LA ARRIESGADA APUESTA DE RYANAIR
Solo habían pasado cuatro meses desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, con las compañías aéreas inseguras sobre su futuro, cuando Ryanair arriesgó y encargó cien 737-800. El éxito de la apuesta colocó a la compañía irlandesa entre los grandes de la aviación.
Casi 20 años después O’Leary repite la jugada, al hacer un pedido de 210 aviones 737-Max, el primero tras dos años sin volar debido a los accidentes de 2018 y 2019. De nuevo le hace un gran favor a la empresa de Seattle, que se lo devuelve con un notable descuento en el precio. Es el movimiento más arriesgado de su carrera, pero ahora ya no pretende ascender, sino mantener su posición de liderazgo en el sistema que han contribuido a crear. Se trata de una clara apuesta a que el mundo de la aviación volverá pronto a las cifras anteriores a la pandemia.
Entre marzo de 2019 y el mismo mes de 2020, Ryanair transportó 150 millones de pasajeros y calcula que solo una quinta parte en el resto de 2020, pero volverá a las cifras de 2019 en 2023, para, a partir de ahí, volar a toda velocidad.
Asume O’Leary que las compañías aéreas “de bandera” como British, Lufthansa o Air France, seguirán sufriendo en los próximos años a causa de la menor venta de business y largo radio, con cuyos ingresos subvencionan las rutas de corto radio, lo que les impedirá aprovecharse de la recuperación. Seguirán perdiendo dinero al no poder anular rutas deficitarias pero necesarias para abastecer a sus centros de distribución, mientras que Ryanair se beneficiará de un avión de mayor capacidad, menor consumo y menos agresivo ambientalmente. Algunas compañías seguirán el camino de Thomas Cook o Flybe.
Mientras tanto los gobiernos europeos se verán forzados a favorecer la recuperación turística, especialmente cuando la vacuna empiece a tener efectos, por lo que los reguladores
La aerolínea vuelve a salir al rescate de Boeing, y de su polémico modelo ‘737-Max’
europeos no pondrán obstáculos a ese crecimiento.
Ahora hay muchas oportunidades para crecer, declara O‘Leary en el Financial Times del 27 de diciembre. Cien millones de asientos que no van a ser utilizados estarán en el mercado y “alguien tendrá que quedarse con ellos”. Ya ha dado los primeros pasos para ocupar los slots abandonados por Norwegian en Italia y España y los de Easyjet en Stansted. Con su teoría de que el miedo a volar se quita con billetes baratos, asegura que venderlos a 9,99 euros ayudará a superar los temores, como ocurrió en 2002.
En The Economist el 16 de diciembre destaca el cambio de actitud respecto a sus tres enemigos tradicionales: las compañías aéreas de bandera, los gobiernos que las subvencionan -olvidándose, por supuesto, de que sus “acuerdos comerciales” con entes de promoción y aeropuertos son también subvenciones- y los reguladores. Las primeras ya no suponen un peligro y gobiernos y reguladores tendrán que adaptarse. También ha dejado de insultar a clientes (“ignorantes”), sindicatos (“un fracaso”) y ecologistas (“habría que fusilarlos”), desde que son la mayor compañía europea. Ahora tienen que ser sensibles, y respetuosos con los clientes y empleados. Con los pilotos y personal de cabina llegó a un acuerdo de mantener puestos de trabajo a cambio de reducción de salarios. ¿Le saldrá bien la apuesta como en 2002? Los riesgos acechan, por supuesto. En la discusión entre la “vergüenza de volar” y los que exigen su derecho a unas vacaciones baratas puede ocurrir cualquier cosa. Ryanair apuesta por los segundos. Pero también puede ocurrir que la voluntad de Von der Leyen de implementar la agenda 2050 esté por encima de las actuales dificultades y los reguladores se empeñen en la fuerte reducción de las emisiones e incentiven alternativas más verdes. Los “torpes gobiernos” tienen ahora más poder. De ellos depende la rapidez en la distribución de la vacuna. En lo que concierne a nuestros destinos turísticos, si Ryanair acierta, volveremos a un uso sobrecargado de pisos turísticos, al exceso de turismo en ciertos destinos y se perderá la oportunidad de la crisis.