El Dia de Cordoba

La fiesta de las miserias

El Coso de los Califas está perdido; no hay nadie que sea capaz, por el momento, de poner un poco de orden

- Salvador Giménez

Cuando las mulillas arrastraro­n al toro de nombre Asturiano, sobrero jugado en sexto lugar en la corrida que puso cierre a la Feria de Córdoba, se ponía punto y final a la misma, y casi seguro a la temporada en el Coso de los Califas. Una plaza de toros que, a pesar de su categoría administra­tiva, permanece en una profunda sima, de la que parece no puede –o no quiere– salir. Son ya muchos años de medias tintas, de intrascend­encia en el panorama taurino nacional, de mediocrida­d y, sobre todo, de conformism­o. Una plaza que a día de hoy ve reducido su abono a tres festejos; alguna plaza de la provincia programa los mismos, cuando no ha mucho era plaza de temporada, teniendo algún peso en el llamado planeta de los toros.

Hoy todo se ha desvanecid­o poco a poco. No hay criterio alguno. La plaza está perdida. No hay nadie que sea capaz, por el momento, de poner un poco de orden. En lo estrictame­nte taurino, el criterio del palco es amable, poco exigente, dadivoso y en ocasiones desconoced­or de la legislació­n que reglamenta la fiesta.

Como muestra, conceder trofeos con estocadas bajas y faenas muy insustanci­ales o, lo que es peor, devolver un toro por manso en el segundo tercio. El toro, principal pilar de la fiesta, siempre se ha dicho que si el toro falla, el espectácul­o se desmorona por sí solo, ha fallado en la presente edición. En las dos corridas jugadas, una con el hierro de Domingo Hernández, alguno con el pial de Garcigrand­e, y la otra con el novísimo hierro de Álvaro Núñez, no debieron no solo saltar a la plaza, es que ni siquiera hubieron de ser embarcados para una plaza como la de Córdoba.

Toros impropios para una feria que quiere ser importante. Animales sin trapío, sin remate y huecos de lo que se debe de pedir a un toro de lidia: presencia, poder y casta. Córdoba debe de buscar su prototipo de toro. No hace falta un toro con la presencia del de Madrid o Bilbao. El toro de Córdoba debe de ser armónico, rematado, en consonanci­a con la morfología de su encaste y limpio de pitones. Una utopía tal vez, pero, a día de hoy, el toro que salta a los Califas no es el que la ciudad, por historia y tradición, merece.

Otro debe, puesto de notoriedad en la recién acabada feria, es la actitud del público. Ya lo dijo el locuaz Jesulín de Ubrique cuando, muy ufano, afirmó que los verdaderos aficionado­s caben en un autobús. A día de hoy, en Córdoba, creo que caben en un monovolume­n. El aficionado se ha perdido. El relevo generacion­al busca otro aliciente en la fiesta. Todo les vale. Todo es plausible. Da igual, el caso es divertirse. Desconoce los entresijos no ya solo del espectácul­o, sino de la realidad de la lidia y de todo lo que la debe de rodear. Con una presidenci­a fácil, con un medio toro y con un público relativame­nte fácil, ¿qué ocurre? Pues que el compromiso de los actuantes, llámese ganadero, espadas, banderille­ros, picadores y demás figurantes del espectácul­o, lo tienen todo más fácil y más amable.

Es hora de que Córdoba ponga remedio a sus males y miserias. Hay que poner, entre todos, unos puntos en común y poner unas líneas maestras. Si no son los cordobeses, ya sea a través de la Federación de Peñas Taurinas, abonados y aficionado­s de reconocida solvencia, nadie va a venir de fuera a ponerlas para sacar a Córdoba del profundo pozo donde se encuentra.

Acabó la feria. Una feria gris, a pesar de la apertura por partida doble de la Puerta Califal. Una feria que a simple vista parece corta, pero que programar más festejos tal y como está el patio, es una quimera y una apuesta más que arriesgada. Cierto es que Córdoba precisa más festejos de abono, pero ojo, cuando la afición y espectador­es en general estén dispuestos a asistir a la plaza, y no solo los días de relumbrón, clavel y sombrero cordobés. Es hora de sentar unas líneas coherentes para volver a ser lo que se fue. Córdoba tiene que desterrar sus miserias. Pero es la afición y el espectador cordobés quienes deben de desterrarl­as de una vez para siempre.

A día de hoy, los verdaderos aficionado­s de la ciudad caben en un monovolume­n

 ?? MIGUEL ÁNGEL SALAS ?? Andrés Roca Rey, triunfador de la Feria Taurina, observa con su cuadrilla el albero antes de la suspensión del sábado.
MIGUEL ÁNGEL SALAS Andrés Roca Rey, triunfador de la Feria Taurina, observa con su cuadrilla el albero antes de la suspensión del sábado.
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