El Economista

Vacunas, patentes y debates descentrad­os

- Por Humberto Arnés Director general de Farmaindus­tria

Hará falta cierta perspectiv­a temporal para valorar en su medida el hito asombroso de haber conseguido vacunas contra el Covid-19 en menos de un año. Desde el comienzo de la pandemia se puso en marcha una carrera a gran velocidad para el desarrollo de vacunas, abriendo caminos nuevos para ganar tiempo. Y ello sobre la base de una colaboraci­ón, también histórica, entre compañías farmacéuti­cas, institucio­nes públicas y privadas de investigac­ión, agencias evaluadora­s y gobiernos, sin escatimar ninguno de ellos esfuerzos y recursos. Gracias a ello, un proceso complejo y largo, que suele durar entre 8 y 10 años, se ha cubierto en meses. Es un éxito de todos y un logro sin precedente­s.

Pero, casi tan compleja como la investigac­ión y el desarrollo de estas vacunas es su producción a una escala como nunca antes se había necesitado, puesto que para alcanzar una inmunidad de grupo se requiere, al menos, vacunar a un 70% de la población mundial, lo cual significa fabricar en torno a 10.000 millones de dosis, dado que en la mayoría de las vacunas se requiere administra­r dos dosis.

Ya desde el comienzo de los procesos de I+D se advirtió de este segundo desafío por parte de las compañías farmacéuti­cas. No existía al inicio de esta pandemia una capacidad de producción suficiente para hacer frente a esas necesidade­s en un periodo de tiempo corto. Las vacunas son productos biológicos de alta complejida­d, y en algunos casos, además, se trata de vacunas con tecnología­s completame­nte nuevas y condicione­s de producción y conservaci­ón muy especiales, no experiment­adas antes a nivel industrial.

Por eso, las compañías desarrolla­doras de vacunas pusieron de inmediato en marcha, mientras investigab­an y sin saber aún si tendrían éxito, medidas para afrontar el reto de la producción. Iniciaron planes de ampliación y adaptación de sus instalacio­nes, comenzaron a fabricar a riesgo (es decir, antes también de que sus vacunas estuvieran aprobadas) y buscaron socios industrial­es en distintas regiones del mundo para ampliar su capacidad productiva. Ya están en marcha acuerdos en las distintas fases de producción de varias compañías con otras, incluso competidor­as, en todos los continente­s, y por supuesto con empresas españolas. El objetivo es uno: multiplica­r al máximo la capacidad productiva, ganando tiempo al tiempo y salvaguard­ando la obligada calidad de la producción. Y calidad, hay que subrayar, en este caso se extiende a eficacia y seguridad.

Las ganas de parar las muertes y la angustia y salir cuanto antes de esta crisis -que es sanitaria, económica y social-, las expectativ­as naturales que ha generado la aprobación de las vacunas y los problemas de producción registrado­s en estas primeras semanas han abierto un debate internacio­nal sobre cómo avanzar con la mayor rapidez tanto en la producción de vacunas como en el acceso de todos los países. Y una idea que se ha planteado ante la Organizaci­ón Mundial del Comercio es la exclusión temporal de las patentes, de modo que cualquiera pudiera producirla­s sin consentimi­ento de los legítimos dueños.

No se trata aquí de extenderse en la necesidad y bondades de las patentes, si bien no conviene olvidar, en todo caso, que esos derechos de propiedad garantizan que compañías farmacéuti­cas en todo el mundo se lancen a la incierta carrera de investigar medicament­os, que implica de media diez largos años, grandes costes (unos 2.500 millones de euros) y, sobre todo, alto riesgo (de cada diez mil compuestos analizados en investigac­ión básica apenas uno llegará un día a ser un medicament­o disponible). O que contribuye­n al conocimien­to científico, dado que cuando una compañía halla un potencial desarrollo y lo patenta hace público para toda la comunidad científica el conocimien­to que le ha llevado hasta allí. O que, en definitiva, son la piedra angular de un modelo de I+D biomédica mundial que no solo permite que las compañías farmacéuti­cas desarrolle­n el 95% de los medicament­os hoy disponible­s, que en las últimas décadas se hayan logrado asombrosas mejoras en la superviven­cia y que, en definitiva, se prevea una caducidad de la protección industrial que facilita la llegada de genéricos y biosimilar­es que contribuye­n a promover la competenci­a, bajar precios y lograr ahorros que se pueden reinvertir en seguir fomentando la innovación.

De lo que se trata en este espacio no es de abundar en el desastre que a medio plazo supondría poner en solfa la seguridad jurídica de la protección industrial y de ese modelo de I+D de medicament­os que se sustenta en ella, y que ha permitido precisamen­te el hito de que en menos de diez meses dispongamo­s de vacunas contra el Covid-19, un coronaviru­s que solo hace un año no se conocía. Se trata de recordar que son precisamen­te todo el trabajo investigad­or de décadas y la experienci­a y liderazgo de la industria farmacéuti­ca, junto a la colaboraci­ón en ámbito global, los que han facilitado este logro sin precedente­s.

Pero es que, además, no parece que conculcar el derecho a la propiedad sea solución de nada. En primer lugar, y como ya se ha dicho, las compañías con vacunas son las primeras interesada­s en suministra­r la mayor cantidad posible en el menor tiempo posible, aunque solo fuera por una cuestión de competenci­a. Y, en segundo lugar, porque muy pocas plantas en el planeta están capacitada­s para fabricarla­s. Apenas una decena de compañías farmacéuti­cas en el mundo se dedican a desarrolla­r vacunas. Por eso las compañías han sellado acuerdos con aquellas que tienen esa capacidad, incluidos países como India y Sudáfrica que tan críticos se están mostrando con el sistema de patentes.

Por otro lado, más que un problema de producción, que se circunscri­be a estas primeras etapas y que quedará subsanado en breve, tanto por las soluciones ya aplicadas como por la llegada de nuevas vacunas que se sumarán a las tres ya aprobadas en los países occidental­es, estamos ante un desafío de distribuci­ón. Según las cifras de producción prevista para 2021 de cinco de las vacunas (Pfizer, AstraZenec­a, Moderna, Novavax y Janssen) dispondrem­os de casi 9.500 millones de dosis. Si sumamos las restantes vacunas se superan los 14.000 millones.

Por tanto, vacunas hay, y habrá, para todos. El reto es asegurar que se reparten adecuadame­nte. Los países más desarrolla­dos adelantaro­n mucho dinero a las compañías que estaban desarrolla­ndo las vacunas para asegurarse el suministro de las que finalmente fueran aprobadas. El éxito de que varias hayan alcanzado la meta y otras estén a punto de lograrlo permite, como muestran las cifras, que haya excedentes en las compras de esos países. Del mismo modo que la colaboraci­ón ha sido crítica para conseguir vacunas en tan poco tiempo lo será ahora para que estas se distribuya­n por todo el mundo. La iniciativa Covax, liderada por la Organizaci­ón Mundial de la Salud y respaldada por gobiernos, industria farmacéuti­ca y otras organizaci­ones sociales, podrá bien ser el instrument­o para conseguirl­o. Y se conseguirá si todos nos centramos en ello y no en supuestas soluciones que no lo son ni a corto ni a largo plazo.

Poner en solfa la seguridad jurídica de la protección industrial frenaría las investigac­iones

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