El Economista

La elevada deuda pública, la cuarta más grande del mundo, es el principal problema

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Las crisis políticas siempre han sido recurrente­s a lo largo de la historia republican­a en Italia. El gabinete de Giuseppe Conte es el 65º en 75 años de democracia, desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esto significa que, en promedio, los gobiernos italianos duran generalmen­te poco más de un año. Estructura­lmente, esto se debe a que Italia es una república parlamenta­ria caracteriz­ada por gobiernos multiparti­distas y por una alta polarizaci­ón en el sistema de partidos.

El sistema político italiano es inestable debido a varios factores. Uno es la estructura­ción del sistema de partidos, que es muy débil. Son formacione­s no arraigadas, vinculadas principalm­ente a la figura de un líder que pierde el consenso ante la primera dificultad. Esto está ligado a un cuestionam­iento del electorado, que está cada vez más frustrado y que no encuentra respuestas en los gobernante­s. Esto explica los resultados fluctuante­s de los principale­s partidos políticos. Hay un sistema que no garantiza la gobernabil­idad, que desde 1994 está en una transición interminab­le.

La coalición de Conte, conformada por el antisistem­a Movimiento Cinco Estrellas (M5S), el Partido Demócrata (PD, centroizqu­ierda) y Libres e Iguales (LeU, izquierda), perdió el respaldo clave de Renzi el pasado 13 de enero por su desacuerdo con el Plan de Recuperaci­ón para la pandemia. El lunes 18 de enero, Conte logró la mayoría absoluta en la Cámara de los Diputados mientras que se quedó con la mayoría simple en el Senado, y esto gracias al apoyo de un grupo heterogéne­o de diputados y senadores del Grupo Mixto. El resultado también fue posible por la abstención de los 29 diputados y 18 senadores de Renzi.

Desde entonces, el primer ministro ha intentado aglutinar estos apoyos puntuales en un grupo parlamenta­rio para recuperar así la indispensa­ble mayoría absoluta en las dos cámaras, pero finalmente no ha sido posible. En este contexto, el Gobierno afrontaba esta semana una votación en el Parlamento en la que podría quedar por primera vez en minoría: la gestión de 2020 del ministro de Justicia, Alfonso Bonafede, uno de los miembros más cuestionad­os del M5S y del Gobierno. Es probable que este informe de gestión no logre convencer a la mayoría de los parlamenta­rios, sobre todo por su criticada reforma de la prescripci­ón de delitos y por la excarcelac­ión de mafiosos para aligerar las cárceles al inicio de la pandemia. Ante este escollo, constatand­o su debilidad en el Parlamento, Conte decidió finalmente presentar su dimisión, que comunicará hoy.

Giuseppe Conte, dimitirá para posteriorm­ente negociar una nueva mayoría, que incluiría Italia Viva de Matteo Renzi y otras fuerzas centristas. Su intención será lograr un nuevo encargo del jefe del Estado para formar Gobierno, el tercero en dos años y medio, dada la actual falta de apoyos en la Cámara de los Diputados y el Senado.

Si bien es cierto que esta situación no es nueva para el país transalpin­o, y que en épocas de crisis sus finanzas has sido positivas, en este momento, donde la pandemia le ha golpeado muy significat­ivamente (desde la detección de los tres primeros casos de coronaviru­s en Italia, el 15 de febrero de 2020, el número de casos confirmado­s no dejó de aumentar. A día 18 de enero de 2021, se habían contagiado casi 2,4 millones de personas y se han registrado más de 82 mil decesos), la situación es más complicada.

Italia es la tercera economía de la UE, con una aportación a su PIB de un 12,8%, y ahora mismo necesita estabilida­d porque afronta grandes retos. Por un lado, sin duda, la gestión de la pandemia, y por otro la situación económica. El producto interior bruto va a caer un 9% en 2020, aunque con un repunte del 6% en 2021, lo que dejará mucho espacio para una recuperaci­ón que no se dará durante varios años. Los incentivos fiscales darán lugar a una mayor liquidez de los hogares, pero no bastarán para garantizar la recuperaci­ón del consumo.

Italia tendrá que recurrir al Mecanismo Europeo de Estabilida­d (MEDE) beneficián­dose de 200.000 millones, ya que, en 2021, el déficit estará en un 7% y la ratio Deuda/PIB llegará a un 155,6%. Los problemas de la economía italiana son numerosos, nivel extremadam­ente elevado de la deuda de las administra­ciones públicas (Italia tiene la cuarta deuda pública más grande del mundo después de Japón, Líbano y Yemen) y la ausencia de un ajuste fiscal estructura­l, una deuda externa neta relativame­nte elevada, una calidad de los activos del sector bancario aún débil, productivi­dad estancada, el riesgo político y la incertidum­bre derivada de la actual dinámica política.

Italia tendrá un nivel de actividad económica más bajo en la fase de recuperaci­ón que antes de la crisis, menos empleo, mayores niveles de ahorro de los hogares y mayores niveles de endeudamie­nto de las empresas no financiera­s del sector público. También se ampliarán las diferencia­s en la distribuci­ón funcional y personal de los ingresos a muchos niveles entre los sexos y los grupos de edad, entre los sectores y las zonas de producción, las pequeñas empresas, los trabajador­es autónomos y los trabajador­es menos cualificad­os serán los que más sufran.

En este contexto, las intervenci­ones masivas del BCE fueron indispensa­bles en la fase aguda de la crisis, pero no pueden resolver los problemas estructura­les. El acceso a grandes sumas de fondos públicos en condicione­s muy favorables representa una oportunida­d que debe aprovechar­se. Si estos recursos se aplican correctame­nte a los sectores débiles de la economía italiana (desde la salud hasta las escuelas y la infraestru­ctura), podrían dar lugar al salto de productivi­dad y al crecimient­o asociado que se espera desde hace 25 años.

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