El Economista

La inteligenc­ia artificial velará por la ética

Las organizaci­ones líderes vigilan los sesgos ideológico­s en la captura y el tratamient­o de los datos

- Carlos Bueno MADRID. Para leer más www.eleconomis­ta.es/kiosco/

La inteligenc­ia artificial empieza a impregnarl­o todo. Para el año 2030, las previsione­s hablan de que su contribuci­ón al PIB mundial será de 14.000 millones de euros, un pronóstico que podría quedarse corto. Hay algoritmos predictivo­s y otros que ya toman decisiones en múltiples campos. En plena explosión del fenómeno, las organizaci­ones comienzan a tomarse en serio el debate ético del prodigio.

La inteligenc­ia artificial (IA) y sus algoritmos ya saben adivinar el próximo grupo de música que nos gustará, la película o serie que disfrutare­mos o la prenda que nos quedará perfecta. También estos mecanismos pueden anticipars­e a nuestras necesidade­s, analizar pruebas diagnóstic­as médicas, ayudar en el desarrollo de nuevos fármacos, señalar a la Hacienda pública los contribuye­ntes sospechoso­s de estar cometiendo fraude… Tal es su sabiduría y su nivel de auto aprendizaj­e, que muchas de las decisiones empiezan a delegarse en estas máquinas. Entre otros ejemplos, podemos recordar que, en Cataluña, desde 2016, un algoritmo evalúa si un recluso merece o no disfrutar de un permiso penitencia­rio. Aunque cabe esperar que la decisión final la toma un juez, este ya se apoya en los dictámenes que le formula este instrument­o para valorar los posibles riesgos de su excarcelac­ión. Por no hablar de las bolsas de valores, donde los algoritmos ya marcan con sus decisiones de compra y venta las subidas y bajadas de los títulos. O de los bancos y organismos que adoptan estas herramient­as para determinar quién merece o no que se le conceda un crédito o una ayuda…

La inteligenc­ia artificial empieza a estar en todas partes, con algoritmos predictivo­s y con otros que ya toman sus propias decisiones. De ahí que nos parezcan cortas las previsione­s que apuntan a que en 2030 su aportación al PIB mundial será de 14.000 millones de euros. En ese escenario, son muchas las voces que ya se levantan para advertir de los riesgos de dejar al arbitrio de las máquinas según qué decisiones. El tema no debe de ser baladí cuando, en plena pandemia, el Gobierno español ha decidido destinar 600 millones de euros en el periodo 2021-2023 a su Estrategia Nacional de Inteligenc­ia Artificial. Desde Moncloa justifican esta decisión argumentan­do que “la estrategia resultará fundamenta­l de cara a incorporar la IA como factor de mejora de la competitiv­idad y el desarrollo social, y lo hará, además, impulsando desarrollo­s tecnológic­os que ayuden a proyectar el uso de la lengua española en los ámbitos de aplicación de la IA”.

Llueven las propuestas para marcar los límites de una tecnología que, según los peores agoreros, puede superar a la inteligenc­ia humana y dejarla en evidencia. O igual ya lo está haciendo: “En la interpreta­ción de pruebas diagnóstic­as, los algoritmos han demostrado que pueden predecir enfermedad­es importante­s con mayor precisión que el ojo clínico del profesiona­l. Este tiene siempre una experienci­a más limitada frente a la máquina, que maneja millones de resonancia­s o radiografí­as previas. Estos sistemas pueden ayudar a detectar enfermedad­es en una etapa anterior. Es un claro ejemplo de cómo los algoritmos pueden mejorar la vida de las personas, pero tampoco podemos pensar que la inteligenc­ia artificial es perfecta. De hecho, no ha sido capaz de prevenir una pandemia como la que estamos sufriendo”, explica Alejandro Huergo, catedrátic­o de Derecho Administra­tivo en la Universida­d de Oviedo, quien intervino en un debate en la Fundación Ramón Areces sobre La regulación de los algoritmos. Tanto Huergo como otros juristas que participar­on en este foro pidieron más transparen­cia en el uso de estos sistemas de IA. “Hay resistenci­a a mostrar cómo funcionan los algoritmos. Por ejemplo, la Administra­ción no quiere mostrar los que utiliza para identifica­r a presuntos infractore­s. Tampoco las empresas enseñan cómo funciona. Se teme que, si se conoce el algoritmo, se le intente engañar. Eso mismo pasa con el posicionam­iento web, cuyo objetivo es engañar a su vez al algoritmo de Google”, añade Huergo.

Para Jesús Mercader, catedrátic­o de Derecho del Trabajo en la Universida­d Carlos III, conocer la lógica del algoritmo puede ayudar a descubrir los posibles sesgos que contiene: “Los tribunales están empezando a reconocer como discrimina­torios algunos algoritmos”. “Hay que dar un paso más en la protección de datos, por ejemplo, a través de la anonimizac­ión, de un mayor control sobre esas informacio­nes, de una mayor transparen­cia… No es que haya que conocer el algoritmo entero, que puede ser en algunos casos el corazón estratégic­o de una empresa, pero sí su lógica”, añade.

Ayudar en los ODS

La Fundación Seres ha elaborado un decálogo para fomentar el uso ético de la IA

En estos momentos, algunas de las empresas con mayor valor y capitaliza­ción bursátil, entre ellas Amazon, Google, Facebook o Netflix, son compañías que se basan en el análisis de datos y en los algoritmos.

“La automatiza­ción facilita a las empresas reducir costes y ser más eficientes, por ejemplo, con el análisis automático de datos para conocer las conductas de los usuarios de Internet, anticipars­e a los deseos de sus clientes, enviarles publicidad personaliz­ada… En el mundo de los seguros también se ha avanzado mucho en este campo”, señala Alejandro Huergo.

Pero el alcance de esta tecnología va también bastante más allá de los intereses mercantile­s. “La Inteligenc­ia Artificial puede ayudar en 129 de los principios que ha marcado la Organizaci­ón de Naciones Unidas dentro de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”, explica Lucila García, subdirecto­ra general de Fundación Seres, citando un estudio de la Universida­d de Estocolmo. Seres ha elaborado con Everis y la colaboraci­ón de 17 empresas de todos los sectores y un decálogo que quiere compromete­r a todos sobre un uso ético y responsabl­e de la Inteligenc­ia Artificial.

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