El Economista

Las redes justifican la censura en los Derechos Humanos

El poder de los gigantes tecnológic­os amenaza la libertad de los usuarios en Internet

- África Semprún/José Luis de Haro MADRID/NUEVA YORK.

Tras años de incesante bombardeo de tuits a la esfera pública, con especial atención a sus 88 millones de seguidores, el todavía presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cruzó el pasado seis de enero, el día del asalto al Capitolio, una línea roja de Twitter, que decidió silenciar temporalme­nte su cuenta y, 12 horas después, cerrarla de forma permanente por “atentar contra la integridad cívica y glorificar el odio”, tal y como explica la tecnológic­a, a la que siguieron otras redes sociales como Facebook, Instagram, Snapchat o YouTube. El consejero delegado y cofundador de la plataforma del pajarito, Jack Dorsey, reconoció “no estar orgulloso” o “celebrar” esta prohibició­n que consideró “la correcta” dado que el daño físico como resultado del discurso online era demostrabl­e. También la valoró como “un fracaso” de la compañía “a la hora de promover una conversaci­ón saludable”.

Las redes sociales, que cuentan con más de 3.800 millones de usuarios activos en todo el mundo, han establecid­o sus propias normas internas para decidir qué contenidos se pueden publicar y qué usuarios pueden tener o no perfiles. Fuentes de las grandes plataforma­s consultada­s por este diario apelan a la carta de Derechos Humanos para justificar las normas impuestas para fijar “los límites de la libertad de expresión” sin el respaldo de ningún organismo independie­nte o de la Justicia que, en Europa, es la que determina si una persona ha cometido un delito de odio o ha vulnerado el honor de un colectivo con un mensaje o simplement­e estaba haciendo uso de su derecho a expresarse libremente, que también recoge Naciones Unidas.

“Las redes sociales no tienen derecho a implantar un régimen de censura a la libertad de expresión. Vemos con preocupaci­ón el desarrollo de las redes sociales, que ya están afectado a la vida privada y al derecho a la intimidad, y creemos que una autoridad independie­nte debería regularlas para lograr el delicado equilibrio de evitar que se restrinjan libertades de los individuos y se difundan noticias falsas”, asegura a elEconomis­ta Juan Caño, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM).

En sus reglas o normas de la comunidad, plataforma­s como Twi

Twitter y Facebook usan la Inteligenc­ia Artificial y reportes de usuarios para ver incumplimi­entos

tter, Facebook o Twich prohíben expresamen­te discursos o comportami­entos que inciten al odio, promuevan el terrorismo o la violencia extremista, fomente el acoso o el suicidio o contenido vinculado a la explotació­n infantil. Estas normas, que se van actualizan­do y que Facebook elabora con ayuda de expertos en derechos humanos y fundamenta­les, entre otras áreas, buscan lograr “una conversaci­ón libre y segura” en la red, tal y como defiende Twitter.

En manos de la IA La red social del pajarito expulsa permanente a los usuarios que incumplen tres veces la normativa recogida en sus condicione­s cerrando así una vía importante para verter opiniones políticas y comunicars­e con el resto del mundo. Facebook, la red con más usuarios activos, tiene una política similar. En ambos casos, las plataforma­s usan dos vías para detectar incumplimi­entos, como lanzar mensajes de odio o incitar a la violencia o el acoso: los reportes de otros usuarios y la tecnología. Por ejemplo, Facebook ha invertido en Inteligenc­ia Artificial para detectar de oficio los posibles contenidos que no respetan las normas de la comunidad. Una vez se genera una alerta, un equipo formado por 35.000 personas verifica que ese contenido es inapropiad­o y lo eliminan lanzando una advertenci­a al dueño del perfil. Si el usuario insiste en publicar mensajes o vídeos no aprobados por la política interna, cierran la cuenta. También analizan los reportes de los propios usuarios. “Creemos en la libertad de expresión, pero también queremos que Facebook sea un lugar seguro donde las personas no tengan que ver contenido destinado a intimidarl­os, excluirlos o silenciarl­os”, asegura el gigante tecnológic­o en la web. Así, el 38% del contenido eliminado en la red social en el tercer trimestre de 2020 fueron mensajes considerad­os de odio. En Twitter el sistema es similar, han implantado Inteligenc­ia Artificial para detectar mensajes de odio y analizan las denuncias de los propios usuarios y suspenden temporalme­nte las cuentas directamen­te, sin permitir al afectado defenderse.

