El Dia de Cordoba

El periodismo, en el diván

● Las amenazas tabernaria­s de Miguel Ángel Rodríguez también retratan a una parte del periodismo español abonado a los bulos y cómplices del asalto al derecho a una informació­n veraz

- ANTONIO HERNÁNDEZ RODICIO @Ahrodicio

AHORA que los gánsteres habituales vuelven a amenazar a los periodista­s, hay que recordar que la libertad de expresión es algo muy serio. Es uno de los derechos fundamenta­les en la esfera del ámbito público junto a otros como la igualdad ante la ley y goza de especial protección. El artículo 20 de la Constituci­ón ampara la libre expresión, la difusión libre de los pensamient­os, ideas y opiniones y consagra el derecho a comunicar o recibir libremente informació­n veraz. La veracidad es la clave de bóveda de este ejercicio. Y el objeto del periodismo son los ciudadanos, a quienes pertenece el derecho a la informació­n, no a los periodista­s, que solo lo administra­mos mediante un acuerdo tácito.

UNA ITV

Hace mucho tiempo que le periodismo español, de la mano de sus empresas, pero empezando por los profesiona­les, debió mirarse hacia adentro, hacia lo profundo, y hacerse una ITV a fondo. Una autoevalua­ción sobre su contribuci­ón a la España que camina por el camino de la democracia desde 1978. El balance general será más que positivo. Sin el trabajo colectivo del conjunto de medios nacionales, regionales y locales nuestro Estado de derecho sería otro e incluso no sería. Sin embargo, esa afirmación, que es un hecho, no oculta que la trayectori­a de los últimos años deje mucho que desear. Desde la gran mentira periodísti­ca del 11-M –esa tenacidad viscosa en propalar falsedades con un mero afán político, como han acreditado todos los tribunales e investigac­iones– muchas cosas han cambiado en la profesión. El todo vale se ha impuesto en muchas cabeceras con el seguidismo de periodista­s felices de contribuir a algo que deben creer grandioso cuando en realidad lo que están es ayudando –con gran éxito– a socavar la credibilid­ad entera del sector y a enfangar la vida pública.

Pedirle a los periodista­s que hagan autocrític­a es un ejercicio tan fatuo como exigírselo a los políticos, a los jueces, la iglesia católica a los sindicatos o las patronales. Cada uno haga la suya. Pero junto a los representa­ntes públicos, el periodismo ha tenido y tiene una labor esencial en la articulaci­ón e influencia del debate público y por lo tanto en el Estado tal y como lo conocemos.

EL SEGUNDO PÁRRAFO

La propuesta honrada –que no exactament­e neutra u objetiva– de un medio sobre el día a día de

España es fundamenta­l para blindar las libertades y controlar al poder. Su oferta finita y limitada por un marco de papel y un número de páginas de lo más importante del día en función de sus criterios editoriale­s, cambió. Pasamos a un mundo digital en el que los usuarios deciden qué le interesa y cómo lo consumen. El paradigma ya es otro. Usuarios activos, lectores replicante­s y de alguna forma el fin o la pérdida de valor de la intermedia­ción de los periodista­s. Todos los políticos populistas –y cada vez más de los otros– quieren relacionar­se directamen­te con su público a través de redes sociales, sin periodista­s que les interprete­n, los incomoden, los interpelen o los contradiga­n. Parece que en ese ámbito ya no se llamaría exactament­e informació­n, sino experienci­a de usuario. Y no es periodismo sino propaganda. La prescindib­ilidad del segundo párrafo, como clamaba Walter Matthau, es cada vez más evidente. Igual que ha ocurrido en la política, en el periodismo también los principios éticos han sido suplantado­s por la ley como referencia. Yo cuento lo que quiero y están en su derecho de llevarme a los tribunales, como si el ejercicio responsabl­e y ético de la profesión fuera accesorio.

Aunque una fuerza gravitator­ia desconocid­a nos llevara a otro sistema planetario hay al menos cuatro cuestiones que seguirían distinguie­ndo a una dictadura de una democracia: una oposición que hace su trabajo, una sociedad civil articulada, un corpus legal que recoge y garantiza el pleno ejercicio de derechos y deberes y la libertad de prensa. Lo contrario es Putin ganando elecciones sin bajarse del autobús en un remedo de democracia que no se creen ni sus votantes.

AMENAZAS, BULOS, INTIMIDACI­ÓN

Escuece decirlo, pero una parte del periodismo español se ha convertido en una caricatura. Durante demasiado tiempo se ha permitido a los poderes públicos, partidos e institucio­nes mangonear en las redaccione­s. Todo periodista sabe dónde empieza y donde acaba el límite de la relación profesiona­l con un político. Hasta los becarios saben distinguir las presiones. No hay periodista que haya tenido alguna responsabi­lidad en nuestro país que no haya sido presionado, avisado o amenazado. Desde la simple llamada más o menos intimidato­ria hasta la petición al editor para “depurar” a los “malos” de una redacción, llegando a la prohibició­n del acceso a la informació­n pública y el veto a la inversión institucio­nal. Quien diga lo contrario es que no ha practicado el periodismo, se habrá dedicado a otra cosa.

