FERIA SILENCIOSA
el problema hacia el malvado PP, que, cierto, lo ha manejado con el oportunismo de siempre, aunque no se lo ha inventado.
La blandenguería de Pedro con Arnaldo (en el pleno en el que se sumó al rechazo de la indecencia le reclamó seguir trabajando juntos) es un fruto tardío de la investidura del actual presidente. No fue entonces, con la euforia del gobierno de coalición y los pactos con toda suerte de nacionalismos, cuando Sánchez se entregó a estas alianzas con los socios más tóxicos. Fue más adelante, al percatarse de que no podrá seguir en La Moncloa otros cuatro años si no es con la colaboración estrecha de Yolanda Díaz –para él, Podemos es ya pasado– y la ayuda externa de Bildu y ERC, cuando hizo de la necesidad virtud. Ya dejó de considerarlos aliados convenientes, aunque molestos, para tratarlos como amigos imprescindibles para continuar gobernando.
De ahí vino todo. Los indultos, la sedición, la malversación, el grosero discurso anticapitalista, la ley del sólo sí es sí, las listas de Bildu... Sánchez no quiso escuchar a quienes le avisaban de las consecuencias inevitables de andar en malas compañías y no sabe que no pueden silenciarse por decreto. Llaman a los terroristas presos políticos, como si fueran presos de conciencia. Miles de personas son cómplices de esa estrategia del abuso: hay casi 400 asesinatos y miles de otros delitos sin resolver. Los que van a las manifestaciones reclamando una amnistía están pidiendo la impunidad para ellos mismos. Además de con el terrorismo, nadie quiere cargar con el peso del brutal acoso a la población y el control social mafioso durante décadas.
Este síndrome de Euskadi, de protección de sus veteranos y de sus propias conciencias, entra en contradicción con la pretensión de Bildu de ganar posiciones en diputaciones forales y ayuntamientos vascos y navarros. Y en el resto de España tiene desgraciado reflejo en una encarnizada pelea entre PP y PSOE. Los populares deberían escuchar con más respeto a Consuelo Ordóñez. Se olvidan unos y otros de que la colaboración entre ambos ha sido capital para la erradicación de ETA. Zapatero propuso el pacto antiterrorista firmado en época de Aznar y el lehendakari socialista que ejercía cuando se acabó con la banda criminal estaba en el cargo con los votos incondicionales del PP. Un poco de seriedad.
SI este artículo no me sale bien, no será culpa del ruido. Mi mujer se ofreció a llevar ella a los niños a la feria, para que yo tuviese toda la tarde para leer. Ahora la casa está silenciosa y triangulamos Aspa, la perra, que bosteza; el canario, que hace unos gorgoritos gongorinos que enardecen la paz; y yo, que –toc, toc, toc– tecleo.
Pensaba escribir sobre estos gestos de amor conyugal, también tiernos, que conllevan un sacrificio. Cuando la gente pregunta cómo escribo tanto y les digo que el mérito es de mi mujer, se ríen, como si fuese una broma galante. Ja, ja, ja. Sin embargo, he pesando que ese artículo no le gustaría nada a mi mujer.
Y no por humildad, que ella eso lo lleva bien y sabe que la humildad es estar en verdad. Es por una cosa muchísimo más curiosa, si nos paramos a pensarla. Por vergüenza. A las esposas de hoy les espanta que se sepa que ellas miman a sus maridos, aquello que tanto enorgullecía a nuestras abuelas y un poco menos a nuestras madres, pero también. Hoy se presume de absoluta simetría en el desempeño de las tareas del hogar y, sobre todo, de lo aplicado que es el cónyuge masculino, si lo hay.
Decimos a voleo que el mundo se ha invertido,
Hoy por hoy, los cónyuges llevan en secreto, casi como una aventura, sus delicadezas y detalles
pero es en estos casos concretos en los que se ve hasta qué punto ha volteado. La hipocresía ha cambiado de bando. Es posible que antes una esposa presumiese de tener a su marido entre algodones y que luego, en realidad, se tratasen de pena, pero eso sería –los trapos sucios– un secreto familiar. Hoy pasa lo contrario: se airean los conflictillos y la conciliación, y dan mucho bochorno esas delicadezas asimétricas y esos detalles que rozan el capricho y el mimo.
Ninguna hipocresía, como ninguna hipoteca, es buena; pero las hay con distintas condiciones. Cuando se fingía el cariño, a veces se te infundía, como el actor que termina creyéndose su papel. “Fake it till you make it”, dicen los ingleses. Si nos ponemos a fingir que somos una pareja (sic) con las tareas domésticas milimétricamente repartidas al gusto de Irene Montero, puede que al final acabemos discutiendo por la frecuencia con la que ponemos o no el lavavajillas.
Yo estoy seguro de que los matrimonios se miman mucho más de lo que dicen, pero este artículo anima también a decirlo, a agradecerlo, a presumir. Aunque me temo que tendrá su coste. Los días que quedan de feria me va a tocar ir: por bocazas. (Pero también me gustará si es con ella.)