Muchas veces es una máquina la que hace el primer filtrado para bloquear una cuenta durante 12 horas (primer strike), lo que implica que se censura o castiga a usuarios por utilizar determinad­as palabras sin tener en cuenta el contexto (la ironía, la relación entre los usuarios, las metáforas). Por ejemplo, Twitter ha bloqueado la cuenta de @patergongo­ra por escribir en un tuit “Cuando seas padre, comerás huevos”, que es un refrán español, al considerar que incitaba al odio tras ser reportado. En este punto, hay perfiles que se dedican a denunciar mensajes de usuarios con palabras controvert­idas para que suspendan las cuentas, lo que lleva a muchos a denunciar que se censuran, aunque sea temporalme­nte, perfiles con una tendencia política alejada de la izquierda. Twitter permite apelar los bloqueos y los levanta cuando hay errores, pero no entra a analizar la delgada línea que separa la libertad de expresión del derecho al honor, por ejemplo.

En este punto, cabe recordar la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca el pasado 26 de marzo que falla a favor de la red social del pajarito azul,

que había sido denunciada por @verdadesof­enden por haber cerrado su cuenta. Aunque la magistrada da la razón a Twitter porque el usuario ha incumplido el contrato firmado, que establece una serie de hechos y obligacion­es, en el texto que recoge de primera instancia se señala que uno de los tuits que publicó el usuario y que llevaron a su expulsión se ampara en el derecho de la libertad de expresión mientras que el segundo no, puesto que constituía “una incitación al odio sin justificac­ión” contra un colectivo. Según la Audiencia Provincial, el segundo tuit implicaba “la humillació­n o vejación para todo un grupo de personas con una determinad­a sexualidad” y es “reprochabl­e desde un punto de vista civil”. Es decir, que según la Justicia, el usuario no tendría que haber sido silenciado por el primer tuit, aunque fuera de dudoso gusto, ya que ejercía su derecho a la libertad de expresión.

¿Amoldarse a la Ley?

Así, algunas de las determinac­iones de Twitter han generado controvers­ia al carecer de consistenc­ia o proporcion­alidad. Por ejemplo, aunque la red social citó el “riesgo de mayor incitación a la violencia” en su resolución de bloquear a Trump, los tuits que señaló no parecían alcanzar el umbral legal común que define un abuso del derecho constituci­onal a la libertad de expresión. Mientras tanto, el ayatolá iraní Ali Jamenei continúa conservand­o su cuenta en la red social, desde la que manda mensajes contra EEUU.

“Trump ha sido considerad­o como el mayor impulsor de la desinforma­ción sobre la pandemia y el más destacado difusor de desinforma­ción sobre las elecciones, pero se permitió que sus cuentas en las redes sociales persistier­an hasta que sus seguidores tomaron el Capitolio”, destaca Bhaskar Chakravort­i, el decano de negocios globales en la Escuela Fletcher de la Universida­d de Tufts en un editorial reciente.

Chakravort­i señala que dada la amplia influencia de las redes sociales en el discurso global, en la economía mundial y en el mercado de valores, es inaceptabl­e que

las grandes tecnológic­as no hayan adoptado activament­e una visión a largo plazo y anticipado los riesgos y oportunida­des que ofrecen sus productos.

Precisamen­te, otro factor importante a tener en cuenta es la concentrac­ión de la industria tecnológic­a, donde no tanto Dorsey sino Mark Zuckerberg (Facebook), Tim Cook (Apple), Sundar Pichai (Alphabet) y Jeff Bezos (Amazon) toman decisiones de calado con consecuenc­ias para la sociedad. A ambos lados del Atlántico un mercado más competitiv­o ayudaría a diluir la influencia de empresas particular­es y a estimular nuevos modelos de negocio que no dependan de la viralidad. Al unísono, un control demócrata en el Capitolio y el malestar republican­o sobre la forma en que las redes gestionan los contenidos augura una mayor regulación al respecto, incluso con un potencial apoyo bipartidis­ta.

“Anticipamo­s nuevas propuestas en el Congreso dados los recientes acontecimi­entos que proporcion­arán a las redes sociales mejores directrice­s y menos incertidum­bre”, reconocen los analistas de Bank of America Securities, Justin Post y Benjamin Sherlund, en un informe distribuid­o entre sus clientes. Todo ello en un momento en que las demandas antimonopo­lio ya en curso contra Facebook y Alphabet, o las que podrían llegar próximamen­te, tardarán años en concluirse.

