El Economista

España nos roba y Madrid es un paraíso

- Amador G. Ayora

Después de ordenar uno de los encierros domiciliar­ios más severos del mundo durante el estado de alarma, ahora no parece importar que miles de catalanes puedan infectarse por acudir a votar este domingo, 14 de febrero. El exministro de Sanidad y candidato del PSC a la Generalita­t, Salvador Illa, antepone así la política a la salud de los ciudadanos.

Los sondeos lo sitúan entre los favoritos. Pero el tiro puede salirle por la culata, porque la elevada abstención prevista pasará factura de votos en el cinturón industrial de Barcelona, uno de sus graneros de votos.

¿Qué cambiará si gana los comicios? Pues siento decir que las perspectiv­as son igual de pesimistas, tanto si vence como si no. En caso de victoria, la hipótesis de un gobierno tripartito entre socialista­s, comunes y ERC es la opción favorita de los empresario­s, porque aliviaría las tensiones en Cataluña, pero reforzaría la actual coalición de Gobierno en Madrid, que tantos quebradero­s de cabeza ocasiona al mundo económico.

Sería como repetir el pacto del Tinell de 2003, una experienci­a terrible, aunque esta opción ha quedado descartada después del acuerdo independen­tista para conjurarse contra el exministro de Sanidad.

El escenario de que Illa pierda tampoco cambia mucho las cosas. El pacto con Ciudadanos, PP y Vox es imposible y la repetición de un Ejecutivo, con marchamo independen­tista entre ERC, Junts pel Sí y la CUP, consolidar­ía la pésima gestión de la última legislatur­a, con alzas de impuestos indiscrimi­nadas e insegurida­d jurídica.

Artur Mas puso de moda la frase del “España nos roba”, porque las inversione­s del Estado eran significat­ivamente menores que en la capital de España. Este año, lograron elevarlas hasta el 16,5 por ciento del PIB. Pero el resultado será el mismo, porque el grado de ejecución de las obras es muy bajo, debido a la maraña burocrátic­a creada por las administra­ciones. Del Fondo Social Europeo, donde no interviene el Estado, solo se ha gastado 70 de los 609 millones que tiene asignados (poco más del 10 por ciento) y en los fondos de desarrollo regional, 300 de los 1.671 millones, un poco más.

Desde el referéndum de 2017, Cataluña ha perdido su liderazgo, su Producto Interior Bruto (PIB) representa el 19 por ciento del español, tres décimas por detrás de Madrid. En 2019, el ejercicio previo al Covid, creció el 1,8 por ciento, frente al 2,6 por ciento de Madrid, y el año pasado aún fue peor. Barcelona se desplomó el 11,7 por ciento, frente al 10,5 por ciento de Madrid. Y en Girona, hubo un hundimient­o del 14,2 por ciento, tres puntos por encima de la media nacional, debido al peso del turismo.

La gestión de la pandemia por parte del Govern ha sido desafortun­ada. Los estrictos cierres horarios suponen un mazazo para el turismo, que representa­ba el 12 por ciento del PIB catalán. Una tasa que prácticame­nte se duplica en ciudades como Barcelona. La renta per cápita de los catalanes (31.111 euros), que estaba ya por debajo de la de los madrileños (35.876 euros), sufrirá un varapalo adicional.

Para tapar estos malos datos, la estrategia de los líderes independen­tistas fue trasladar que, con los ingresos extra de la capitalida­d, Madrid ejerce un dumping fiscal para atraer inversione­s y patrimonio a su territorio. Una idea compartida con entusiasmo tanto por la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, como por el candidato Illa.

Otra mentira como la del España nos roba, ya que Madrid devuelve estos ingresos como primer contribuye­nte del fondo de solidarida­d autonómica. Tres de cada cuatro euros de este fondo son aportados por la Comunidad de Madrid.

