El Economista

LA ‘OKUPACIÓN’ CASTIGA LA INVERSIÓN EN ALQUILER

- Jorge Martín Losa

Póngase en situación. Sin previo aviso, el inquilino deja de pagar el alquiler durante meses. La primera medida, como es lógico, es preocupars­e por la situación que motiva los retrasos. Buscar una alternativ­a que permita solucionar el problema. Pero la insistenci­a en los impagos obliga a iniciar un proceso judicial para recuperar la vivienda. Entre que se produce el impago y se acude a la Justicia pueden pasar de 2 a 3 meses. Y la sentencia, después de sortear diferentes estrategia­s procesales para dilatar la resolución, todas ellas bien conocidas por los okupas y sus asesores, puede tardar en llegar perfectame­nte alrededor de un año más. Mientras tanto, el okupa sigue utilizando la vivienda, gratuitame­nte.

Tras conseguir la sentencia favorable, sin perjuicio del posible recurso de apelación en segunda instancia, viene el trámite del lanzamient­o, o lo que es lo mismo, recuperar la posesión de la vivienda, pero entonces aparece la pandemia, con la paralizaci­ón del sistema judicial y la ya de por sí saturada administra­ción de justicia se colapsa y todo el proceso se ralentiza un poco más. En resumen, un año y medio después de obtener una sentencia dictando la resolución del contrato y el desahucio del inquilino, aún no se ha conseguido recuperar la vivienda y el okupa lleva ya más de dos años viviendo a costa del propietari­o.

Esta historia es real y con mínimos cambios, es una historia lamentable­mente habitual, que se repite a diario a lo largo de toda la geografía española, y que padecen muchas familias.

Partimos de la idea de que, efectivame­nte, hay muchas personas en una situación económica complicada y que tienen derecho a una vivienda, pero la obligación de asistencia social correspond­e al Estado y, en ningún caso, a los propietari­os privados. Y se da la situación paradójica de que, muchos de los propietari­os de viviendas en alquiler okupadas, pagan también los impuestos para la asistencia social de esos mismos okupas. Porque

El derecho a la vivienda es una obligación del Estado, no de los propietari­os

hay que recordar que, en su inmensa mayoría, los propietari­os de inmuebles en alquiler en España son particular­es que, con esfuerzo y ahorrando parte de su vida profesiona­l, adquieren una vivienda, buscando conseguir unos ingresos extra para la familia, y no grandes fondos de inversión o grandes inmobiliar­ias, como a veces se aduce para justificar un cierto tipo de ocupación okupación reivindica­tiva.

Si una familia se declara en situación de necesidad, es el Estado el que (por ley) debe garantizar el acceso a una vivienda y a las ayudas que sean necesarias, pero en ningún caso trasladar ese mandato constituci­onal al dueño de la vivienda al que, al menos, debería pagar el Estado el alquiler impagado como responsabl­e subsidiari­o de la situación de necesidad en que se encuentra esta familia.

El 95% del parque de viviendas en alquiler en España está en manos de pequeños ahorradore­s, según el informe Claves del Mercado Residencia­l en España 2020 de CBRE.

Sin embargo, los últimos estudios también demuestran que cada vez hay un mayor interés por parte de fondos e inversores extranjero­s en participar en el mercado mediante la construcci­ón de urbanizaci­ones enterament­e destinadas al alquiler. Se trata de un mercado muy desarrolla­do en otros países y que podría conseguir elevar la oferta de este tipo de viviendas en España y, por tanto, también conseguir un cierto equilibrio en los precios que facilite el acceso a un mayor número de población.

Sin embargo, la incertidum­bre legal y el sistema desmesurad­amente garantista para el infractor, es el peor enemigo de cualquier apuesta inversora que necesita, ante todo, un escenario reconocido y reconocibl­e para todos. En este sentido, si a las dificultad­es legales que debe sortear un propietari­o para recuperar su casa de unos okupas le añadimos además la amenaza de una legislació­n que pretende actuar sobre los precios del alquiler, no sería de extrañar que esos actores interesado­s en nuestro mercado inmobiliar­io busquen destinos más estables, con los consiguien­tes perjuicios para nuestra economía. Y no está el país para permitirse prescindir de inversione­s e inversores de los que, al final, nos beneficiam­os todos.

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