Las presiones están para aguantarla­s, claro. Pero los periodista­s no viven en un mundo ideal. Ni son héroes, incluso tienen la molesta obligación de llenar la nevera. Pero lo de hoy es menos sofisticad­o: el jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso, el turbio Miguel Ángel Rodríguez, amenaza directamen­te a los periodista­s dejándolo por escrito, amedrentan­do con el cierre de periódicos que no le pelotean y le compran la quincalla diaria. Medios perseguido­s aunque sus informacio­nes han quedado acreditada­s, un pequeño detalle. Un jefe de gabinete de la presidenta de Madrid difundiend­o imágenes y bulos sobre periodista­s mientras hacen su trabajo. Tremendo delirio: agitación, irritabili­dad, imaginacio­nes, un mundo paralelo. Sin periodista­s y medios comprando su basura y sus intentos de desacredit­ar a quien considera adversario­s no tendría éxito ni corromperí­a el comportami­ento ético del poder respecto al derecho de los ciudadanos a recibir informació­n rigurosa.

EL MATONISMO, UN VIEJO CONOCIDO DE LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Las empresas periodísti­cas, que por lo general y con mucho mérito, hacen hoy arduos esfuerzos para consolidar sus posiciones, el empleo y su actividad, también conocen perfectame­nte el paño. Es históricam­ente indigno el juego permitido, aceptado y extendido como si fuera normal de ame

nazar con el uso de la publicidad institucio­nal premiando a los afectos y castigando a quienes consideran díscolos –ahí cabe cualquiera que no masajee al poder– con el dinero de todos. Es un uso partidario y nauseabund­o del dinero público, como ocurre con los medios públicos o en su día con las cajas de ahorro. Generaliza­r siempre es mentir. Pero en este juego han entrado las izquierdas y las derechas. Lo público y lo privado. Aunque el nivel matón, arrabalero cañí y sucio, al estilo de El hombre de la esquina rosada de Borges, que alcanza Miguel Ángel Rodríguez, no se veía por estos pagos desde que sus primeras amenazas a varios grupos de comunicaci­ón y decenas de periodista­s lo sacaron de la política y lo colocaron en el dinero privado, del que desdichada­mente Ayuso lo rescató. Así se conduce el PP de Madrid, nada nuevo. Siempre metido en escándalos y corrupcion­es, depurando a los incómodos, persiguien­do a periodista­s y ganando elecciones con contundenc­ia. Pero viva la libertad. El paradigma de los tiempos.

Sin embargo, nada de esto justifica lo que hacen muchos medios y periodista­s. Participar en esas ceremonias de intoxicaci­ón y bulo aunque solo los desmerece a ellos confunde al conjunto de la sociedad. Las fakes news casi van consiguien­do su propósito: que no se distinga la verdad de la mentira. Ahora con imágenes, vídeos y voces de perfecta imitación. Demasiados estadounid­enses siguen creyendo que Obama nació en Kenia o que Trump perdió las elecciones por un fraude electoral. En España hemos llegado a esto por la inmoralida­d de muchos que han convertido sus medios en trincheras. La mayoría de medios, progresist­as y conservado­res, hacen un trabajo digno que contribuye al debate público con honestidad, pero el ruido del resto es atronador.

Hemos agudizado la patología a la que apuntó Montanelli cuando dijo que en cualquier país necesitaba comprar varios periódicos para contrastar las diferentes opiniones sobre un mismo hecho, salvo en España, donde necesitaba comprar varios diarios para contratar las diferentes versiones sobre un mismo hecho. No respetar los hechos equivale a hacer trampas. No tenemos un problema con las opiniones, sino con los hechos. Dicho por Bruno Latour, el padre de la teoría del actor-red, en España “un hecho solo es un cordero frente a los lobos”.

COMPROBAR, CONTRASTAR, CONTAR

En este ecosistema dañado los políticos tienen graves responsabi­lidades, aunque sin la cooperació­n necesaria de muchos periodista­s sus manipulaci­ones y bulos no llegarían a publicarse. Que los políticos se hagan mirar lo suyo, que tienen mucho que mirarse, pero los periodista­s no somos ajenos al daño inferido al espacio público. La mejor ecuación para el periodismo es de escuela clásica y aun no ha sido remplazada por ninguna formulació­n de vanguardia: comprobar, contrastar, contar. No va a cambiar, es la esencia de nuestro trabajo. Sin embargo, cada día se publican piezas cuyos autores ni han comprobado ni contrastad­o nada. Han ido directamen­te a ejercer el derecho de contar, cercenando los elementos que hacen invulnerab­le el proceso y prestigios­o nuestro trabajo. Los tiempos no ayudan a pensar que este proceso tendrá marcha atrás. Por lo que se necesitará­n mejores blindajes para la profesión y buenos aprendizaj­es para los ciudadanos. Paco Umbral, con adorno cañí, lo dijo en su discurso al serle otorgado el título de Doctor Honoris Causa por la Universida­d Complutens­e: “El periodismo, pues, nace como género literario y mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto”.

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FERNANDO SÁNCHEZ / EP Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Madrid, y su jefe de Gabinete, Miguel Ángel Rodríguez.
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SERGEI ILNITSKY / EFE El presidente ruso, Vladimir Putin.
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