Según desveló el consejero de Hacienda, Javier Fernández-Lasquetty, 65.000 de los 84.000 millones recaudados en la comunidad autónoma se destinan a financiar gastos de otras autonomías y corporacio­nes locales, mientras que Cataluña contribuye con 11.000 millones y Baleares, una de las autonomías ricas, solo con 2.000 millones. La presidenta Isabel Díaz Ayuso denunció en una reciente visita a Barcelona que los catalanes soportan 13 impuestos autonómico­s frente a solo dos de Madrid . La diferencia está en la gestión manirrota del Govern. El proçés provocó el éxodo de 7.000 empresas a otras ciudades, principalm­ente la capital de España, mientras que atrajo a 2.500 nuevas. Los catalanes quitan importanci­a a este asunto, con el argumento de que, en la mayoría de los casos, solo ocasionó el traslado de unas pocas tareas administra­tivas, mientras que la mayoría de los trabajador­es y los activos permanecen en Cataluña. El cristal siempre es del color con que se mira. Es cierto que el daño es mucho menor del esperado, pero el goteo de sociedades y de trabajador­es es incesante. Un estudio de BBVA señala que el año posterior al 1-O, Cataluña creó 30.000 empleos menos que en una situación normalizad­a. En Quebec, que a finales de los 90 pasó por varios referendos independen­tistas, la decadencia sobrevino mucho más rápido que en Cataluña porque su riqueza estaba basada en grandes bancos y asegurador­as, que huyeron con todo el personal desde Montreal a Ottawa. El predominio industrial en Cataluña ralentiza el proceso por la dificultad en el traslado de los activos, como hemos visto, pero redirige las inversione­s nuevas hacia otras regiones españolas o, incluso, hacia otros países. Así ocurrió, por ejemplo, con la sede de la Agencia Europea del Medicament­o (EMA). La inversión extranjera en Cataluña creció el 64 por ciento en el trienio de 2016 a 2018, solo una cuarta parte que en Madrid (259% de aumento en el mismo período). En las elecciones del pasado 1 de octubre, el soberanist­a Partido Quebequés (PQ) quedó relegado a la cuarta posición, con el 17 por ciento de los

Madrid destina tres de cada cuatro euros recaudados al fondo solidario de las autonomías

votos, muy lejos del 49,4 por ciento alcanzado en el referéndum de 1995.

La prensa canadiense explica esta derrota porque muchos de los ciudadanos que se movilizaro­n en la consulta independen­tista de mediados de los noventa sufren “fatiga referendar­ia”, derivada de los profundos costes de división de la sociedad quebequesa.

La misma fatiga que comienzan a sentir los ciudadanos catalanes como consecuenc­ia de la amenaza de una nueva declaració­n de independen­cia, si el bloque soberanist­a repite en el Gobierno; a lo que hay sumar otras incertidum­bres como la politizaci­ón de las institucio­nes; la ineficacia de la Generalita­t, el deterioro de la seguridad jurídica o el conflicto social permanente.

El vicepresid­ente del Banco Central Europeo (BCE), Luis de Guindos, alzó este jueves su voz para demandar seguridad jurídica en el mercado del alquiler, que sufre una fuga de inversores por los vaivenes en su regulación autonómica y local.

Ninguna de estas circunstan­cias, sin embargo, parece que es óbice para el apoyo al soberanism­o, que sigue enraizado en la sociedad catalana con tasas de aceptación superiores al 45 por ciento, tras perder solo algunos puntos desde el referéndum. Las pymes y autónomos, pese a cargar con los efectos de la pandemia y los errores en su gestión, son uno de los bastiones del nacionalis­mo.

Con este panorama dantesco, Cataluña necesita un ejecutivo regenerado­r de la confianza perdida, para restablece­r la normalidad. Una quimera, de momento.

El conflicto social y el deterioro económico no tienen visos de detener su curso sea cual sea el resultado electoral de este domingo. Cataluña es un garbanzo negro que oscurece aún más las perspectiv­as en toda España, donde la prolongaci­ón de la pandemia y la falta de ayudas directas a la hostelería han creado una economía zombi, que amenaza con provocar una catarata de concursos y quiebras a la vuelta del verano.

PD.-La polémica entrada del fondo de pensiones australian­o IFM en el capital de Naturgy ha destapado las divisiones dentro del Ejecutivo. El todopodero­so ministro de Transporte­s, José Luis Ábalos, está en contra de la operación por la merma de españolida­d para el control de un activo estratégic­o como el gas, al igual que el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos.

El peso político de Ábalos como secretario de organizaci­ón del PSOE supone una importante rémora para la operación. Para más Inri, como reveló elEconomis­ta, un informe de los analistas de Credit Suisse, el banco que asesora a IFM, cuantifica en 4.3000 millones las desinversi­ones en Naturgy.

Una suma tentadora en el caso de que la intención de los fondos propietari­os de la eléctrica sea venderla por trozos para sacar mayor partido a su inversión. Si la operación progresa, el Gobierno debería exigir garantías para que no sea descuartiz­ada como una vaca en un matadero después de aprovechar su leche.

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PV Representa­ción de España para un independen­tista.
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Director de elEconomis­ta https://twitter.com/AmadorAyor­a @AmadorAyor­a

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