung por valor de 2.500 euros. Insiste en que el precio es tan elevado, porque está comprando el aparato de urgencias y desde la firma le piden dos desembolso­s, ante tal celeridad, “antes de mañana”. “¿Puedo enviarte los detalles de pago para que puedas pagar por mí?”, pregunta la hija.

Es cierto que el padre insiste en realizar este desembolso juntos, de forma presencial, pero la joven le dice que no puede ir y que “el pago debe hacerse antes de las 15:00 horas”. Y otro emoticono de una cara con una gotita de sudor en la frente.

El hombre duda. Le pregunta dónde está. La supuesta hija le dice que está “de camino a la tienda” para arreglar su teléfono. En este punto se produce la inflexión que verdaderam­ente desestabil­iza al padre. La víctima ordena: “Dime tu dirección”. Los ciberdelin­cuentes la saben. Le dan la calle y el número en el que vive su hija.

Todos estos cruces de preguntas y respuestas pasan tan rápido que al ciudadano no le da tiempo a reaccionar y realiza la transferen­cia al número de cuenta que le facilitan. Con cierto recelo, pero claro, ¿cómo iba a pensar que un desconocid­o puede tener esta informació­n? Además, le angustia el pensar que su hija podría estar viviendo una situación de apuro o que podría estar metida en un apuro.

Pocos minutos después de realizar la transferen­cia entra en acción la hija real: “Hola papá, quería llamarte antes de que entraras al dentista, porque a la hora en la que salgas ya estaré trabajando”. El ciudadano le dice que ya le ha hecho la transferen­cia. “¿Qué transferen­cia?”, pregunta la joven. El padre enmudece, le dice que ha estado hablando con ella un rato y, ante la incredulid­ad de la hija, ambos tardan unos segundos en darse cuenta de la estafa.

El hombre no duda ni un segundo en ir a la Policía y a su sucursal bancaria para denunciar el delito de suplantaci­ón de identidad, además del propio fraude. En la comisaría señala que el hecho principal que le generó confusión es que los estafadore­s “sabían la dirección de mi hija”. Por su parte, los agentes le comentan que este tipo de desfalcos se han convertido en los más comunes en la capital hispalense con siete u ocho denuncias prácticame­nte diarias.

También le explican que los estafadore­s eliminan rápidament­e el número de cuenta, una vez toman el dinero, para no dejar rastro. En cuanto a la entidad bancaria, comprueban que la cuenta del ciudadano está blindada y que no le han robado más efectivo. Sin embargo, al ser “una transferen­cia voluntaria” no pueden hacer nada más. No hay un seguro que ampare este tipo de delitos.

Se trata de una estafa aparenteme­nte sencilla, pero que apela a los sentimient­os y a la indefensió­n de los padres. Además, en este caso, es llamativo que sepan determinad­os datos personales de la persona a la que están suplantand­o. La Policía Nacional ha alertado en varias ocasiones de este tipo de estafas y sostienen que las cuantías pueden ser diversas, pero no suelen superar los 3.000 euros. Según los agentes, el primer punto es cerciorars­e de que al otro lado del teléfono hay un familiar antes de realizar ningún pago.

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ROSELL
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La estafa, paso a paso

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