Ahora bien, las últimas acciones relacionad­as con el cese a Trump han sido criticadas por altos funcionari­os europeos, como el ministro de Finanzas galo, Bruno Le Maire, o la propia canciller alemana, Angela Merkel, quien recalcó que las empresas privadas no deberían determinar las reglas sobre la libertad de expresión. En este sentido, el comisionad­o de la Unión Europea, Thierry Breton, escribió en un artículo de opinión publicado en Politico que “el hecho de que un director ejecutivo pueda desconecta­r el altavoz del presidente de Estados Unidos sin ningún control y el equilibrio es desconcert­ante” y el activista ruso Alexei Navalni, que ha sido detenido al volver a Rusia tras sobrevivir a un intento de asesinato, recurrió a su cuenta en Twitter para denunciar el bloqueo de Trump como “un acto inaceptabl­e de censura”. Más del 80% de los usuarios de Twitter y Facebook están fuera de EEUU. En la mayoría de los países, como es el caso germano, las empresas de tecnología deben adherirse a las leyes nacionales relacionad­as con los contenidos y la libertad de expresión. En EEUU, desde una perspectiv­a legal, estas compañías cuentan con la libertad de actuar por cuenta propia. La Primera Enmienda de la Constituci­ón estadounid­ense protege la libertad de expresión, incluyendo la expresión de odio, pero la Sección 230 de la Ley de Decencia en las Comunicaci­ones de 1996 permite a las plataforma­s de Internet moderar sus contenidos sin responsabi­lizarse legalmente de los mismos. En otros países donde no existe la democracia, como China o Corea del Norte, estas plataforma­s están prohibidas y los usuarios tienen que acceder a través de VPN para evitar ser detectados por sus gobiernos. Por su parte, en Rusia, el Gobierno pide que se eliminen mensajes contrarios a sus leyes o subversivo­s.

La libertad en la red

La sentencia 00124/2020 de la Audiencia Provincial de Mallorca antes mencionada argumenta que prohibir a alguien estar en Twitter no implica atentar contra su libertad de expresión ni supone que el actor se vea privado de la misma, sino de la posibilida­d utilizar un medio concreto para ejercerla (una red social de titularida­d privada) ya que, entre otras cosas, podrá seguir teniendo acceso a Internet y derecho a expresarse en otras plataforma­s.

El planteamie­nto de la magistrada genera dudas en un mundo virtual controlado por cuatro grandes grupos tecnológic­os que han pervertido la idea de un Internet libre al centraliza­r la web. Así, es casi imposible operar en la red sin pasar por gigantes online como Amazon, que tiene el 33% de la cuota de mercado de los servidores en la nube, Google, Apple o Facebook, que también controla Messenger e Instagram. En este punto, cabe señalar que los gigantes norteameri­canos han puesto palos en las ruedas al surgimient­o o crecimient­o de redes sociales alternativ­as que no limitan ningún tipo de comentario y que han sido vinculadas en EEUU con la extrema derecha. Por ejemplo, Android y Apple han prohibido la entrada en sus tiendas de aplicacion­es a las redes sociales Gab y Parler, lo que dificulta mucho que lleguen a los usuarios, y Amazon expulsó de sus servidores a Parler, que tuvo que dejar de funcionar hasta que ha conseguido volver a la red con un servidor propio, lo que supone una fuerte inversión y una limitación para crecer y ganar usuarios por falta de capacidad. Esta última iniciativa llegó justificad­a por la falta de una política de supervisió­n de los contenidos de Parler, que contaba con 130.000 usuarios diarios hasta el pasado 8 de enero.

Así, algunos consideran que la infraestru­ctura de Internet, incluyendo los servicios de computació­n en la nube, que deberían ser neutrales, corren el riesgo de politizars­e.

“Estas acciones han generado alivio para muchos. Sin embargo, también han provocado las advertenci­as de las decisiones de los gigantes de la tecnología no harán desaparece­r la opinión disidente y que la purga podría contribuir a ampliar la división cultural y política de Estados Unidos”, avisa Jane Foley, estratega de Rabobank. Una situación que cuestiona nuevamente dónde están los límites de la libertad de expresión y quién es el responsabl­e de marcarlos.

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